El canibalismo, un ritual con implicaciones políticas y culturales: Lomnitz

El canibalismo ha vuelto a aparecer en México, pero no como el renacimiento de grandes culturas antiguas, sino “como un atropello a la ley y a la moral que sirve para sellar un pacto secreto”: Lomnitz

Antes del cristianismo, en Mesoamérica un sacrificio humano era un ritual colectivo y “comer algunas partes del cuerpo de la víctima sacrificial era un acto normado por la tradición”; en la actualidad, el canibalismo es una abominación, un acto que, en general, no sólo produce el horror del enemigo, sino que inspira también repulsión, cuando no franco pavor en la persona que ingiere la carne humana, que teme que con la ingestión de la carne de otro ser humano, “se estará condenado para siempre a ver el hombre como enemigo del hombre, es decir, como un animal que no tiene redención posible”.

Reflexión del antropólogo Claudio Lomnitz, miembro de El Colegio Nacional, al dictar la conferencia “El canibalismo, hoy (primera parte)”, como parte del ciclo Nuevo Estado, nuevas soberanías, en donde se propuso analizar un hecho que pareciera formar parte del pasado de la humanidad, pero que aún se presenta en distintas circunstancias, sobre todo en relación con el narcotráfico.

“Por esta diferencia entre el sentido del sacrificio humano en la antigüedad pagana y el mundo moderno cristiano o secular, el canibalismo puede servir hoy para algo muy diferente: digamos que el sacrificio puede ser usado para sellar un acuerdo inconfesable, pues quienes participan en el asesinato y en el consumo de la carne de su víctima compartirán un secreto que los podría condenar”, sostuvo.

Durante la conferencia dictada de manera presencial, en el Aula Mayor de El Colegio Nacional, el catedrático en la Universidad de Columbia reconoció que el canibalismo ha vuelto a aparecer en México, pero no como el renacimiento de grandes culturas antiguas, sino como un atropello a la ley y a la moral que sirve para sellar un pacto secreto: es, desde ahí, desde ese atropello, que el canibalismo ha empezado a crecer no como la religión de un nuevo imperio fantaseado por Diego Rivera, sino como una sospecha de confabulación entre justos y pecadores, buenos y malos.

Durante las conferencias de este ciclo, el antropólogo mexicano se dará a la tarea de mostrar la idea del canibalismo no como un asunto metafórico, quizás un poco trivial: “se trata de un nuevo canibalismo, cuyas implicaciones culturales y políticas son muy relevantes, mucho más allá de las prácticas caníbales en sí mismas”.

“Siempre ha habido actos excepcionales de canibalismo en el México moderno, han sido materia si no rutinaria, al menos ocasional de la prensa sensacionalista, con titulares del tipo ‘Lo mató y se lo comió en tamales’, referidos como actos desesperados de violencia doméstica; han sido materia de hojas volantes desde tiempos de José Guadalupe Posada y durante varias décadas del siglo XX hubo periódicos enteros, como Alarma y Alerta, que se especializaban en esta clase de nota”, señaló Lomnitz.

Se trataba, casi siempre, de casos donde el canibalismo consumaba un crimen pasional o, bien, de algún sociópata, asesino serial. También hubo quien lo llegó a practicar debido a las circunstancias que enfrentaba, como sucedió con los sobrevivientes de los Andes, las víctimas de un accidente aéreo, quienes tuvieron que alimentarse con la carne de sus compañeros muertos para poder sobrevivir, hasta que fueron rescatados.

“En México, la aparición de un nuevo canibalismo se presenta con todo su horror y fascinación por primera vez en un escándalo público de 1989 conocido como el de los narcosatánicos; este caso se aparta, en su sentido fundamental, de los ejemplos anteriores, porque son canibalismos asociados al crimen organizado”.

La noche del 14 de marzo de 1989, Mark Kilroy, un estudiante de la Universidad de Texas en Austin desapareció en la ciudad de Matamoros, Tamaulipas: era springbreak y había cruzado la frontera desde Brownsville para ir a los bares; su desaparición desató un gran escándalo y una búsqueda muy intensa de ambos lados de la frontera, si bien las autoridades estadounidenses ejercieron una gran presión sobre sus contrapartes mexicanas para que apareciera Kilroy.

Las fotos de Kilroy circularon ampliamente, incluso por televisión; a las 12 semanas de su desaparición, aunque por motivos totalmente ajenos a ella, se realizó un gran operativo antinarcóticos en esa frontera –calificado como el mayor que había habido hasta entonces: mil 200 agentes, una treintena de aviones y una docena helicópteros aumentaron la vigilancia y las revisiones a lo largo de una frontera que, en cuestión de dos o tres años, se había transformado el mayor puerto entrada de cocaína a los Estados Unidos.

“El 8 de abril, una camioneta hizo una maniobra sospechosa para esquivar uno de esos retenes y los policías la siguieron hasta el rancho Santa Elena, en las afueras de Matamoros, en una zona donde ya se sospechaba que salía mucho contrabando, y, efectivamente, los patrulleros hallaron importantes cantidades de marihuana y algunas armas; pero, además, al mostrarle la foto de Kilroy al velador del rancho reconoció al joven y dijo que había estado en una de las casitas de Santa Elena”, narró el antropólogo.

Un culto asociado al narcotráfico

De esta manera, recordó Claudio Lomnitz, se descubrió no sólo el cuerpo del estudiante estadounidense, también el de al menos 11 cuerpos enterrados en las fosas, ”varios de esos cuerpos desollados”.

El rancho Santa Elena pertenecía a unos traficantes de marihuana, Helio y Serafín Hernández, aunque en el rancho había también un adoratorio con toda la parafernalia del rito “Palo Mayombe y los implementos encontrados en ese templo incluían un caldero ritual, así como palos y fierros con sangre y sesos humanos”.

El culto era manejado por Adolfo de Jesús Constanzo y en las declaraciones de los testigos “se estableció que Constanzo era la figura principal o líder de una compleja red, en principio, la responsable de todos esos asesinatos”.

“Se trataba de un ritual de sacrificio humano para proteger el contrabando de drogas: una colectividad que estaba ligada a una nueva economía ilícita, que necesitaba resguardar muchos secretos. Mi tesis es que el nuevo canibalismo mexicano es, en su origen, un dispositivo exageradamente violento, que sirve para construir una relación de complicidad capaz de guardar lealmente cualquier secreto”, sostuvo el investigador.

De acuerdo con Claudio Lomnitz, no es casualidad que el caso de los narcosatánicos ocurriera en el Matamoros de finales de los años 80 del siglo pasado; en un lugar y momento en que hubo un crecimiento exponencial del volumen y valor del narcotráfico, gracias a la introducción de un nuevo producto: la cocaína.

Aunque el producto podía ser comercializado desde Matamoros, usando una vieja y experimentada red de contrabandistas, con una práctica veterana en el tráfico de autos robados y de marihuana, con buenos contactos de ambos lados de la frontera internacional, “el tráfico de cocaína requería también una ampliación radical de contactos y relaciones: la vieja mafia fronteriza de Tamaulipas tenía que crear lazos confiables con los colombianos, el Cartel de Cali, con quienes estaba asociada”.

Pero también necesitaban inventar relaciones confiables en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México y en otros aeropuertos internacionales de México, como el de Cancún, lo que significaba ampliar la red de contactos en la entonces policía judicial federal, las fuerzas armadas y entre políticos de alto nivel, “había también que ampliar canales de distribución en los Estados Unidos, así como encontrar nuevos rubros económicos de inversión para el lavado de inmensas cantidades de dinero en efectivo que estaban recibiendo”.

“Así, el crecimiento vertiginoso de la economía de contrabando de drogas en esa frontera, específicamente en esos años, trajo consigo retos enormes, pues había que garantizar complicidades y lealtades múltiples en un contexto en que también había que depender peligrosamente de nuevos contactos; el dinero serviría en principio justamente para construir esta clase de complicidades y para comprar silencios, pero el dinero en sí no podía garantizar las lealtades”, aseguró el colegiado.

Ahí es donde ingresan estas nuevas formas de violencia: el canibalismo de nuestro tiempo, a decir de Claudio Lomnitz, por lo que se hizo necesario que los grupos delictivos complementaran su poder persuasivo con otras herramientas, como el terror: “la construcción de complicidades que fueran capaces de proteger los secretos más recónditos requiere no sólo de dinero ni solamente el miedo a ser reprimido, sino que pide además cierto suplemento cultural y psicológico. Los mal llamados narcosatánicos estaban metidos en el negocio y arte de proteger secretos y crear complicidades”.

La próxima sesión del ciclo Nuevo Estado, nuevas soberanías, tendrá lugar en El Colegio Nacional el próximo martes 14 de junio. La conferencia titulada “La invisibilidad”, impartida por el colegiado Claudio Lomnitz, dará continuación a las reflexiones en torno al canibalismo actual en México.

Fuente: El Colegio Nacional