“Las ruinas son ruinas y así se tienen que conservar”. Leonardo López Luján

Todo partía de un proyecto: había arquitectos, ingenieros, no iban a la universidad, pero tenían un enorme conocimiento y todo lo hacían con un plan de ataque, a decir del investigador

“Cada vez que crece el imperio, crece la pirámide. Cuando no crecía, se mandaban los ejércitos hacia señoríos más débiles para lograr la conquista y traer cautivos e inaugurar la pirámide. Por eso, tenemos la ampliación del imperio y, con ello, del Templo Mayor: de esta manera, el edificio que conocieron Cortés y sus hombres tenía 45 metros de altura, la misma del Ángel de la Independencia en la actualidad”, afirma el colegiado Leonardo López Luján, en la conferencia Cómo construir una pirámide: arquitectura e iconografía del Templo Mayor, que forma parte del ciclo La arqueología hoy.

En esta sesión, que se realizó el jueves 24 de junio y fue transmitida a través de las plataformas digitales de El Colegio Nacional, el arqueólogo ofreció un recorrido, lo mismo por las etapas constructivas del emblemático edificio, como por las dificultades que han encontrado los especialistas contemporáneos para desarrollar su trabajo.

“Hemos encontrado metros de rellenos constructivos. Los mexicas no sólo ampliaban sus pirámides, sino que subían el nivel de sus plazas y entre el primero y el segundo de los Moctezuma, en 80 años de gobierno, tenemos casi siete metros de niveles de relleno. Eso equivale a 314 mil metros cúbicos, casi lo mismo al volumen de la pirámide de la Luna: es tanto o mayor el esfuerzo de regularizar una plaza, que construir una pirámide”, destacó el investigador.

Y todo partía de un proyecto que se podría denominar como arquitectónico, más allá de las etiquetas académicas: había arquitectos o ingenieros que tenían un enorme conocimiento y todo lo hacían con un plan de ataque, “no empezaban a construir así nada más”.

Retos para hallar los tesoros

Estamos en la Ciudad de México y para excavar las ruinas se tiene que superar la enorme barrera de concreto, de asfalto, de cristal y de acero que representa nuestra capital y ese es uno de los grandes desafíos que encuentran los especialistas, a lo cual habría que sumar que, este mismo espacio, es la mayor concentración del continente americano en lo que respecta a monumentos históricos y artísticos.

“Los arqueólogos no podemos excavar en cualquier sitio, tenemos que ir un poco a la zaga de ingenieros y de constructores que hacen obra pública y privada, y aprovechar esas pequeñas ventanas hacia el pasado, que son los pozos, trincheras y túneles, que nos permiten encontrar pequeñas piezas de nuestro pasado, de un enorme rompecabezas que, sabemos, nunca podremos completar.”

El mejor ejemplo de López Luján al respecto de sus esfuerzos está en el hecho de que cuando se excava medio metro bajo el nivel de la calle empiezan a encontrar los vestigios de la ciudad europea más importante de ultramar durante el periodo colonial, la Ciudad de México, que vivió entre 1521 y 1821.

Cuando excavan entre los tres y hasta los 12 metros de profundidad, se encuentran con los asentamientos de época prehispánica, que tienen la ocupación del año 950 al 1150 de nuestra era, y los vestigios de las dos ciudades hermanas: México-Tenochtitlan y México-Tlatelolco.

“En la ciudad de Tenochtitlan, de 13 y medio kilómetros cuadrados, poblada por 200 mil individuos, cuando fue destruida tras la conquista y los primeros años de la Colonia, quedaron sus pirámides, sus recintos sagrados, bajo el subsuelo y, con el paso del tiempo, poco o nada se recordaba de la ubicación exacta de sus edificios, entre ellos su pirámide principal, el Templo Mayor; con el paso de los años, la capital del México independiente también contribuía con una capa más cubriendo aquella zona arqueológica.”

Uno de los primeros especialistas en indagar la ubicación del Templo Mayor fue Leopoldo Batres, quien tuvo el privilegio de seguir la construcción de un drenaje para aguas negras, que corría a todo lo largo de la calle de Guatemala. El investigador estaba convencido de que la pirámide estaría debajo de la Catedral; por ello, intervino y encontró enormes riquezas, grandes ofrendas, restos de edificios, pero no halló el Templo Mayor.

El que ubicó al Templo Mayor fue el arqueólogo británico Alfred Maudslay, a quien, durante una conferencia en Londres, en 1921, se le ocurrió la idea de señalar que el edificio se encontraba en la intersección de los dos ejes urbanos principales, no sólo de Tenochtitlan, sino de la capital de la Nueva España.

“Manuel Gamio estaba presente en Londres, en el congreso en que se estaba presentando esa hipótesis. Dos años después, don Manuel tiene la enorme fortuna de que el edificio que se encontraba en esa intersección de las calles de República Argentina y Guatemala fuera demolido y tuvo la gloria no sólo de encontrar, sino de excavar la esquina suroeste de la pirámide.”

Así, en 1978, con el hallazgo de la Coyolxauhqui, Eduardo Matos Moctezuma logró exhumar la pirámide completa: no la descubrió, pero sí tuvo el tino de exhumarla en sus cuatro fachadas y, desde 1978 y hasta la fecha, Eduardo y todo el equipo de arqueólogos que lo han sucedido a lo largo de 43 años pudieron explorar esa superficie, un poco mayor a los 12 mil metros cuadrados, y encontrar 13 adoratorios, decenas de esculturas, pinturas murales y más de 200 ofrendas.

Entre la construcción y la reconstrucción

El tema de la conferencia del miembro de El Colegio Nacional, Cómo construir una pirámide: arquitectura e iconografía del Templo Mayor, lo llevó a repasar desde la tierra que se usó para el relleno, los tipos de madera que se usaron, provenientes de la zona que abarcaba lo que hoy conocemos como el Ajusco y la Sierra de las Cruces, hasta las rocas volcánicas utilizadas, como la piedra del metate, el basalto, con la que se construían pisos de altas resistencia, o la piedra de Tenayuca, cuyo yacimiento está en la formación del cerro del Chiquihuite.

Si bien en un primer momento se pensó que la cal que ayudó a hacer los concretos o las argamasas, venían de Puebla o de Morelos, al ser un material que no se encuentra en la Cuenca del Valle de México, al hacer estudios se supo con certeza que los mexicas la tuvieron que importar de la zona de Tula, donde hoy día se encuentran algunas de las cementeras más importantes.

“Se tomaron muestras de todos los estucos de las etapas constructivas y se fueron a Puebla y Morelos, donde hoy día se sigue trabajando yacimientos de cal: toda la cal que se usó en el Templo Mayor y de todas las etapas constructivas vienen de la zona de Hidalgo.”

El Templo Mayor había quedado bajo toneladas de rellenos, pero se sabía mucho del edificio gracias a los documentos históricos, que daban muchos detalles sobre la pirámide, desde su fundación, allá por 1325 –según la mayoría de las fuentes– pasando por su ampliación hasta su cabal destrucción con la conquista y con la construcción de la nueva Ciudad de México.

El monumento está constituido de tres partes fundamentales: la plataforma, sobre la cual se desplanta la pirámide propiamente dicha, sus dos escalinatas que conducían a una cúspide coronada por un par de capillas, una dedicada a Huitzilopochtli, la otra a Tláloc, y en la parte superior tenían tapancos, descritas en las fuentes como sacristía, donde se almacenaban todos los instrumentos para las ceremonias.

Sin embargo, Leonardo López Luján también se dio unos minutos durante su conferencia para reflexionar sobre una idea que se ha planteado: si no valdría la pena hacer el Templo Mayor de nuevo, construirlo sobre las ruinas para atraer a los turistas, “pero son ideas estrambóticas y que, hoy día, ningún arqueólogo estaría dispuesto a realizar una reconstrucción de esta naturaleza. ¿Por qué?”

“A raíz de los bombardeos en la segunda guerra, muchos monumentos fueron destruidos casi hasta sus cimientos: no sólo causó millones de pérdidas en vida humana, sino también a nivel de nuestro patrimonio histórico. Sucedió que, en muchos casos, se respetó como un testimonio de un momento terrible, hasta que, en algunos casos, se cambió el parecer y muchos de esos edificios fueron reconstruidos y esto prendió las luces de alarma entre los especialistas, sobre todo conservadores y restauradores: no se podía hacer nuevos monumentos de la antigüedad destruidos por la naturaleza o por la acción del hombre.”

En México hay ejemplos, definidos por el especialista como dramáticos, como la famosa pirámide Tolteca de Cholula, que se llama así un poco en son de broma, no porque pertenezca a la fase Tollan, sino porque fue hecha con la marca de la cementera y “muestra una reconstrucción que va más allá de la imaginación, porque a veces no se tienen datos para hacer estas reconstrucciones”.

“Las ruinas son ruinas y así se tienen que conservar. Así juzgaron los especialistas en 1964, cuando se juntaron en Venecia y firmaron la Carta que lleva el nombre de la ciudad italiana. Allí, los especialistas en conservación llegaron a la conclusión de que las excavaciones arqueológicas deberían seguir protocolos científicos muy estrictos y garantizar la protección de esos monumentos y, sobre todo, no deberían ser reconstruidos, salvo en ciertos casos”.

Gracias a la firma de la Carta de Venecia, enfatizó el colegiado, no se han hecho “reconstrucciones bárbaras en nuestro país”, aunque hay reconstrucciones anteriores, si bien en la actualidad todos los arqueólogos del INAH son adeptos del documento “y dejamos las ruinas como lo que son”.

Fuente: El Colegio Nacional