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La culpa no es de mis genes

Xavi Ayén

Redactor jefe de Cultura. Autor de libros como ‘Aquellos años del boom’ o ‘La vuelta al mundo en 80 escritores’. Autor de varios documentales de temas literarios

“No conoce a Evelyn Fox Keller? ¡Léala!”, me ordenó una vez, en su casa de Brooklyn, Siri Hustvedt. Obedecí dócilmente y fui descubriendo, poco a poco, a esta física estadounidense, fallecida el año pasado, destacada filósofa de la ciencia que se ha ocupado en sus obras desde el cambio climático hasta los avances de la genética pasando por la relación del lenguaje y las cuestiones de género. Ahora, en (Katz), ahonda en uno de los grandes debates que ha mantenido el mundo desde hace algunos siglos: ¿qué peso tiene lo innato y qué peso lo adquirido? ¿Qué es lo determinante, la naturaleza o la cultura?

Lo que nos dice la autora es que esa pre­gunta está muy mal formulada. Que separar lo genético de lo educacional resulta a todas luces imposible, como dilucidar si unos sonidos­ de percusión se deben al músico o al instrumento, o si el área de un rectángulo viene más de su largo o de su ancho. Es decir, “el ADN no hace nada por sí solo”.

Keller saca toda su artillería contra Steven Pinker y otros autores que afirman que se heredan el temperamento desagradable o la capacidad de cometer actos antisociales, aunque les concede que puede deberse a una imprecisión terminológica en el concepto polisémico heredar (uno acaba haciendo lo que ha visto y, metafóricamente, lo hereda). La autora muestra cómo han fracasado las investigaciones que mezclan rasgos físicos con los de coeficiente intelectual sin tener en cuenta las (fundamentales) expectativas y prejuicios culturales en cada entorno.

Tras advertirnos de los peligrosos vínculos entre determinismo genético y las aberraciones eugenésicas, se muestra pesimista sobre aquella predicción (¿recuerdan?) de que el Proyecto Genoma Humano podría algún día reemplazar secuencias defectuosas por secuencias normales, pues las cosas son mucho más complejas de lo previsto. El futuro, según ella, está no en el estéril debate entre naturaleza y cultura sino en ahondar en la plasticidad del desarrollo individual humano, que es muy grande y flexible en varias etapas de la vida y no solamente hasta el nacimiento, como erróneamente se vino creyendo.

Fuente: lavanguardia.com