Una IA logra descifrar el pensamiento de ratones analizando sus expresiones faciales

Esta investigación, publicada en Nature Neuroscience, podría redefinir el modo en que estudiamos la mente, y nos obliga a replantear los límites de la privacidad mental

En los pliegues de una mejilla, en la tensión apenas perceptible de un bigote o en el parpadeo mínimo de un ojo, podría esconderse el rastro de un pensamiento. Así lo sugiere un estudio pionero llevado a cabo por investigadores de la Fundación Champalimaud, en Lisboa, quienes han demostrado que es posible leer las intenciones cognitivas de los ratones simplemente observando su rostro.

Con la ayuda de algoritmos de aprendizaje automático, el equipo logró descifrar patrones mentales que ni siquiera los propios animales estaban expresando de forma activa.

El experimento fue sencillo en su diseño, pero monumental en sus implicaciones: los ratones debían decidir entre dos bebederos, uno de los cuales ofrecía agua con azúcar.

Como la recompensa cambiaba de lugar, los animales se veían forzados a generar estrategias, hipótesis, y expectativas. A medida que tomaban decisiones, sus rostros eran grabados y sus cerebros, escaneados. La sorpresa llegó cuando los científicos comprobaron que los movimientos faciales eran tan reveladores como los propios registros neuronales.

¿Pensamientos humanos?

Este hallazgo representa una ruptura metodológica: si los rostros de los ratones reflejan con tanta fidelidad sus procesos mentales, ¿podríamos algún día leer pensamientos humanos mediante simples cámaras? Lo que antes parecía fantasía de ciencia ficción (una suerte de telepatía digital) comienza a asomar como posibilidad concreta en la frontera de la neurociencia y la inteligencia artificial.

Más allá de la fascinación técnica, el estudio ha revelado que los ratones expresan simultáneamente varias estrategias mentales, incluso aquellas que no están utilizando activamente en ese momento.

Es decir, su rostro puede delatar pensamientos latentes, no ejecutados, que aún residen en el ámbito de la posibilidad. Este fenómeno sugiere que los movimientos incidentales (esos que parecen accidentales o sin propósito) no son tan inocentes como creíamos: pueden ser la manifestación física de una tormenta silenciosa de ideas.

Gestos universales

Al profundizar en los datos, los investigadores notaron algo aún más insólito: distintos ratones parecían usar patrones faciales similares para representar las mismas estrategias cognitivas. Esto lleva a pensar que ciertos gestos pueden ser universales en su carga mental, del mismo modo que las emociones humanas se reflejan en expresiones que trascienden culturas y geografías. Como lo ha expresadoDavide Reato, coautor del estudio, “la similitud entre los ratones fue aún más sorprendente que los propios resultados”.

Según los autores, la investigación abre un nuevo sendero para explorar el cerebro sin necesidad de técnicas invasivas, lo que podría ser especialmente útil para estudiar enfermedades neurológicas sin alterar el comportamiento del paciente. De este modo, la IA se convierte en una lupa silenciosa que observa sin tocar, revelando lo que hasta ahora solo podía alcanzarse con cables, sondas y bisturíes.

No obstante, los autores del estudio advierten sobre una consecuencia inquietante: si los rostros, grabados en vídeo, contienen tanta información mental como los cerebros mismos, ¿qué ocurre con la privacidad? En un mundo saturado de cámaras, donde cada gesto es potencialmente escaneado, la idea de proteger los pensamientos se vuelve más urgente.

Así, la frontera entre lo interno y lo externo se difumina. El rostro, esa máscara que creíamos tener bajo control, resulta ser un espejo involuntario del alma (o al menos, del sistema nervioso). Hoy lo hemos comprobado en ratones. Mañana, quizás, en nosotros mismos.

Fuente: nationalgeographic.com.es

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