Lactancia y empoderamiento de las mujeres-madres
Georgina Sánchez Ramírez
Es investigadora titular A del Departamento de Salud en la Unidad San Cristóbal de El Colegio de la Frontera Sur (Ecosur)
En la década de los ochentas del siglo pasado, el término empoderamiento cobró relevancia, dado que surgió en el panorama internacional para visibilizar la inequidad entre varones y mujeres. Hoy en día, y desde posturas feministas más críticas, el concepto se ha reconstruido considerando que el empoderamiento es algo que cada persona debe de incrementar en sí misma, y que para ello es indispensable un entorno social favorable, así como políticas públicas que lo contemplen y propicien.
En este artículo me centraré en el empoderamiento de las mujeres, lo cual significa que nosotras hemos dejado de ser vistas como objetos en beneficio de “los otros” para ser consideradas como sujetos de derechos, con sueños, realizaciones y equivocaciones, más allá de nuestras preferencias sexuales, apariencia y posición en la vida.
Para que las mujeres nos empoderemos, es necesario que haya cambios culturales, por ejemplo, respecto a lo que socialmente se espera de un varón o de una mujer desde que se conoce el sexo del bebé que va a nacer. Sabemos que en todo el mundo se valora más lo masculino que lo femenino, y esto se puede apreciar a lo largo del ciclo vital, pero es justamente en la etapa en la que las mujeres deciden ser madres en la que se ponen en juego ciertos elementos que operan como potenciadores o diluyentes del empoderamiento de las mujeres.
En el mundo occidentalizado, la lactancia ha sido tema de salud pública en tanto vínculo instrumental con la sobrevivencia infantil (principalmente, en regiones empobrecidas), pero no como un derecho sexual y reproductivo de las mujeres, que es el nuevo clamor de la lactancia de la nueva era, en la que entran en juego tres intersecciones: género, salud y feminismo. De acuerdo con Massó (2011), en las sociedades occidentalizadas hemos sido sistemáticamente desempoderadas del control y la autonomía de nuestros cuerpos y, por ende, se han afectado decisiones y deseos, de los que no escapan ni los partos ni la lactancia.
Esto tiene una estrecha relación con el sistema neoliberal, en el que se mercantilizan y medicalizan todos los procesos naturales del ciclo vital, entre ellos, la nutrición de bebés. En ese sentido, las empresas industrializadoras de leches de fórmula han tenido un gran impacto; recordemos, por ejemplo, el caso de la Asamblea de la Organización Mundial de la Salud de junio de 2018, en donde, gracias a que Rusia se opuso, no se echó atrás la iniciativa de promover más la lactancia materna e informar de manera fehaciente sobre las consecuencias reales de usar alimento de fórmula. No obstante, Estados Unidos no disimuló su interés por proteger a las farmacéuticas productoras de sucedáneos de leche para bebés; incluso, amenazó a delegaciones de países pobres con dejar de apoyarles militar y comercialmente si no se sumaban a la detracción de la medida (NYT, julio, 2018), en contra de lo evidente.
“Mi viaje anual es una oportunidad para enfatizar soluciones a problemas globales. Algunas veces estas soluciones involucran tecnología deslumbrante; pero casi nada tiene la capacidad de salvar tantas vidas infantiles al año como el propio milagro de la naturaleza: la leche materna” (NYT, julio de 2018, Nicholas Kristof, periodista).
La lactancia en México no ha estado al margen del vaivén de los intereses antes mencionados; las madres mexicanas, hasta principios del siglo XIX, lactaban a su gran descendencia y eran responsables de su bienestar. A finales del mismo siglo y hasta el primer cuarto del siglo XX se instaura la “medicalización de la lactancia”.
Con la “modernización” de la manera de nutrir a las criaturas ocurrieron otros cambios significativos en la crianza mexicana: la alimentación racional favoreció otras prácticas como no cargar a los bebés, no dormir con él, no arrullarlos, incluso no cantarles, lo que afectó el amantamiento” (Hausman, por Carrillo, 2008).
El lastre para la materna en México podemos mostrarlo con datos de la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición y del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (2016):
A nivel nacional, solo 40.5% de los recién nacidos son alimentados con leche materna durante su primera hora de vida. La duración media de la lactancia materna es de 8.8 meses. Oaxaca es la entidad con la mayor duración (12.6 meses). De los infantes con lactancia materna, solo al 11% se les da de forma exclusiva (sin líquido o alimento) por un periodo de seis meses. Las principales razones por las que las mujeres no dieron leche materna son: “nunca tuvo leche” (33.4%), “el niño [la niña] la rechazó” (25.9%), y “estaba enferma” (14.2 %).
En la actualidad, la lactancia no tiene el mismo significado para todas las mujeres mexicanas. Las mujeres rurales y, sobre todo las de origen étnico, son quienes tienen una mayor inclinación por la lactancia y el parto natural, pero también en ese sector se concentra el mayor número de muertes maternas, desnutrición y de mujeres unidas sexualmente contra de su voluntad.
Las mujeres más occidentalizadas que reivindican la lactancia materna, no solo se plantean la sobrevivencia de la nutrición física de las criaturas, sino la relevancia a nivel de apego e impronta con su bebé como un derecho humano para ejercerlo en cualquier espacio, bueno para la salud de la madre y no solo para la criatura. Nutrición en el terreno anímico, emocional y vital.
Sin embargo, quienes quieren lactar, sobre todo en las grandes urbes, se enfrentan a la doble moral, debido a que muestran sus senos; en las redes sociales hay un continuum de denuncias de mujeres que son violentadas, incluso por autoridades al estar lactando a sus criaturas (como el reciente caso ocurrido en el Museo de Arte Moderno en la Ciudad de México); hasta ha habido intentos para prohibir lactar en público en regiones como el Bajío y el Norte de México, pero nadie se escandaliza de los anuncios de lencería o de los calendarios en los que aparecen mujeres exhibiendo sus senos.
Es necesaria una agenda de la lactancia para México dentro del rubro de economía de los cuidados sobre crianza, en general, y lactancia, en particular, para la centralidad en las mujeres como poseedoras de un territorio corporal autónomo, con una gama de protecciones sociales y respaldadas por la ciencia con perspectiva de género que permita tomar las mejores decisiones para ellas y sus criaturas, y el correspondiente respeto a la maternidad desde una mirada social y no instrumental ni discriminatoria.
Las mujeres deben poder amamantar en cualquier lugar y debe haber conciliación entre el trabajo y la vida familiar para que las criaturas tengan una alimentación a libre demanda y obtengan una lactancia suficiente y necesaria. Como sociedad debemos apoyar, defender y motivar el hecho de lactar de manera comprensiva, cómplice y sororal con quienes decidan hacerlo; esto puede ser una de las mejores vacunas contra la violencia y una de las mayores afirmaciones de nuestro poder como mujeres todas.
Fuente: México es Ciencia