La herencia espiritual de Schubert es de un valor incalculable: Adolfo Martínez Palomo

Martínez Palomo recordó que Schubert no fue reconocido como compositor destacado en vida, su genio era sólo apreciado por sus amigos, al grado de que en una sola ocasión se organizó en Viena un concierto público con obras escritas por él

Franz Schubert murió a los 31 años, nueve meses y 19 días de nacido. Sin embargo, su obra enriqueció el universo de la música de concierto, “lástima que no vivió para saberlo”, aseguró el doctor Adolfo Martínez Palomo, integrante de El Colegio Nacional, durante la conferencia Franz Schubert: la inspiración truncada, transmitida en vivo a través de las plataformas digitales de la institución el 15 de abril, como parte del ciclo de conferencias-concierto Músicos y medicina.

“Queda mucho por analizar de su vida, sobre todo lo que queda por profundizar es el conocimiento de su personalidad, reflejo de inocencia, encanto, jovialidad y buen humor; en otras, de resignación, severidad, melancolía, incluso desesperación. Su legado material se redujo a unas cuantas prendas de vestir, desgastadas por el uso. La herencia espiritual es de valor incalculable. Su obra musical ha enriquecido el horizonte musical. Lástima que Schubert no vivió para saberlo.”

A lo largo de su cátedra, el colegiado ofreció un acercamiento a la vida del compositor, en especial a su historial clínico, vinculado de manera estrecha con su proceso creativo, “su biografía no puede entenderse si no se analizan algunos aspectos médicos de su vida”.

“La causa ha sido objeto de discusión desde el siglo pasado, pero probablemente fue una forma aguda de fiebre tifoidea, agravada por la anemia y la intoxicación por el mercurio, además de un organismo ya debilitado por la sífilis y el alcoholismo.”

Desde su perspectiva, en los años recientes se ha reactivado el interés por profundizar en el conocimiento de la historia médica de Franz Schubert, uno de los más grandes compositores de música, para lo cual se analiza su profundo cambio psicológico, asociado a un padecimiento incurable que lo condenó en los últimos años a una existencia “miserable y dolorosa”.

“Interesa, también, caracterizar la enfermedad que, para sorpresa de todos los que lo rodeaban, acabó rápidamente y prematuramente con su vida. Mozart murió a los 37 años, pero Schubert falleció a los 31: no nos imaginamos lo que hubiera sido de la música en el mundo de haber vivido 20, 30 o 40 años más.”

Nacido en un suburbio pobre de Viena, el décimo segundo hijo de Elisabeth y de Franz Theodor Schubert. A pesar de que Schubert es el prototipo del compositor vienés del siglo XIX, sus padres no eran austriacos, emigraron a Viena desde el extremo norte del imperio austro-húngaro en busca de mejor fortuna, narró Adolfo Martínez Palomo, quien resaltó que, a cambio de las estrecheces económicas, el ambiente familiar le proporcionó al compositor calidez, afecto y disciplina.

“Sus padres estaban convencidos de que sería un buen maestro de escuela. El pequeño Schubert se inició en el estudio del piano y del violín con su padre, pero muy pronto superó a sus primeros maestros, por lo que su instrucción musical pasó a manos del director de la iglesia local, quien descubrió en Franz no sólo cualidades como músico, sino también una bellísima voz.”

Su talento musical hizo que su padre buscara el consejo de Antonio Salieri, el director musical de la corte del emperador austriaco, quien lo aceptó, a los 11 años de edad, como miembro del Coro de la Capilla Imperial y fue becado para continuar sus estudios en el internado de la corte.

A los 16 años, Franz Schubert sufrió grandes cambios en su vida. Obligado por el cambio de voz deja el coro y continúa sus estudios con buenos resultados, pero el adolescente introvertido empieza a mostrar signos de rebeldía; a los 17 años abandona el internado y, posteriormente, acepta continuar su formación como maestro, en la Escuela Normal Imperial.

“En los seis años en el internado, se transformó y se sumó su interés por la poesía, la filosofía, el arte y la política; el desarrollo de una personalidad afable: entre los 17 y los 19 compuso un tercio de las mil que conforman su obra”, recordó Martínez Palomo.

La llegada de la enfermedad

La descripción tradicional de Franz Schubert como individuo bonachón e ingenuo ha ocultado su compleja personalidad, de carácter inestable, sujeto a explosiones de cólera, desaseado y dado al libertinaje sexual, que lo empujó hacia un hedonismo sin freno: la promiscuidad sexual propició el contagio con sífilis, “padecimiento que transformó su vida a partir de los 26 años”.

“Las primeras manifestaciones de la infección lo obligaron, en las primeras semanas de 1823, a confinarse en casa de sus padres. El inicio de la enfermedad le impidió terminar la Octava Sinfonía, conocida como Sinfonía Inconclusa. Sus médicos no dudaron del diagnóstico, ni de la gravedad del padecimiento.”

Entre los profesionales llamados a consulta, dos eran grandes expertos en Viena para el tratamiento de la sífilis, uno describió la utilización del mercurio: en aquel entonces, lo que se hacía era acostarlos en un cuarto cerrado, donde debían recibir ungüentos de mercurio aplicados por las noches durante 15 minutos, primero en los miembros superiores, luego en los inferiores, en la espalda y en el abdomen. Todo durante 15 o 20 días, lo que provocaba en el enfermo intoxicación por la inhalación del mercurio con ardor de garganta, sabor metálico en la boca y dificultad para deglutir.

“Los efectos secundarios eran realmente terribles. No hay registros escritos que confirmen el tratamiento. En todo caso, se sabe que los médicos le prescribieron dieta severa, alternadas con periodos de ayuno, grandes cantidades de té caliente, baños frecuentes y ungüentos a base de mercurio.”

“La erupción a causa de la enfermedad le afectó la cara, las manos, el cuero cabelludo, provocando caída irregular de cabello, lo que lo obligó a recluirse nuevamente y a internarse en un hospital, donde paradójicamente compuso parte del bellísimo ciclo de canciones ‘La bella Molinera’”.

Asociado a la sífilis, Franz Schubert tuvo un trastorno de conducta. Si bien en la actualidad todavía resulta complejo el diagnóstico adecuado de un padecimiento afectivo y se requiere conocimiento profundo de la historia psicológica del individuo, Adolfo Martínez se preguntó si Schubert habría sido un ciclotímico, una forma leve de trastorno bipolar, en la cual una persona tiene oscilaciones en el estado de ánimo durante varios años, que van de la depresión leve hasta la euforia y la excitación, alternada con períodos normales.

“La hipomanía de Schubert pudo haberse manifestado por etapas de ánimo expansivo, locuacidad, incremento de la actividad sexual y decisiones absurdas sobre sus finanzas. En cuanto a los síntomas depresivos, existen abundantes referencias escritas a su tendencia a la melancolía severa, que empeoró en los últimos años.”

Así, el compositor pasaba de estados descritos por sus amigos como de humanidad, en donde “muestra excelente apariencia, está fuerte, amable y jovial como siempre, genialmente comunicativo que uno no puede sino deleitarse en su compañía”, una etapa en la que Schubert era metódico, escribía música de las seis de la mañana a la una de la tarde, a otras manifestaciones de un carácter explosivo, cuando descuidaba su apariencia, especialmente sus dietas y olía a tabaco.

“Nunca fue reconocido como compositor destacado, su genio era sólo apreciado por sus amigos. A lo largo de su vida, en una sola ocasión se organizó en Viena un concierto público con obras escritas por él.”

El deterioro de su comportamiento hizo que algunos amigos se alejaran de él, temiendo ataques de violencia. Se refugiaba en el alcohol para reducir la depresión y exacerbar la excitación en los períodos de hipomanía, aun cuando los primeros síntomas de su fallecimiento se presentaron el 31 de octubre de 1828, cuando al probar en un restaurante un plato de pescado, tiró los cubiertos “diciendo sentirse súbitamente enfermo, como si hubiera sido envenenado”.

Franz Schubert falleció el 19 de noviembre de 1828: a los 31 años, nueve meses y 19 días de nacido, enumeró Adolfo Martínez Palomo.

El Colegio Nacional