‘Esta ciudad se encuentra en todas partes’: Sergio Miranda

Una reflexión multidisciplinaria sobre las transformaciones de la capital de México es el objetivo primordial del curso Siempre Noble y Leal: La Ciudad de México a través de la historia, la arquitectura, el cine y la fotografía, coordinado por el narrador y poeta Vicente Quirarte, miembro de El Colegio Nacional.

Desarrollada de manera presencial, y transmitida por las redes sociales de la institución, la primera mesa del curso se origina en una reflexión del historiador Sergio Miranda: Una ciudad no se agota en sí misma, “de hecho, ninguna crónica o disciplina científica logra por sí sola abarcar la complejidad de la ciudad y de su historia. Esta tarea requiere de un análisis multidisciplinario y ofrecer un relato comprensivo y explicativo de cómo el ser humano produce a la ciudad y, a la vez, cómo esta lo produce a él”.

El curso busca ofrecer algunos elementos que permitan construir una idea de cómo es que la Ciudad de México ha venido a convertirse en la megalópolis que es hoy.

“Queremos ofrecer algunos relatos, algunas de las historias sueltas de este fenómeno megalopolitano en que se ha convertido la Ciudad de México, una megalópolis que tiene una población, para el 2017, de más de 21 millones de habitantes y una superficie urbanizada de dos mil 359 kilómetros cuadrados. Cotidianamente es difícil que cada uno de nosotros abarque esta ciudad, sólo con la imaginación y con la información que de ella podemos obtener por diversos medios”, indicó el investigador Sergio Miranda.

Para los que vivimos en ella, y sin percatarnos, esta ciudad nos conmueve, nos duele y nos configura a través de nuestros sentidos y nuestra inteligencia, de nuestra forma de vivir. Justo la ciudad que se propusieron descifrar los románticos los llevó a tomar distancia, aunque siento “que esta ciudad se encuentra en todas partes y es difícil alejarse, tiene uno que sentirse muy lejos para poder estar en esa soledad”, agregó el historiador.

“Los románticos lo vivieron y lo pensaron así, porque la ciudad que les tocó vivir era la ciudad nuclear, todavía la ciudad industrial no había destruido del todo a los viejos límites de la ciudad; de manera que, para ellos, en su percepción y en su poesía, hablar de la ciudad era la posibilidad de salir de ella”.

En el caso de los historiadores, el desafío principal tendría que ser irse muy lejos para salir de ella, una distancia física y temporal, colocarse en el pasado para empezar a entender y a descifrar varios de los caminos que llevaron a definir su figura actual, su forma actual de megalópolis y, con la distancia del pasado y con las herramientas que ofrece una disciplina científico social, “ofrecer una breve forma de estudiar las relaciones entre el espacio y los seres humanos: identificar en esas relaciones aquellos puntos que les conflictúa y aquellos otros que les hacen simbiosis”, propuso Sergio Miranda.

Bajo el título “El embellecimiento de la ciudad porfirista y su crítica en El hijo del Ahuizote”, la joven investigadora Fabiola Hernández Flores recordó que hacia 1898, el semanario ilustrado inauguró la sección “México moderno” para dar a conocer los últimos progresos materiales de la Ciudad de México y que en su primera emisión publicó fotografías de lujosas residencias en las colonias Cuauhtémoc y Juárez.

“Para los lectores las vistas resultaban relevantes, ya que por su exquisito diseño francés, las mansiones constataban la transformación de la capital en una metrópoli cosmopolita; la renovación constante de edificios y calles se denominó el embellecimiento de la ciudad, el remozamiento urbano persiguió conseguir los estándares de belleza, comodidad, higiene y eficiencia de las grandes capitales de Europa y Estados Unidos”.

Dichas mejoras ofrecerían ventajas a los extranjeros en materia de clima, condiciones sanitarias, transporte, alojamiento y negocios: la urbanización estaba pensada para el ámbito internacional, toda vez que, a partir de 1880, el gobierno de Porfirio Díaz se propuso integrar al país en la economía capitalista y, por tanto, la apariencia de la urbe resultaba clave en la captura de inversiones.

“Esto exigía controlar las inundaciones, los hundimientos, la insalubridad y las epidemias frecuentes en la Ciudad de México”, destacó la especialista del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM. Así, por ejemplo, “se decía que los canales tenían que desaparecer, porque la gente aventaba basura y era un foco de enfermedades”.

A la luz de esta política, se impulsaron obras de saneamiento y drenaje, remozamiento de jardines, la apertura de avenidas y la estación de tranvías: iluminación eléctrica, telégrafo y teléfono; al mismo tiempo, se incrementaron las publicaciones que alimentaban expectativas de una vida moderna, pero también existieron impresos críticos, cuyas caricaturas evidenciaron los problemas de la urbanización.

El hijo del Ahuizote se refirió a la apertura de las calles Gante, Palma y 5 de Mayo, las cuales serían importantes arterias comerciales; por ello, el Gobierno Federal y los especuladores –representados por José Yves Limantour y Guillermo Landa y Escandón– auspiciaron su construcción y durante los trabajos se demolieron los conventos de Santa Clara, las capuchinas San Francisco y San Bernardo, así como callejones enteros, “cuyos habitantes de bajos recursos se reubicaron en arrabales”.

“Por su parte, los burgueses que no toleraron la contaminación y los escombros buscaron refugio en fincas en los alrededores de la capital: en una caricatura, El hijo del Ahuizote denunció que los intereses de esta oligarquía sacrificaron el patrimonio de la ciudad, obstruyeron el ambiente y las calles, perturbaron la comodidad de la burguesía y se agregaron a las clases populares: en otras palabras, el embellecimiento de la ciudad benefició a unos cuantos”, recalcó Fabiola Hernández Flores.

Una mirada contemporánea

De la mirada decimonónica ofrecida por Fabiola Hernández, dentro de la primera sesión del curso coordinado por el colegiado Vicente Quirarte, se hizo un viaje hacia mediados del siglo XX, a la regencia de Ernesto P. Uruchurtu, “para muchos una historia desconocida y para otros no tanto”, señaló Carlota Zenteno Martínez, del Instituto Mora Posgrado en Historia–UNAM.

El Distrito Federal, a inicios de la década de 1950, se integraba por 12 delegaciones y la Ciudad de México, misma que fungía como capital de la república, y como ciudad principal del Distrito Federal su administración pública estaba a cargo del Jefe del Departamento del Distrito Federal, una figura política que formaba parte de una estructura gubernamental centralista y jerárquica, ya que desde la pérdida de la autonomía política de la Ciudad de México, en 1929, los jefes del departamento eran designados directamente por el presidente de la república.

Bajo esta situación administrativa, el presidente Adolfo Ruiz Cortines designó, el primero de diciembre de 1952, al sonorense Ernesto P. Uruchurtu como Jefe del Departamento del Distrito Federal, “a partir de aquí inició una administración sin precedentes en la historia política contemporánea de la Ciudad de México, pues con la ratificación que recibirá de Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz, ocupará el cargo ininterrumpidamente hasta el 14 de septiembre de 1966”.

“A la llegada de Uruchurtu, la ciudad experimentaba importantes transformaciones materiales y sociales derivadas de la política económica que, desde finales de la década de 1940, colocó a la industrialización en el eje del crecimiento económico nacional, con lo que el Distrito Federal presentó una intensa migración de pobladores, provenientes de distintos estados del país y, en específico, de zonas rurales”.

De acuerdo con la doctorante en Historia, se trató de un fenómeno inevitable, puesto que los niveles de productividad en el campo eran sustancialmente más bajos comparados con otros sectores de la economía; de esta manera, la dinámica productiva en la capital generó que, durante el proceso de industrialización de 1930 hasta 1950, en su territorio no sólo se concentra el crecimiento industrial más alto del país, “sino también que la población se duplicará en un lapso de tan sólo 10 años”.

“Uruchurtu, como jefe del departamento, tuvo el reto de mantener el control de la capital bajo este contexto: es decir, garantizar la estabilidad social y económica de la ciudad y hacer frente al acelerado crecimiento urbano y poblacional, porque no sólo estaba en juego el prestigio y poder del Gobierno Federal, sino del sistema político enarbolado por el Partido Revolucionario Institucional”.

No obstante, también se requería que tuviera bajo control los diversos intereses que, sobre la ciudad y su desarrollo urbano, prevalecían entre la sociedad, arquitectos y planificadores; la población, por ejemplo, esperaba que se tomarán en cuenta sus demandas de obras públicas, agua, drenaje, alumbrado, pavimentación y mejoras en las ofertas de servicios urbanos, transporte, educación, clínicas médicas, zonas comerciales.

“En materia de planificación urbana estaban las demandas de los arquitectos urbanistas mexicanos, quienes, inspirados en los postulados de la arquitectura moderna norteamericana y europea de principios del siglo XX, van por la descentralización de la capital, sobre todo, por la construcción de conjuntos habitacionales verticales y funcionales”.

Ernesto P. Uruchurtu se propuso liberar el Distrito Federal de prácticas socioculturales que, en voz de las autoridades, no hacían más que demeritar a la ciudad y a sus habitantes: los discursos políticos, la opinión de medios, clases medias y, en especial, las proyecciones de arquitectos urbanistas mexicanos, enarbolaron la modernización urbana, una idea de transformación entre lo tradicional y moderno, resaltó Carlota Zenteno Martínez.

La primera mesa redonda del curso terminó con una ponencia de Héctor Quiroz Rothe, investigador de la Facultad de Arquitectura, de la UNAM, quien como urbanista se preguntó por qué crecen las ciudades: “el crecimiento físico de las ciudades está vinculado a una cuestión básica y todos hemos pensado que tiene que ver con el desarrollo de la economía y los ciclos de la economía”.

“Si la economía crece genera empleos, atrae personas migrantes y prácticamente las grandes ciudades modernas, pues esa es su historia, son ciudades relativamente recientes; pienso, por ejemplo, en Nueva York o en Tokio, las cuales crecieron a partir de la prosperidad y del auge económico”, agregó el investigador.

La Ciudad de México, o varias ciudades de América Latina, se han convertido en el punto medio entre lo que ocurrió en el norte y lo que está pasando en este momento en África en términos de expansión urbana y “digo punto intermedio, porque nuestra ciudad siempre la pienso como un rompecabezas que tiene sectores que se explican perfectamente a partir de teorías generadas en las ciudades del norte global”, aseveró Quiroz Rothe.

Fuente: El Colegio Nacional