La ciencia del dolor
Ramón Martínez Leyva
Es ingeniero en Sistemas Computacionales. Sus áreas de conocimiento son tecnologías, ciencia y medio ambiente.
Durante cientos de años, al inicio de la Historia, los seres humanos fuimos incapaces de pensar en el dolor sin una explicación sobrenatural de por medio, como era nuestra costumbre. Fue a partir de los presocráticos y su Corpus Hippocraticum, una colección de escritos de Hipócrates, padre de la Medicina, compilada por sus seguidores y que fue el summum del conocimiento médico durante siglos, que comenzamos a entender el dolor como la reacción directa del organismo a un daño en alguna parte del cuerpo, una lesión de los tejidos, focalizada o difusa, localizable o no.
Si esta descripción fuera del todo correcta, una lesión mayor debe provocar un dolor mayor, y viceversa; pero conforme avanza la algología, la ciencia del dolor, hemos aprendido que daño tisular y dolor no son siempre proporcionales, aun y cuando los mecanismos para la percepción del dolor estén funcionando con normalidad. Los humanos somos capaces de sentir un dolor desproporcionado en relación con la lesión recibida e incluso de sentir dolor sin que exista una lesión involucrada. Esto se debe a que estamos hablando de dos fenómenos muy diferentes entre sí: la acción que nos provoca el dolor en sí, y un proceso neural llamado nocicepción (del latín nocere, daño) el cual procesa los estímulos que interpretamos como dañinos para los tejidos.
Valiéndose de sensores especializados en ciertas terminaciones nerviosas sensibles a amenazas químicas, térmicas o de impacto, los nociceptores disparan impulsos eléctricos a través de la espina dorsal hacia el cerebro; éste determina si es necesario hacernos sentir dolor como respuesta al estímulo para protegernos. Usualmente el dolor nos ayuda a evitar más daño a nuestro cuerpo, como cuando retiramos la mano de un objeto muy caliente, pero existen multitud de factores además de la nocicepción que alteran nuestra manera de sentir el dolor, y por lo tanto reducen su utilidad. Existen, por ejemplo, factores biológicos que amplifican las señales enviadas por los nociceptores.
Si una terminación nerviosa se dispara muy a menudo, tal vez el cerebro considere que lo mejor es aumentar su sensibilidad para prevenir el daño. Esto hará que se creen más receptores y se activen más fácilmente, haciendo que la menor presión, digamos en la superficie de la piel, provoque una descarga de dolor, una reacción claramente desproporcionada. En otros casos los nervios se adaptan para transmitir señales de manera más eficiente, lo que amplifica el mensaje que posteriormente se codifica en más dolor. Estos fenómenos son más comunes en personas que experimentan dolor crónico. Hay ocasiones en que un sistema nervioso que se encuentra en estado de alerta y sufrimiento por largos periodos de tiempo, el dolor puede perdurar incluso después de haber sanado la lesión, lo que provoca un círculo vicioso en que mientras más tiempo dure el dolor, más difícil será revertirlo.
Existen otro tipo de factores que afectan el dolor, como los psicológicos, por ejemplo, que alteran la nocicepción y otros procesos cerebrales; así mismo, factores como recuerdos, traumas, creencias acerca del dolor o el padecimiento, así como las expectativas acerca del tratamiento de éste influyen muchísimo en cómo cada individuo percibimos el dolor. Existen estudios científicos realizados en niños han demostrado que aquellos que creen tener un control sobre el dolor experimentan menos dolor que niños que no creen tener ninguno. Finalmente, factores sociales, como la cercanía con la familia o la disponibilidad de apoyo por parte de seres queridos pueden también afectar la percepción del dolor.
Hasta apenas recientemente hemos empezado a desvelar los misterios que existen detrás de la ciencia del dolor, y los campos de estudio son cada vez más amplios y los resultados más promisorios. Anteriormente,por ejemplo pensábamos que las células gliales servían únicamente como soporte estructural; hoy sabemos que juegan un rol importante en la nocicepción, aunque todavía no comprendemos el mecanismo que entra en juego.
En otros estudios, hemos desconectado ciertas terminaciones en la amígdala de ratas de laboratorio y eliminado en ellas por completo la sensación de dolor. El estudio de pacientes con rarísimos padecimientos genéticos que les impiden sentir dolor han abierto camino al estudio de nuevos tipos de drogas analgésicas, e incluso la terapia génica ha empezado a mostrar resultados favorables en la comprensión del complejo mecanismo que existe detrás del dolor.
Fuente: eleconomista.com.mx