“La mejor manera de reinventar la ciudad es a través de la revolución doméstica”: Tatiana Bilbao
Para Tatiana Bilbao, la casa es un componente arquitectónico fundamental, no sólo estructura nuestra vida cotidiana, sino que ha definido la relación de nuestro cuerpo con el espacio y con otras personas.
El encierro a causa de la pandemia por la COVID-19 trajo consigo innumerables cambios en la vida cotidiana, muchos de ellos ligados con los espacios cotidianos, de ahí el ciclo, organizado por el integrante de El Colegio Nacional, Felipe Leal, titulado La arquitectura y la ciudad post-COVID.
En la primera sesión, que tuvo lugar el 7 de julio, y se transmitió en vivo a través de las plataformas digitales de la institución, se abordó el tema El habitar post-COVID, y contó con la participación de Tatiana Bilbao, Gabriela Carrillo, Francisco Prado y Javier Sánchez.
“Transitaremos hacia una serie de actividades entre lo doméstico y lo urbano. ¿Qué decir de la movilidad en las ciudades? También cambiarán: seremos más selectivos: al considerar si un traslado es necesario o no, y más conscientes en el aprovechamiento de nuestro tiempo: se nos han impuesto nuevos recursos tecnológicos, casi por obligación, al posibilitar el permanecer activos en nuestras labores y obligaciones desde la distancia; hecho palpable en la paulatina transformación de nuestro actuar cotidiano”, destacó el colegiado.
Al presentar el ciclo, el arquitecto aseguró que el espacio público será otro punto sensible y recobrará una mayor importancia la calidad del mismo y su oferta; tenderá a ser más ordenado y atractivo para invitar a los usuarios a pasar más tiempo en él y estar al aire libre, “generando con ello una práctica de higiene, de recreación comunitaria, al salir a caminar y estar en espacios a cielo abierto”.
Para la arquitecta Tatiana Bilbao, la ciudad es un ente que se desarrolla jalado por fuerzas muchas veces contrarias, muy diversas y, en su mayoría, completamente abstractas; una convencida de que en una ciudad hay infinitas ciudades y “cada vez más debemos de pensar que la ciudad no se compone, se forma de todas esas ciudades, distintas e infinitas”.
“Es vital que entremos en una discusión estructural y política: nos toca no sólo imaginarnos la ciudad, sino posibilitarla y, sobre todo, defenderla. La ciudad es el resultado de la necesidad y del deseo, las ciudades existen porque, sin duda, son el lugar de encuentro, de oportunidad, de conocimiento, de productividad, de intercambio cultural, pero existen porque los seres humanos nos necesitamos el uno al otro para existir.”
Sin embargo, para la arquitecta –quien ocupó un puesto de visitante de enseñanza recurrente en la escuela de Arquitectura de la Universidad de Yale–, la ciudad que vivimos hoy día es el reflejo de la sociedad de producción, la que se construyó a partir de la utilización de los combustibles fósiles, de ahí que la mejor manera de reinventar la ciudad sea a través de la revolución doméstica.
“La casa es un componente arquitectónico fundamental, no sólo estructura nuestra vida cotidiana, sino que ha definido la relación de nuestro cuerpo con el espacio y con otras personas: la casa, hoy, es el espacio dicotómico entre la producción y la existencia. Es un lugar altamente cuestionado y manipulado por fuerzas sociales, políticas y económicas.”
De acuerdo con Tatiana Bilbao, la casa debe permitir otras formas sociales, pero sin duda alguna, debe dejar de ser el refugio del trabajo, para convertirse en el santuario del cuerpo, el lugar central de la atención y el cuidado, donde el trabajo doméstico y reproductivo se enaltezca al estar socializado y al ponerle al centro el cuidado, como el valor fundamental de la existencia del ser humano.
“La casa se determina por las relaciones del cuerpo con el espacio en el entendimiento de la escalabilidad de las relaciones: se vuelve un espacio entrelazado, en donde el espacio común, aquel que no es público ni privado, es el dominante: una casa que no tiene etiquetas, que no dice cuál es la recámara, la cocina o el baño; una casa que no se etiqueta, que respeta y admite las formas de cualquier individuo o comunidad.”
Las claves del cambio
Más allá de las transformaciones del espacio público y privado a partir del encierro, el arquitecto Javier Sánchez, con una maestría en Ciencias de desarrollo de proyectos inmobiliarios por la Universidad de Columbia, se mostró convencido de que estamos ante un fenómeno que casi nadie vislumbró y que, de distintas maneras, detiene las percepciones de la gran ciudad como abastecedora de sueños y oportunidades: “todo el esfuerzo de apoyar el transporte público, en densificar, en eliminar el desarrollo periférico, se pueden poner en duda en este momento”.
“Prefiero viajar en coche y vivir lejos en una casa por razones de sanidad: volvamos a la suburbia, a las bajas densidades y, en un país como México, al desperdicio. Pensar que ese es el futuro de la ciudad post-COVID es una distopía, es un absurdo. Debemos pensar que la ciudad necesita del campo y viceversa, pero como entidades codependientes que se nutran de insumos, que promuevan los productos locales, ya que la ciudad debe ser una sucesión de ciudades donde con relativa autonomía se den los satisfactores de la vida cotidiana del habitante.”
Bajo esa mirada, llamó a pensar la ciudad desde el barrio, la calle y el parque, para intentar mejorar la relación origen destino de los desplazamientos, si bien la mejor movilidad sería no moverse, por lo cual la ciudad del siglo XXI debe ser compacta, eficiente, autosuficiente, con un replanteamiento hacia la dimensión humana, el placer de caminar, crear diversidad accesible mezclando gentes y usos, eliminar guetos.
“En la pandemia ha habido barrios más resilientes que otros, por lo que es urgente atender las diferencias entre la calidad de un barrio muy bien servido y la calidad de un barrio desprovisto de servicios: pensemos el barrio como parte de nuestra casa, para la gente, no para los coches. Debemos diseñar espacios para convivir: la banca y el mobiliario urbano se vuelven áreas de oportunidad para el diseño”, resaltó Javier Sánchez.
Al mismo tiempo, alertó sobre los peligros de continuar con explotación de los recursos naturales y “pensar que no se nos cobrará el abuso”, porque si hoy es el coronavirus, mañana es una catástrofe ecológica y pronto el cambio climático, así que es indispensable modificar nuestra manera de vivir: “reducir, reutilizar y reciclar son claves en este cambio”.
De esa manera, el arquitecto encuentra en la vivienda, la casa, el hogar, el departamento o la vecindad el elemento clave del desarrollo de una ciudad: depende de su ubicación geográfica, sí, pero en especial de lo que entendamos como una casa. Y la arquitectura y el diseño pueden contribuir a pensar el mundo urbanizado desde el humanismo, la naturaleza, el balance, la convivencia y lo bello.
“Al diseñar la ciudad, la vivienda, los servicios y los espacios negativos, debemos hacerlo con jerarquía: diseñemos espacios para la gente. Tan importante es la banca como la plaza, el callejón como el jardín, el jardín como refugio.”
Francisco Pardo, maestro en arquitectura por la Universidad de Columbia, en Nueva York, recordó la manera en que una enfermedad como la tuberculosis ayudó a definir a la arquitectura moderna, cuando se diseñó un sanatorio que tenía cuartos luminosos y ventilados: todo se pensó para una enfermedad y todos los detalles que ahora conocemos como modernos tienen que ver con materiales y con detalles que no sólo son una cuestión estética.
“Mucho de la arquitectura moderna tenía que ver con el miedo a la enfermedad, es una arquitectura limpia y pulcra. La vacuna para la tuberculosis se empieza a usar en los años 20 y la relación entre la salud y el modernismo ya era una relación intrínseca en la mentalidad de la gente.”
Ahí viene un cambio importante en las ciudades, aseguró el miembro del Sistema Nacional de Creadores, porque de unos meses para acá nos volvemos a encontrar en un momento de la historia en el que, por miedo, el uso de los espacios se va a entender de otra manera y la arquitectura y la enfermedad otra vez vendrán a ser un paradigma de discusión.
“Hoy vivimos entre acrílicos, espacios pequeños, celdas, muros y parece que es algo que se va a quedar y detonar cómo vamos a vivir. Los humanos estamos divididos en mesas con mamparas para comer, las familias no pueden convivir en espacios únicos, sino en espacios pequeñitos, separados por una puerta o por un muro, para poder tener una clase de tercero de primaria, otro de sexto de primaria, otra una junta de trabajo.”
Frente a esa realidad, hay que ver cómo evoluciona y ser muy observador, porque estamos en un paradigma de cambios muy importantes en los espacios habitables.
Gabriela Carrillo, quien además de desarrollar proyectos de carácter público y privado, trabaja en museografía e intervenciones efímeras, hace una década tuvo la posibilidad de diseñar un espacio específico para la ceguera, un reto que la llevó a reformular los principios de la práctica arquitectónica, estrechamente ligados a la vista y al acto físico de edificar.
“A pensar en los principios básicos de habitabilidad desde lo individual hasta lo social y colectivo; me recordó que el espacio es nuestra materia prima, toca todos los sentidos. Me hizo ver que hemos construido un mundo que no ve la otredad: ha olvidado a la y los ancianos, a la y los niños, al padre o a la madre soltera, a las y los jóvenes, a las y los indígenas, a todos y a todas aquellas que piensan distinto a nosotras.”
Reflexiones que le permitieron señalar que nuestras ciudades no escucharon a la COVID, pero tampoco la otredad, se confirmaron como ciudades clasistas, sectarias, profundamente capitalistas, patriarcales, contaminantes, sordas, sonoras, insostenibles, vehiculares, “un eco profundo, en la mayoría de los casos, de quien está en el poder en su propia realidad, deformada por un alter ego”.
“Es interesante pensar que, con sólo replantear reglas más claras, actualizadas, audaces, menos ortodoxas, podemos hablar de una transformación profunda en las dinámicas urbanas”, destacó la especialista.
Fuente: El Colegio Nacional