La especialista se refirió al impacto que la arqueología tuvo en las obras de Diego Rivera, Siqueiros, Orozco, y otros artistas
La arqueología sirvió para los “propósitos simbólicos e, incluso, políticos” de los muralistas mexicanos, quienes incorporaron “las formas, los colores y la potencia estética” de diferentes objetos prehispánicos a sus obras, señaló la historiadora del arte Itzel Rodríguez Mortellaro, al participar en el ciclo “La arqueología hoy”, que coordina Leonardo López Luján, miembro de El Colegio Nacional.
“Los murales que se pintaron en edificios como el Antiguo Colegio de San Ildefonso, la Secretaría de Educación Pública, el Palacio Nacional, todos estos murales de la que se conoce como la primera etapa del muralismo, tuvieron una relación esencial con el pasado, esta manera de narrar pictóricamente la historia nacional, pero también el contexto social y político de un momento álgido, como lo fue la posrevolución”, señaló la especialista de la UNAM.
En el Aula Mayor de El Colegio Nacional, Rodríguez Mortellaro dictó la conferencia Arqueología y muralismo en el siglo XX, en la que hizo un extenso recorrido histórico mostrando la forma como Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros usaron el pasado prehispánico mexicano para crear una idea de identidad.
“La finalidad de estos murales era educar al pueblo, generar una conciencia, es un arte público precisamente porque se plantea como un arte que no esté escondido de la mirada de la mayoría de las personas, sino, por el contrario, que llegue a un amplio público”, dijo.
Además, agregó, “estamos en una época de nacionalismo, de una reinvención, una vuelta que se da al nacionalismo, que tenía una enorme fuerza legitimadora durante el Porfiriato, y ahora se da un nuevo giro y el pasado prehispánico se pone en el centro, sobre todo en uno de los muralistas más prolíficos de estos artistas nacionales, que es Diego Rivera”.
Fue precisamente en el Porfiriato “cuando se llega, digamos, a su máximo expresión esta idea de la grandeza del pasado indígena; este nacionalismo porfirista va a afincarse sobre el pasado prehispánico, pero es un pasado prehispánico representado en la arquitectura, en la pintura y en la escultura”.
Durante el Porfiriato, recordó, el Museo Nacional “tuvo un trabajo muy intensivo, tenían sus Anales del Museo Nacional, había investigación, tenían mucho prestigio internacional y en la primera década del siglo XX comenzaron a llegar a México importantísimos antropólogos, arqueólogos que contribuían con los proyectos del museo”.
En sus memorias, tanto Diego Rivera como José Clemente Orozco, dijo Rodríguez Mortellaro, “cuentan cómo para ellos era una iniciación entrar a estos espacios (el Museo Nacional), cómo se sentían frente a la Coatlicue, estos lugares cargados de historia, cargados de formas que para ellos resultaron estimulantes en el momento en que quisieron separarse de ese rígido cartabón de la academia”.
Mientras “uno de los primeros artistas que usaron la arqueología para mandar un mensaje que tuviera que ver con la idea de alma nacional” fue Saturnino Herrán. Diego Rivera “tuvo un fuerte impacto del trabajo de Manuel Gamio, que era arqueólogo y después se dedicó más a ser antropólogo y hasta funcionario público, y que publicó un libro en 1916 que se llama Forjando Patria, donde busca establecer los parámetros de cómo México puede ser una nación”.
Coleccionista de arte prehispánico, Diego Rivera “era de verdad enciclopédico e increíble su capacidad de trabajo y de cómo componía; el uso de sus piezas (de su colección prehispánica) las vamos a ir encontrando aquí y allá en sus murales, no solamente de su colección, sino de los códices que va reuniendo en ediciones facsimilares, que va a conocer en el Museo Nacional, esa era una de sus grandes pasiones”.
Impacto artístico en Tenochtitlan
Previo a la participación de la profesora Rodríguez Mortellaro, el arqueólogo colegiado Leonardo López Luján se refirió al impacto que para los mexicas tuvieron, en el imaginario y en el arte, tres ciudades que se desarrollaron cinco siglos antes: Teotihuacan, Xochicalco y Tula.
“Las fuentes históricas nos informan que en los siglos XV y XVI, los mexicas y sus contemporáneos tenían la costumbre de visitar asiduamente las ruinas de estas tres civilizaciones, ya para entonces desaparecidas. Suponían que sus majestuosos monumentos sumidos en el abandono habían sido erigidos por dioses, por gigantes o por pueblos legendarios”, en palabras del colegiado.
En sus recorridos por Teotihuacan, Xochicalco y Tula, “no sólo especulaban sobre las pasadas glorias de sus habitantes, sino que se adentraban, casi como arqueólogos, en el subsuelo con el fin de recuperar esculturas, ofrendas y sepulturas a las que atribuían siempre poderes sobrenaturales. Ya de regreso a Tenochtitlan, muchas de las reliquias que eran recuperadas en las ruinas arqueológicas pertenecientes a los periodos clásico, epiclásico y postclásico temprano”.
Los objetos recuperados “eran reutilizadas como ofrendas en los principales templos del recinto sagrado. Entre ellas, los arqueólogos que trabajamos aquí contra esquina de El Colegio Nacional, hemos encontrado bellas esculturas de piedra y finísimas vasijas de cerámica. Un magnífico ejemplo es una máscara teotihuacana de serpentina, la cual, antes de ser ofrendada en el Templo Mayor, fue transformada por manos mexicas que la recuperaron del subsuelo”.
La reliquia fue sometida a un intenso bruñido para despojarle de la pátina producida por los siglos de enterramiento y luego fue aderezada con ojos, dientes y orejeras de obsidiana, concha y piedra verde.
Los artistas del posclásico tardío que visitaron las ciudades abandonadas memorizaron las formas de los monumentos abandonados “y, seguramente, imagino yo, las copiaron en soportes de papel amate, de piel o de tela. Más tarde, cuando estos artistas regresaban a la capital mexica, los artistas utilizarían seguramente sus bocetos como fuente de inspiración para recrear la plástica de ciudades arqueológicas que creían ser obras de seres portentosos que habían vivido en el pasado remoto”.
Esas reproducciones mexicas, destacó el arqueólogo, han sido identificadas por ejemplo en figuras como la del Chac Mool, que “son réplicas de los antiguos cánones o revival, recreaciones donde se combinan con maestría los estilos antiguos y modernos. Así sucede por ejemplo con las serpientes emplumadas de Xochicalco, seis siglos más tarde, esos relieves fueron reinterpretados con gran libertad”.
Un ejemplo similar sucedió con los murales que mexicas hicieron en Tenochtitlan en el siglo XV, “donde son notorios los temas de índole arqueológica, uno de los casos más sugerentes en este sentido es la llamada Casa de las Águilas, un edificio que fue construido durante el reinado del primer Moctezuma, donde las ricas banquetas policromadas representan procesiones de guerreros devotos porque hacen penitencia, así como largas serpientes de cuerpos ambulantes, son clarísimas evocaciones de las banquetas toltecas talladas unos cuatro siglos antes en su capital del estado de Hidalgo”.
Al comparar los elementos, dijo López Luján, “nos parece que no hay ninguna duda de que los artistas mexicas viajaron a las ruinas de Tula, eso no lo mencionan los colaboradores de Sahagún, excavaron algunos de sus muy derruidos edificios y copiaron, hicieron planos arquitectónicos, copiaron esculturas y pinturas para luego recrearlas en Tenochtitlán”.
Pero un caso “aún más contundente”, relató, “es el de los llamados templos rojos de Tenochtitlan, dos pequeños adoratorios que flanquean al Templo Mayor, estos dos edificios combinan, de manera armónica, tableros y taludes de estilo teotihuacano con alfardas y un atrio típicamente mexica, son híbridos, son combinaciones”.
Fuente: El Colegio Nacional