De acuerdo con Valdés, eran las 9:40 de la mañana del 14 de septiembre de 2015, todo parecía normal en el segundo día de operación de la nueva fase del Observatorio de Ondas Gravitacionales por Interferometría Láser (LIGO, por sus siglas en inglés). Tan solo 10 minutos después, el corazón de los más de mil científicos —provenientes de más de una docena de países, entre ellos México— que ahí trabajan latió fuertemente, pues observaban por primera vez una presunta onda gravitacional.
Y es que la comprobación de la existencia de las ondas gravitacionales se había buscado desde hace 100 años, luego de que Albert Einstein propusiera en la teoría de la relatividad general que la fuerza de gravedad es el resultado de la curvatura del espacio-tiempo.
En entrevista para la Agencia Informativa Conacyt, el mexicano que actualmente trabaja en el Centro de Astronomía de Ondas Gravitacionales, de la Universidad de Texas, explica que LIGO utiliza cientos de sensores, micrófonos, sismómetros, magnetómetros y detectores de rayos cósmicos, entre otros, que monitorean diversos fenómenos naturales entre ellos la onda gravitacional.
“Si un fenómeno acontece, es detectado con mayor amplitud por estos sensores. De esta manera, si no hubiera presentado las características de una onda gravitacional, se descartaría automáticamente; sin embargo, lo que registraron los sensores en ese histórico 14 de septiembre no podía ser otra cosa que una onda gravitacional”.
También detalla que LIGO consiste en dos detectores, uno está ubicado en el estado de Louisiana y otro en Washington, ambos en Estados Unidos, existe entre ellos una separación de alrededor tres mil kilómetros. Por lo tanto, cuando ambos detectores observan la misma forma de onda al mismo tiempo, la posibilidad de que esto que se observaba por primera vez fuera una onda gravitacional era gigantesca.
No obstante, nadie festejó ni dijo nada hasta la junta de medio día que siempre tienen. “En LIGO tenemos un plan a seguir para comprobar que cualquier candidato a detección sea real. El candidato tenía todas las características de una onda gravitacional y uno de los primeros pasos fue investigar que este candidato a detección no fuera una inyección, es decir, manipulaciones forzadas para monitorear la calibración del detector”, narra.
“En la junta que tuvimos, los que pertenecemos al grupo de caracterización del detector, se les preguntó a las personas correspondientes: ‘¿Alguna inyección se realizó durante este candidato a detección?’. La respuesta fue un rotundo: ‘No’”, relata el físico quien es becario del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt).
Ante esta respuesta que negaba que alguien hubiera “alterado” el monitoreo para calibrar el detector y que de alguna manera confirmaba la existencia de las tan buscadas ondas gravitacionales, las muestras de felicidad no se hicieron esperar.
“Podías ver muchas caras de incertidumbre y risas entre nerviosas y de felicidad, pero todos sabíamos que nos esperaba un largo camino por recorrer antes de confirmar que nuestra detección era real”.
Desde ese momento y hasta el 11 de febrero cuando se anunció en conferencia de prensa que las ondas gravitacionales existían, fueron cinco meses de intenso trabajo para todos los científicos que laboran en dicho experimento.
“Se trabajaba a marchas forzadas para saber el resultado, todos lo hacíamos con gusto porque estábamos impacientes de conocer el resultado. Una vez que concluimos el plan y conocimos el resultado no cabíamos de felicidad. Pero no fue hasta el día 11 de febrero de 2016 cuando David Reitze, director ejecutivo de LIGO, mencionó las palabras que han quedo grabadas en mi mente y corazón: ‘Ladies and gentlemen, we have detected gravitational-waves, we did it!’. En ese instante todos lloramos, reímos, brincamos y aplaudimos de la felicidad”, describe emocionado el científico mexicano.
Fuente: eluniversal.com.mx