Los actores de la conquista fueron nuestros antepasados, españoles e indios: Luis Fernando Lara

De acuerdo con el lingüista, el español que leemos entre nuestros grandes escritores abreva en la tradición literaria culta que, llegada de España a América, nos ha educado en su comprensión, en su sintaxis y en su vocabulario

“Desde el último cuarto del siglo XVIII, en la todavía Nueva España y hasta hoy, se ha construido una legitimación ideológica de México, basada en el pasado prehispánico, según la cual los mexicanos descendemos de nuestros pasados indios y pretendemos ignorar la otra raíz —aquí cabe agregar la tercera, la africana—“, aseguró el lingüista Luis Fernando Lara, miembro de El Colegio Nacional.

Al impartir la primera cátedra del ciclo Historia del español en América. Imposición y apropiación, transmitida en vivo el 9 de marzo, el especialista aseguró que todavía es común escuchar en la calle frases como “cuando los españoles nos conquistaron”, con lo cual terminamos por desconocer nuestra identidad mestiza; incluso, asumiendo la categorización racial y social de una casta española novohispana, para la cual “el mestizo era solamente uno de la chusma y prefiriéramos la pureza, siempre atribuida por nosotros, a los indios.”

“De ahí la agresión a nuestro pasado español y la ridiculez de exigir disculpas a los españoles actuales por habernos conquistado. Los actores de la conquista fueron nuestros antepasados, españoles e indios, como lo demuestra cualquier lectura seria de las muchas obras históricas que se han escrito”, enfatizó Luis Fernando Lara.

De acuerdo con el investigador de El Colegio de México, esa negación de nuestro pasado español y la elevación del mundo indígena a prístina –“usar esa expresión siempre me ha parecido cursi, por eso la utilizó ahora”-: ha propiciado la creencia de que el español no es nuestro, aunque sea la lengua que nos ha constituido como Nación.

“Más allá de la Constitución Política, está la lengua en que está escrita; sin faltar al respeto a nuestros compatriotas indios, con cuyo derecho humano a sus lenguas maternas debiéramos estar completamente comprometidos, es un hecho que lo que nos ha unido como país es la lengua, que la cultura mexicana se manifiesta y se piensa en español.”

El curso es una ampliación y corrección de los capítulos sobre el español en América contenido en el libro Historia mínima de la lengua española, publicada por El Colegio Nacional y El Colegio de México, en 2013, aun cuando en este año se lanzará una reimpresión.

En lo que podría considerarse como una introducción a todo el tema, por la evolución histórica, el lingüista recordó una idea gestada en Hispanoamérica, poco tiempo después de la consumación de las independencias, cuando pensadores y filólogos como el bogotano Rufino José Cuervo y el venezolano Andrés Bello, preocupados por la posibilidad de que separados finalmente de España, el idioma común comenzara a seguir otros caminos en cada país, llamaron a la unidad de la lengua.

“Eso sucedió con el latín cuando se fragmentó el imperio romano, por lo cual llamaron a elevar a principal valor de nuestras culturas la unidad del español. Su preocupación y los esfuerzos que hicieron para impedirlo, sobre todo Bello, quien llegó a escribir ‘juzgo importante la conservación de la lengua de nuestros padres en su posible pureza, como un medio providencial de comunicación y un vínculo de fraternidad entre las varias naciones de origen español derramadas sobre los dos continentes’.”

Bajo esa perspectiva, lo que ha sucedido en la evolución histórica de Hispanoamérica es una apropiación de la lengua, en nuestras prácticas cotidianas de la lengua, en las múltiples maneras de hablar español en Hispanoamérica, el español legítimamente es nuestro, es de cada uno de nosotros.

“Más acá del rejuego ideológico entre la metrópoli española, su periferia americana y la aceptación de muchos hispanoamericanos de esa dicotomía de la lengua, están los usos variados, ricos, propios de las diferentes maneras en que las historias de nuestra regiones y países han modelado la lengua para adaptarla a sus propios devenires.”

Por todo ello, aseguró Luis Fernando Lara, los hispanohablantes no somos pacientes, sino actores de nuestro español: la historia del español en América comienza con una imposición y termina con su apropiación.

Tradiciones verbales

Uno de los elementos destacados por el colegiado giró en torno a lo que definió como una tradición verbal, entendida como una práctica valorada, una manera de hablar o de escribir, considerada adecuada y pertinente para diferentes intereses de la sociedad:

“Las sociedades cambian, adaptándose al paso del tiempo y a las novedades de la civilización, por lo que sus tradiciones verbales se van ajustando igualmente, a partir de la conservación de las condiciones de los actos verbales que les dan sentido y de los modos en que se manifiestan.”

De esa manera, Luis Fernando Lara propuso dos clases de tradiciones verbales, una cultura y la otra popular.

El español que leemos entre nuestros grandes escritores abreva en la tradición literaria culta, que llegada de España a América nos ha educado en su comprensión, en su sintaxis y en su vocabulario, aunque en todos ellos encontremos particularidades regionales: no son obras literarias incomprensibles, con lo cual revelan un español que se nos hace ejemplar.

“El hecho de que las diversas culturas española y latinoamericanas hayan elaborado sus propias tradiciones cultas no las vuelve estancas e incomprensibles entre sí, sino la suma a la rica variedad del español contemporáneo”.

Así, por ejemplo, el modo de escribir novelas en Hispanoamérica era diferente al de España durante la época del “boom”: en el momento en que se leía Cien años de soledad, se descubrió una manera de relatar una experiencia colombiana que no había relatado nadie y “lo mismo podríamos decir de Pedro Páramo, de Juan Rulfo, quien abrevó en las tradiciones verbales de su tierra y en la tradición verbal culta aprendida de España.”

“A la vez, las prácticas populares, los modos de hablar en familia, entre amigos, en los barrios, en los pueblos, van constituyendo sus propias tradiciones, a las que llamo populares. Incluso, para insultar a la gente se hace de diferentes maneras, según se desempeñan las costumbres en cada región.”

Para el caso de nuestro país, Luis Fernando Lara sumó la tradición popular del albur, que no se practica en otros territorios del español, ni del mundo: es una tradición popular que se gestó, no intervino ningún gran escritor en su elaboración, “el modo de construir el albur, el diálogo entre dos albureros, es una tradición verbal y a eso me refiero; por lo tanto, hay muchas tradiciones verbales, que están limitadas en relación con las tradiciones verbales cultas.”

Fuente: El colegio Nacional