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Ni litio, ni petróleo: ciencia y tecnología

Miguel A. MéndezRojas

El debate sobre la reforma eléctrica, en donde el ejecutivo buscó la modificación de los artículos 25, 27 y 28 de la Constitución, además de la derogación de la Reforma Energética de 2013, se encontró con el rechazo total de las bancadas de oposición, que detuvieron su aprobación. Derivado de ello, de inmediato emitió una modificación a la Ley Minera para nacionalizar el litio, misma que fue aprobada sin problemas por la mayoría de los legisladores leales al presidente.

La autosuficiencia y la soberanía energética están en el centro de esta discusión, pero a diferencia de momentos históricos como la nacionalización del petróleo en 1938 por Lázaro Cárdenas o de la industria eléctrica en 1960 con Adolfo López Mateos, la nacionalización del litio no supone una ventaja o beneficio inmediato para la nación, pues aún carecemos de la capacidad tecnológica para extraer, procesar y transformar el mineral en que está contenido, en productos de alto valor comercial y tecnológico.

Reservar al Estado el beneficio de explorarlo, explotarlo y aprovecharlo, constituye de facto la creación de un monopolio estatal que, en la experiencia histórica, no promete ni eficiencia, ni competitividad, ni precios bajos. En la experiencia de Bolivia con el litio, una inversión de cerca de mil millones de dólares para la planta industrial de la compañía estatal, no ha generado la riqueza prometida ni tampoco avances tecnológicos propios en los últimos diez años.

Al igual que con el petróleo, no basta con poseer un recurso natural: hay que saber para qué sirve y cómo transformarlo en riqueza. Y esto ocurrirá solo si poseemos un sistema de investigación científica y desarrollo tecnológico competitivo y fuerte, no solo en temas directamente relacionados a la extracción del litio, sino también en su transformación tecnológica.

El litio por sí mismo no sirve para generar o almacenar energía y constituye apenas el 7 por ciento del total de los componentes de una batería, aunque disperso en el cátodo representa el 50 por ciento del costo de la misma. Aunque las baterías ion-litio gozan en este momento de un auge por la demanda del mercado, representan una tecnología que tiene los días contados ante el desarrollo de alternativas de almacenamiento de energía de mayor densidad energética y menor costo.

Es la misma maldición, si lo vemos desde esa perspectiva, que tenemos con el petróleo: poseemos yacimientos enormes, pero mucha de la tecnología para explotarlos o transformarlos la tenemos que comprar al extranjero, o simplemente lo vendemos como materia prima y lo compramos, transformado, en productos de mucho mayor valor.

En el mediano plazo, a México le convendría más invertir en consolidar la infraestructura de investigación científica y tecnológica, fortalecer redes de colaboración entre instituciones educativas, empresas y gobierno, e incentivar el emprendimiento de base tecnológica y las vocaciones científicas, pues de ahí saldrán las capacidades y recursos humanos de alto nivel que podrán apoyar a empresas nacionales que puedan aprovechar al litio o cualquier otro recurso natural con los que nuestro territorio ha sido privilegiado y generar riqueza e impacto social positivo. Porque al final, el recurso nacional más importante son las mentes y manos de nuestra juventud, que merecen ser educados y desarrollados a su máximo potencial.

Fuente: milenio.com