Albert y el experimento que reveló la crueldad de la ciencia

Evelia Domínguez

La ciencia lo repudió por utilizar a un bebé huérfano de aproximadamente 9 meses, con el mero objetivo de demostrar la teoría conductista.

John Broadus Watson, fue uno de los psicólogos más importantes y pieza clave para el desarrollo del condicionamiento operante que cobró mayor fuerza con las aportaciones que hizo otro de sus colegas, Burrhus Frederic Skinner.

Como todo campo científico, la psicología estaba concentrada en descubrir los enigmas de la mente humana. Lo que dio como resultado que se practicaran experimentos, que, si bien sirvieron de base para expandir el conocimiento, también habría que resaltar que causaron controversia por lo éticamente cuestionables que fueron.

Indudablemente, los estudios que comenzó a concretar Watson junto a Rosalie Rayner, su ayudante incondicional, lo colocó en el pódium de la historia, una vez que evidenció los principios del llamado condicionamiento clásico. Mecanismo relacionado a la escuela o teoría conductista.

La teoría conductista es un enfoque de la psicología científica que sienta sus bases en que la conducta humana se puede explicar en relación con estímulos y respuestas. Uno de los fundadores de esta escuela es Iván Pavlov, quien ensayó con un perro, sometiéndolo a sentir hambre cada vez que sonaba una campana, provocando que éste salivara. Fungiendo, la campana como estímulo; y la saliva como la respuesta.

Pero qué fue lo que el psicólogo estadounidense efectuó para explicar dicha teoría. Pues bien, en 1919, Watson buscó a un bebé en un orfanato. La razón más apremiante es que debía elegirse a un sujeto que aún no hubiera manifestado emociones muy intensas.

Así fue como seleccionó al pequeño de nombre Albert, quien, hasta ese momento, tenía un temperamento dócil y sereno.

Las pruebas comenzaron y una de ellas consistía en probar con la emoción del miedo. Para el bebé Albert significó una sensación nueva porque nunca había sentido temor a los animales o muñecos de felpa.

Entonces, Watson planeó colocar a Albert en el piso para exponerlo ante la presencia de una rata blanca y al mismo tiempo producir un ruido fuerte, golpeando una barra detrás de la cabeza del niño.

Al principio, Albert quiso tocar a la rata de laboratorio, pero cuando hizo intentos de acercarse a ella, Watson golpeaba la barra metálica.

Después de varios ensayos, el niño lloraba ante la existencia de la rata. Luego, mostró generalización del estímulo ante bloques, un perro, lana, un abrigo, etc.

Albert aprendió el temor

Por varias semanas más, Albert estuvo doblegado a este tipo de ensayos. Y en todos ellos, lloraba cuando veía a la rata sin necesidad de escuchar el ruido metálico.

John Watson prosiguió con el segundo objetivo, exhibiendo ante Albert una serie de objetos inanimados como un abrigo de piel de foca e incluso el propio especialista se mostró con una máscara y barba de Santa Claus, llevando al pequeño individuo a huir y escabullirse con el temor infundado hasta los huesos.

De esta manera, Watson cimentó y fundamentó su visión de la emocionalidad de los recién nacidos, considerando que los bebés solo podían presentar miedo, amor y cólera.

Todo un año como “conejillo de indias”

Por casi un año, el dúo de psicólogos trabajó con Albert. Y en dicho periodo, el bebé pasó de una fase de tranquilidad a vivir en un estado de continua ansiedad.

La serie de verificaciones a la que Watson expuso al recién nacido suscitó que la comunidad científica decidiera expulsarlo por lo polémica de su tarea investigativa y sobre todo su experimentación.

Además, de que, en la segunda fase del experimento, Watson no logró revertir el condicionamiento; es decir, en “descondicionar” los miedos previamente condicionados.

Sobre el desarrollo físico y mental de Albert, cuyo nombre verdadero era Douglas Merrite, existe la suposición de que falleció a la edad de seis años de una hidrocefalia congénita. Sin embargo, existen otras versiones que confirman que todo fue resultado de una meningitis.

Empero, aquí lo que hay que destacar es que para algunos amantes de la ciencia no hay obstáculos a derribar, siempre y cuando se compruebe de forma fehaciente, la búsqueda de sus deseos. Y así tengan que hacer indagaciones incómodas, para ellos, no hay trasgresión alguna. A pesar de que, en ocasiones, han violado muchas de las normas y de la tan conveniente y vanagloriada ética. Porque cualquier investigador o científico que realice experimentos debe respetar la vida humana.

Fuente: elsoldecuernavaca.com.mx