Eliot fue el crítico perfecto de la primera mitad del siglo XX: Christopher Domínguez Michael

Para el ensayista, la crítica literaria de Eliot aspira a ocultar la personalidad del poeta y “debe ser un instrumento de la impersonalidad”

En 2022 se cumplirán 100 años de la publicación del que es considerado como el poema cumbre de Thomas Stearns Eliot, La tierra baldía, que apareció el mismo año de En busca del tiempo perdido, de Proust y de Ulises, de James Joyce: “el año capital de la literatura moderna del siglo xx”, en palabras del crítico literario Christopher Domínguez Michael, integrante de El Colegio Nacional, quien impartió la conferencia T. S. Eliot o el poeta como crítico, como parte del ciclo Grandes críticos literarios del siglo xx.

En la sesión, que se transmitió en vivo este jueves 29 de julio a través de las plataformas digitales de la institución, el colegiado abordó distintas características de la obra poética y de crítica literaria del escritor estadounidense, sobre todo a partir de considerarlo una figura paradójica, “porque encarna el grado supremo de lo moderno en poesía y, a la vez, es un hombre con una visión del mundo que se esfuerza en ser profundamente tradicional, a través de la religión”.

“En su proyecto hay un cierto fracaso: todos los esfuerzos que hizo por volverse predicador de la elegancia y la complejidad, que se oponía a la ausencia de religión en el siglo xx, viene de un desamparo que no puede ser si no moderno. Hay quien dice que en la Edad Media no había tradicionalistas, el tradicionalismo es una reacción ante la ausencia de tradición, una insistencia en algo que no existe.”

Desde la perspectiva del crítico literario, la poesía de Eliot, desde sus primeros poemas, hasta La tierra baldía y Los cuatro cuartetos, es un reflejo de esta ausencia, de esta opacidad que debería hacerlo añorar una edad de oro; sin embargo, en Eliot está ausente un sentido utópico.

“Se puede seguir a Eliot sin cruzar la frontera de la cotidianidad, ni embarcarse en la utopía, porque él se concibe como un cristiano practicante, anglocatólico, que no necesita más que su fe para comprometerse con el tipo de sociedad que él imagina.”

Elementos que definieron su manera de entender a la literatura y a sus creadores. Domínguez Michael aseguró que T. S. Eliot es un poeta que ofrece las claves de sus enigmas, su poesía está llena de notas expresas que explican el significado de sus poemas, si bien como toda poesía compleja, su obra está sujeta a la imaginación, a la creatividad, a la actividad del lector, “pero en el mundo de las referencias no creo que sea un poeta hermético, porque su universo es católico en el sentido de la palabra de ‘hecho para todos los hombres’”.

“Él le está hablando al lector moderno, al lector descreído, como lo eran muchos de sus amigos y de sus enemigos, pero también le está hablando a una enorme cantidad de lectores cristianos: donde es más fácil ver el talante intelectual de Eliot, su religiosidad, es desde luego en sus ensayos.”

Acaba de aparecer su obra en prosa, ocho tomos, uno de ellos se llama El crítico perfecto, tomado del título que le había puesto a uno de sus ensayos. Los editores pensaron que, a su manera, en el siglo xx Eliot fue un crítico perfecto.

“A su manera, Eliot fue el crítico perfecto de la primera mitad del siglo xx. Sus intereses eran intereses clásicos, clásicos modernos, si entendemos la modernidad como algo que empieza con Dante, poeta al que le dedicó páginas extraordinarias, lo mismo que él rescató a la poesía isabelina, en buena medida su predilecta”.

Como parte de esa búsqueda, su crítica literaria suele sostenerse en la aspiración de que la poesía debe ocultar la personalidad del poeta, debe ser un instrumento de la impersonalidad; la poesía no es, como creían los románticos, el poeta abriendo y entregando su corazón y sus cuitas al lector, sino todo lo contrario: “alguien que se esconde en sus poemas y que hace de este esconderse un arte perfectamente constituido. Un arte de la impersonalidad”, enfatizó el crítico mexicano.

La religiosidad de un poeta

Eliot no veía ninguna contradicción en defender la autonomía de la poesía en sus textos, al tiempo de profesar su anglocatolicismo de manera ostentosa y pública, de la misma manera en que los críticos del sur eran conservadores, agraristas, enemigos del norte de Estados Unidos, pero a la vez dedicaron su vida a la lectura, verso por verso, palabra por palabra, como un acontecimiento que se explica a sí mismo.

“Curiosamente, cuando lo empezaron a leer y a admirar, los nuevos críticos aseguraban que no aplicaba lo que se veía en su crítica literaria y, en efecto, si uno lee los grandes ensayos de Eliot sobre Dante, sobre Ezra Pound, acerca de todos los poetas de la época isabelina, él no hace lo que desarrollaban sus discípulos y colegas, concentrarse en una lectura minuciosa de los versos, sino hay un discurso intelectual sobre la poesía que a los más radicales de los nuevos críticos les parecía contradictorio.”

Una paradoja que, desde la mirada de Christopher Domínguez Michael, ilustra muy bien los límites de lo que es o debe ser la crítica: quien se propuso la impersonalidad del poeta, que en el poema el poeta se escondiera, hasta niveles casi perfectos, a la vez era un intelectual público, un personaje que tenía una idea de la sociedad.

Otra de las características del intelectual público que fue T. S. Eliot es que, como todo poeta moderno, vivía a disgusto con la modernidad, porque, generalmente a un moderno lo define su absoluta falta de simpatía por su época y es un moderno que, a lo largo de sus poemas y de su crítica literaria, “apuesta por la tradición y esto nos lleva al texto más importante de Eliot, La tradición y el talento individual”.

“Lo que hace a Eliot profundamente moderno es esta pelea con su propio tiempo y esta necesidad de que la tradición sea moderna. Para Eliot, lo mismo que para Octavio Paz o Paul Valery, lo clásico es lo moderno y lo moderno es lo clásico. En la obra de Eliot hay una idea de que la literatura es una cadena del ser que se remonta a Dante, Eliot se remonta al fin de la Edad Media, y esta sigue siendo para él la literatura actual.”

El colegiado reconoció en Eliot a un personaje activo como lector, un hombre de su tiempo que está, con la lectura, tratando de trascender su época, más allá de que muchos de sus apostolados no sean compartidos de manera unánime –“Eliot dice muchas cosas que yo, como lector no estoy de acuerdo, a decir de Domínguez Michael–, pero el clasicismo de la expresión no tiene igual en ningún otro crítico en el siglo xx, por lo menos hasta los años 50 del siglo pasado.

“El siglo xx será el siglo de Eliot y la crítica literaria, por más revolucionaria que se pretenda ser, siempre que quiera amarrarse a esa parte del barco que nunca se hunde y dejar pasar la tormenta del tiempo, siempre tendrá la seguridad de que Eliot es uno de esos mástiles”.

Fuente: El Colegio Nacional