El desarrollo de la imprenta en México contó con mano de obra indígena: Marina Garone Gravier

La colegiada Concepción Company dijo que la evidencia del trabajo de los indígenas en las primeras imprentas muestra que la relación entre los pobladores originarios y los criollos debió ser “más integrada”

Además de niños y mujeres, en los talleres de las primeras imprentas del México posterior a la conquista, trabajaron “un montón” de indígenas a los que se les pagaba por realizar diversas tareas. “Tenemos muchos operarios de talleres, de los que no tenemos nombre y apellidos, pero eso no quiere decir que no estuvieran; así como tenemos niños, tenemos una fuerza de trabajo de mujeres e indígenas que no necesariamente están visibilizados”, señaló la investigadora de la UNAM, Marina Garone Gravier.

Al dictar la conferencia “Espacios de elaboración textual novohispanos. La imprenta”, como parte del ciclo Lengua, espacios y vida cotidiana en México, coordinado por la lingüista Concepción Company Company, miembro de El Colegio Nacional, Garone aseguró que, si bien no se tienen los nombres de esos indígenas, “sabemos que, literalmente, se les pagaba por una tarea de imprenta”.

“Tenemos inclusive, hasta 1614, contratos de aprendizaje de impresores: son jovenzuelos indígenas del barrio de Tlatelolco, no vinculados con la imprenta de Tlatelolco, que establecen contratos de aprendizaje para aprender a componer; es decir, sí estuvieron participando en las tareas tipográficas”, dijo durante su participación en el Aula Mayor de El Colegio Nacional, que también fue transmitida a través de las redes sociales de la institución.

La investigadora del Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la UNAM lamentó que no existan más registros de los indígenas que participaron en el trabajo, como tampoco existe el de las mujeres. “Una esposa de un impresor no iba a firmar contrato con un impresor para trabajar en el taller, como los campesinos de hoy no firman contratos con sus esposas para que trabajen en el campo. Si no entendemos esa dimensión familiar de algunas artes y oficios, vamos a perdernos una parte importante de lo que pasó en la historia”.

A pesar de las ausencias, dijo, “tenemos datos de finales del siglo XVI, con nombre y apellido, al menos a la letra, de cuatro latinos vinculados con el proyecto intelectual del Colegio de Tlatelolco; están citados en la obra de Fray Juan Bautista, quien fue guardián del Colegio de Tlatelolco, que ellos componían en la imprenta, o sea componer es parar la letra, es decir, justamente piscar como si fuera piscar en una milpa, los caracteres para imprimir, ellos no fueron solamente informantes o traductores, se los tiene muy identificados en el proyecto saguntino, pero también fueron habitantes de la imprenta, y de ellos sí se tiene dato”.

Para la colegiada Concepción Company, la evidencia del trabajo de indígenas en las primeras imprentas nos muestra que la relación entre los pobladores originarios y los criollos debió ser “más integrada”.

“Es interesante porque siempre concebimos el mundo indígena absolutamente separado del mundo criollo, sobre todo por las leyes de los Austrias, de separación de pueblos de indios y pueblos de criollos, pero en muchísimos datos de lengua y en muchísimos oficios había una interacción”, consideró.

Además “a mí me sorprende que haya gramáticas en lenguas amerindias tan tempranas, devocionarios, confesionarios, que eran herramientas utilísimas, necesarias, porque si no nos hubiera llevado a cabo, hablando en claro, el proceso de conquista, porque la conquista no fue en 24 horas, cuando pusieron el primer pie los españoles, fue un proceso muy largo, complejo, pero es un proceso colectivo, colaborativo, donde la separación de estamentos existe, pero no es tan separado, ni de etnias, como pensamos”.

“Esta separación tajante que nos dicen, o que aprendemos en los primeros cursos de historia de pueblos de indios, pueblos de españoles, el espacio de la imprenta nos muestra que podía ser mucho más integrado”, afirmó la colegiada.

Lengua y edición de libros

Para tener una apreciación correcta de la cultura escrita mexicana, sostuvo Marina Garone Gravier, debe ser tomado en cuenta el cruce entre lengua y edición. “Sólo mediante la correcta valoración material de los impresos, las evidencias físicas: manosear los libros, ir a las bibliotecas, usar el patrimonio bibliográfico y el análisis de la composición tipográfica, se puede garantizar la descripción del documento y conocer la historia de la transmisión de los textos”.

En esa medida, señaló “el cruce entre lengua y edición no puede ser soslayado si se pretende una correcta apreciación textual de la cultura escrita mexicana, bueno, de todos los lugares, pero acá estamos en México. A la vez, el estudio de este cruce permite trazar una mejor y más adecuada comprensión de las artes del libro en México, en la Nueva España, y su vínculo con la lengua”.

Durante su ponencia en El Colegio Nacional, Garone Gravier detalló el funcionamiento que tuvieron las primeras imprentas en la Nueva España, tanto en su regulación, como en el espacio físico que ocupaban, los diferentes oficios que ahí se llevaban a cabo, así como en el laborioso arte de elaborar libros.

“Nosotros estamos ahora en el Centro Histórico, que fue el lugar privilegiado de emplazamiento de las imprentas durante el periodo novohispano, inclusive, muy adentrados del siglo XIX, al menos en la Ciudad de México, y eso pasa en las otras metrópolis de lo que hoy entendemos como México, Estado-nación, tanto Puebla, como Guadalajara, obviamente Veracruz, y luego, después de la independencia nacional, en otros estados de la República”.

Garone Gravier centró su reflexión en torno al “entramado laboral que permitió y posibilitó el producto tipográfico, el producto impreso” en el periodo novohispano. Desde esa mirada, dijo, se “tira por tierra la falsa dicotomía entre hacer y pensar, en este caso, entre escribir y publicar, que ha hecho tanto daño, desde mi perspectiva, para una apreciación integral de las culturas”.

La imprenta tipográfica “posibilitó la aparición de nuevos oficios, aprendizajes y prácticas que se fueron estabilizando con el paso del tiempo y, como toda arte y oficio, requerían un entrenamiento específico: quien enseñaba se obligaba a dar comida, vestido y alojamiento al aprendiz”.

Las imprentas, además, “podían también establecer tratos con proveedores externos, como grabadores de imágenes, papeleros o encuadernadores. Sin embargo, no todos los operarios del taller establecían contratos formales como en el caso de los ayudantes de menor rango, que podían ser, por ejemplo, los encargados de limpiar y ordenar el material tipográfico o mojar el papel y colgar los pliegos luego de ser impresos”.

La estructura laboral de la imprenta, explicó, “era jerárquica y habitualmente estaba integrada por maestros, oficiales y aprendices. Los vinculados con los haceres y saberes de la tipografía y la imprenta ocupan un lugar relevante ya que nos permiten conocer las formas de organización y división del trabajo de esos espacios productivos, los aspectos técnicos y materiales en torno de los cuales se producían libros, publicaciones periódicas, folletos y otros documentos”.

Garone Gravier refirió que, recientemente, la Biblioteca Nacional de México adquirió un Reglamento para el gobierno interior de la imprenta, firmado por Pedro Piña en la ciudad de Zacatecas, en enero de 1829. “El reglamento, de sólo 15 páginas, está organizado en 29 artículos distribuidos en cuatro capítulos. Los capítulos son del director, de los compositores o cajistas, de los tiradores o prensistas, de los tintadores, y finaliza con algunas advertencias generales; en cada capítulo se detallan y describen las obligaciones y funciones de cada operario de la oficina”.

Fuente: El Colegio Nacional