Por una comunidad científica con más mujeres libres de violencia

Nicté Luna Medina

¿Recuerda el nombre de alguna científica de la que le hayan platicado cuando aprendía los conocimientos básicos de ciencia? Yo no, y estoy hablando de aquella década de los 90’s cuando cursaba la primaria y secundaria. Recuerdo que una de las primeras teorías de ciencia que aprendí en la primaria fue la heliocentrista de Nicolás Copérnico, aquella que describe que el Sol es el centro del Universo y el movimiento de traslación y rotación de la Tierra. En la secundaria tuve un acercamiento más profundo en diversas teorías científicas y teoremas matemáticos que explican cómo funciona nuestro mundo, las más famosas: la teoría de la gravedad de Isaac Newton o el teorema de Pitágoras. Las teorías científicas que usualmente revisamos en nuestras clases de primaria, secundaria y preparatoria tienen el común de tener como autor a hombres. De esta manera vamos aprendiendo, sin querer, que la ciencia es una actividad exclusiva para ellos, es decir que a lo largo de nuestra educación vamos aprendiendo una historia sobre la ciencia hecha mayoritariamente por el sexo masculino.

Mucho del conocimiento científico que aprendemos en el nivel básico fue desarrollado hace varios siglos atrás, en aquellas épocas en las que las mujeres no tenían el derecho a acceder a la educación profesional. Sin embargo, siempre ha habido mujeres de ciencia, aunque pocas en relación a los hombres, solo que fueron invisibilizadas y silenciadas por un sistema patriarcal. Por ejemplo, seguramente muchas personas hemos escuchado sobre Hypatia, una astrónoma, matemática y filósofa que nació entre el 350 y 370 A.C. Así como de Mari Curie, pionera de la radioactividad y la primera persona en recibir dos premios Nobel en distintas especialidades. Si escarbamos en nuestra historia encontraremos el trabajo que han realizado muchas otras mujeres en las áreas de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas (STEM, por sus siglas en inglés). Para muestra de ello le invito a revisar estos libros: “Mujeres de ciencia” de Rachel Ignotofky y “Distintas y distantes mujeres en la ciencia” de María Angélica Salmerón Jiménez.

Aunque en las últimas décadas las mujeres hemos tenido más participación en las áreas de STEM aún representamos una minoría del total de personas dedicadas a estas profesiones en el mundo. De acuerdo con la UNESCO, en el 2016 la proporción de investigadoras en América Latina y el Caribe era del 45.1%, mientras que en América del Norte y Europa Occidental representaban el 32.7%. En el caso de México, esta organización reporta que en el 2013 el porcentaje de investigadoras en el país era del 33%. Aquí quiero reconocer los logros alcanzados en una ingeniería particular de la UNAM, la Licenciatura de Ingeniería en Energías Renovables, donde las últimas dos generaciones han estado conformadas por el 50% de mujeres y 50% de hombres, un ejemplo a seguir para otras carreras STEM.

El 22 de diciembre de 2015, la ONU estableció el 11 de febrero como el Día internacional de la mujer y la niña en la ciencia “con el fin de lograr el acceso y la participación plena y equitativa en la ciencia para las mujeres y las niñas, y además para lograr la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres y las niñas” (UNESCO, 2015). La participación de las mujeres y niñas en la STEM es fundamental para enfrentar los desafíos de la Agenda del Desarrollo Sostenible, su talento y creatividad sin duda sumará soluciones novedosas para resolver los problemas que hoy enfrentamos en diferentes ámbitos. Este día internacional es una invitación para organizaciones internacionales, regionales, el sector privado, el mundo académico y la sociedad civil se sumen a la promoción de la participación de las mujeres y las niñas, en condiciones de igualdad, en la educación, la capacitación, el empleo y el proceso de adopción de decisiones en la ciencia.

Pero formar parte de la matrícula de carreras STEM o formar parte de la comunidad científica no es suficiente para alcanzar la igualdad de género. Es imperante garantizar espacios seguros y libres de violencia. Necesitamos espacios que no normalicen el acoso u hostigamiento sexual ni los chistes machistas ni ninguna de aquellas prácticas llamadas “micromachismo”, que a mi parecer de micro no tienen nada. De ahí que cada 25 de cada mes sea el “Día naranja” para recordar la constante lucha que debemos mantener todas las personas para erradicar la violencia contra las mujeres, que tiene su conmemoración principal el 25 de noviembre. Viviremos en un mundo con igualdad de género hasta que nos dejen ser libres para decidir sobre qué estudiar y sobre nuestro cuerpo, hasta que nos dejen de violentar y matar por ser mujeres. En este sentido, conmemoramos el Día internacional de la mujer y la niña en la ciencia con la plena conciencia de que es urgente garantizar el derecho a la educación y a una vida libre de violencia.

Fuente: Sin embargo se mueve …