Galardonan a boricua que creo tecnología que ilumina el corazón con video-catéteres
Su invento marcaría una revolución en el mundo de la cardiología. El cardiólogo puertorriqueño Marco Mercader ha sido el creador de una nueva tecnología que permite diseñar catéteres que iluminan –con cámaras y filtros especiales– el tejido cardíaco, para detectar mejor que nunca las señales sobre el estado de los tejidos del corazón, sobre todo en los momentos en que el paciente está entre la vida y la muerte.
El producto ya ha sido probado con éxito en Europa y acaba de recibir una subvención de $2 millones del gobierno federal que permitirá tres años de investigaciones adicionales, junto con otros expertos. Luego irán tras la aprobación de la Administración federal de Alimentos y Drogas (FDA).
Mercader, de 45 años y natural de Arecibo, lleva dos décadas asociado a la Universidad de George Washington, en la capital estadounidense, donde es profesor adjunto, tiene su clínica, hace sus investigaciones y pertenece al Instituto Cardiovascular Cheney.
El Instituto se puso en marcha en 2006 por medio de una donación de $2.7 millones del entonces vicepresidente Richard Cheney –a quien Mercader atendió justo antes del también exsecretario de Defensa aceptar hacer tándem con George W. Bush para las elecciones de 2000– y su esposa Lynn.
“He dedicado mi vida a estudiar las enfermedades del ritmo del corazón”, indicó Mercader, en una entrevista en sus oficinas, al hablar de su especialización en electrofisiología, que estudia las propiedades eléctricas de células y tejidos.
Sus orígenes están en Arecibo, a cuyas playas –Sardinera y Casi Pesca– trata de regresar cada año, junto a su esposa, Eleni, y su hijo de nueve años.
Hijo de un puertorriqueño, Elman Mercader, ya fallecido, y una brasileña, Lenora Sabino, quien mantiene su casa en Jardines de Arecibo, a minutos de la ciudad y cerca del colegio católico San Felipe en que, al igual que sus cinco hermanos, estudió.
¿Qué significa su proyecto?
—En los catéteres que se usan para el procedimiento de las ablaciones, para tratar las fibrilaciones auriculares, hemos colocado unas fibras ópticas que nos ayudan a iluminar el tejido cardíaco y a obtener la fluorescencia de “NADH”, una reacción química natural que ocurre al iluminar las células del corazón con una luz ultravioleta. Con esa información podemos analizar las lesiones que se han creado en el corazón. Llevamos desde 2011 estudiando esto.
¿Y cómo marcha?
—En 2012 hicimos los experimentos en animales pequeños. A finales de noviembre de 2015 hicimos por vez primera, en Praga, República Checa, el estudio en humanos. Ahora el gobierno federal nos va a apoyar con $2 millones para seguir las investigaciones. Con el apoyo del gobierno se va a poder desarrollar la tecnología.
¿Cómo fue el estudio en Praga?
—Es la primera vez que se usó la modificación del catéter en el examen de una persona, con problemas eléctricos del corazón. Los catéteres con los que se hacen esas pruebas ya existen. En este caso, hemos agregado la modificación nuestra, en busca de ayudar a nuestros doctores a tener más y mejor información. Esa iluminación ayuda a hacer los procedimientos con más efectividad y a tener mejores resultados.
¿Qué le ofrece eso al cardiólogo?
—Lo primero es la información de donde se hace el contacto con el tejido del corazón. Si uno no sabe dónde está el catéter, no puede empujarlo mucho. Con el catéter que tenemos podemos saber con exactitud cuándo está en contacto o no con el tejido del corazón. Es decir, uno puede tomar una mejor decisión si el contacto es bueno para realizar una ablación (el procedimiento que se utiliza para crear cicatrices que permitan detectar el origen del problema en el corazón y así poder destruir el tejido que lo causa). Además de la información de contacto, con la información NADH que se obtiene del tejido, nos provee la información de cómo están las células del corazón en esa área en que está el catéter.
¿Y ahí está la diferencia?
—Todos los doctores están familiarizados en cómo llevar el catéter hasta allí y quemar el tejido dañado. Lo que le añadimos nosotros es dar la información que ayuda a determinar si el contacto del catéter con el tejido es bueno. Nos da, además, la información sobre las lesiones que se han creado en el corazón. Es la retroalimentación del tejido del corazón. Queremos saber si esas células las estamos eliminando bien o no.
¿Cómo se mide el éxito de esas primeras pruebas?
— El éxito fue que, después de tres años de desarrollar la tecnología en animales, asegurando que tenemos todo lo que necesitamos para utilizarlo en los humanos, pudimos comprobar que lo que hemos visto en los animales también se logra en los humanos. Ahora hacemos esos procedimientos un poco a lo ciego, pensando que estamos en el sitio correcto, con los rayos X y con los aparatos que hacen reconstrucción en tres dimensiones, pero la información no es directa.
¿Cuán frecuentes son las enfermedades del corazón?
—Le digo a todo el mundo que si llegan a los 100 años van a tener problemas del corazón. Hay millones de personas con la enfermedad de fibrilación auricular, que es en lo que me especializo. La otra es la fibrilación ventricular. Una es de las aurículas (la derecha, por ejemplo, es la cavidad que recibe la sangre que mantiene el movimiento del corazón). La otra es la del ventrículo, entre 350 mil a 400 mil se mueren cada año de esa enfermedad.
¿Cómo desarrollaron la tecnología?
—La Universidad George Washington nos dio mucho apoyo. Decidieron utilizar dinero para integrar sus científicos con la idea de desarrollar nuevos proyectos. Nos dieron becas para pagar por los estudios básicos. El primer desarrollo importante fue que se nos aprobara una patente en la Oficina de Patentes de Estados Unidos.
Ese fue el momento clave.
—La mayoría de las patentes son rechazadas completamente. Afortunadamente, el concepto que sometimos, dijeron que era único y diferente de todas otras ideas presentadas.
¿Y el elemento de la producción?
—La universidad no tiene el dinero para convertir el producto en una compañía. Nos promocionamos con varias empresas de inversiones. La compañía más interesante e interesada fue Allied Minds, con base en Inglaterra y con subsidiaria en Boston, Massachusetts. Para ellos tomar su decisión, contrataron ingenieros de otras compañías que participaron de la reunión. Los ingenieros de esas otras compañías consideraron que era un buen proyecto y afirmaron que, si tuvieran el dinero, invertirían en el producto. Esa opinión ayudó a conseguir la inversión inicial necesaria.
¿De ahí nace LuxCath, la empresa que inicialmente desarrolla el producto?
—Nos dieron $500,000 para ver qué pasaba en un año. Contratamos ingenieros, algunos de los cuales aún trabajan con nosotros en la planta de Carolina del Norte. La gente de ingeniería se sentó con nosotros, comenzó a conocer el concepto de ciencia básica y cómo trasladar el concepto a algo que se pudiera usar en la clínica. Trabajamos varios años hasta tener un producto finalizado, que tiene un sistema de computación, de análisis, un circuito electrónico que hace la iluminación y el análisis de las señales. Ahora las próximas investigaciones, con fondos del Instituto Nacional de Salud (NIH), se hacen por medio de la compañía Nocturnal Product Development.
¿Se imaginó en esta área de la medicina?
—Todo se puede hacer si uno pone suficiente esfuerzo y dedicación. Sabemos que se puede construir ese catéter, pero queremos hacerlo de una manea bien efectiva, que no cueste mucho, que se pueda vender y muchos doctores lo puedan usar.
Me decía que originalmente no pensó ser médico.
—Mi carrera era la ingeniería. Desde la escuela secundaria, en el colegio San Felipe de Arecibo, era muy bueno en matemática. Siempre estoy muy orgulloso de ese tiempo en el colegio. Mi mamá trabajó en el colegio, donde era maestra de francés y artes manuales. Siempre nos contó que trabajó allí para que pudiéramos estudiar todos mis hermanos y hermanas en el colegio. Todos fuimos a la universidad. Somos seis hermanos.
Inicialmente va a la Universidad de Syracuse.
—A las personas que les gustan las matemáticas generalmente les gusta la ingeniería. Me atrajo la ingeniería biomédica, una especialidad de la ingeniería en aplicaciones para el cuerpo humano. Ahí estudiamos los desfibriladores y los ritmos anormales del corazón. Mientras estudiaba empecé a hacer investigaciones con el doctor José Jalife, mexicano, como un trabajo de verano. Me ofreció la oportunidad de estudiar las arritmias, y me gustó mucho ese campo. Entendí que para eso había que estudiar medicina. Cuando entré a la Escuela de Medicina, por mi trasfondo, me acerqué a la cardiología.
¿La muerte de su papá le ayudó también a acercarse a la cardiología?
—Ayudó a motivarme. Mi padre tuvo un problema con la enfermedad de fibrilación auricular, que causa derrames cerebrales. Le dio un derrame cerebral en Puerto Ricio cuando estaba en universidad. No me vio graduarme de la Escuela de Medicina.
¿Son autoritarios los cardiólogos?
—Si el doctor no está calmado, todo se hace más difícil. Uno tiene que demostrar que uno es el líder y que uno puede hacer el tratamiento bien. Hay que demostrar que uno está en control del proceso. Se trabaja en equipo, somos unas 10 personas en la sala de operación, y todo el mundo depende de lo que uno diga.
Cuando un paciente llega a donde usted, contrario a cuando uno tiene un catarro, seguramente lo ve como un salvador.
—El paciente desarrolla confianza con el doctor. Eso sí hay que tenerlo. Hay que hablarle de todo el procedimiento, los posibles resultados y todo lo que hay que hacer. Cada paciente que trato, me digo, este va a ser mi amigo ahora, lo veo como si fuera mi hermano o mi papá.
¿Cuál es la operación más común que lleva a cabo?
—Las desfibrilaciones para las taquicardias cardiovasculares. En la clínica tenemos entre 600 y 700 pacientes que tienen esos marcapasos que hay que seguir atendiendo.
¿Somos más saludables?
—Todos vivimos muchos más años. Las enfermedades cardíacas afectan a la mayoría de las personas. Digo a mis pacientes que, si todos vivimos hasta los 100 años, todos vamos a tener alguna enfermedad cardíaca. La pregunta es cuándo me va a dar a mí y cómo controlarlo. Parte de lo que hacemos en la clínica es cómo tratar la presión arterial, cómo evitar la diabetes, dejar de fumar, controlar el colesterol y mantener un buen peso, entre otras cosas.
¿Cómo ha cambiado la tecnología?
—Los ataques del corazón se trataban con medicamentos. Se desarrolló el concepto de la angioplastia. Uno de los líderes de ese concepto era el director de Cardiología de George Washington. La mayoría de la gente que le da ataques al corazón sobrevive y se va a su casa en corto tiempo. Pueden seguir trabajando. Se tienen que tomar sus medicamentos, pero el resultado es mucho mejor que antes. Hace 30 o 40 años, el 15 por ciento de las personas moría de un ataque al corazón. Hoy solo el cuatro por ciento.
¿El Obamacare ha ayudado al sistema?
—Hay opiniones positivas y negativas. Todos tenemos una, pero lo importante es que ha cambiado un poco y ha ayudado a que gente que no tenía ningún servicio médico tenga ahora un seguro para cubrir sus gastos.
¿Se ha ampliado el acceso a la salud?
—Se ha dado más acceso. Se ha beneficiado mucha gente, muchos de ellos hispanos.
¿Usted atiende aquí a muchos hispanos?
—En su mayoría, salvadoreños. Antes mucha gente se iba del hospital porque no quería pagar tratamientos muy costosos.
Ha atendido al ahora exvicepresidente Cheney.
—Fue paciente de George Washington por muchos años. Yo no era su doctor de cabecera, pero lo conozco y, porque tenía un desfibrilador, me hacían preguntas sobre su condición médica y lo chequeaba. Una vez, cuando era un ‘fellow’, tuvo un infarto del corazón y estuve con él todo el tiempo. En un momento dado tuve que ir a atenderlo a su casa. Pero, la historia más importante es que Cheney vino a hacerse un examen del corazón antes de anunciar que iba a ser candidato a vicepresidente. Yo estaba aún en entrenamiento en cardiología. Vino a hacerse su examen, salió todo bien. Cuando le llegaron los resultados, al próximo día (George W. Bush) anunció que Cheney iba a ser candidato a la vicepresidencia.
Y hace trabajo voluntario en Latinoamérica.
—Tenemos un programa por el cual vamos cada dos semanas a Comayagua, Honduras. Es un sitio difícil por la falta de dinero para el sistema médico. Es triste que gente muera por no tener acceso a un marcapasos. Tratamos de hacer un promedio de 40 marcapasos por dos semanas. Tenemos ya 150 pacientes.
¿Cuán frecuente va a Puerto Rico?
—Una vez al año, de vacaciones, a la playa. Aún tenemos nuestra casa en Arecibo.
Su esposa es griega. ¿Cómo se combinan las dos culturas en su casa?
—Es de la isla de Chipre. Tienen la misma personalidad de los puertorriqueños. Crecí en el mismo ambiente, porque mi mamá es de Brasil y mi papá de Puerto Rico. Como sucedió con mis papás, conocí a mi esposa en la universidad.
¿Se cocina en su casa más griego o más arroz con gandules y lechón?
—Comemos más la comida mediterránea. En los análisis de cardiología ha resultado que cocinar más al horno, aceite de oliva, comer más pescado y muchos vegetales, es la mejor forma de evitar problemas del corazón.
¿Le prohibieron el lechón?
—No. Tengo un primo que hace aquí el lechón a la varita.
¿Y su hijo, cómo se identifica?
—Digo que es ‘grecorican’. Pero en la escuela se identifica más como puertorriqueño, aprende español y le encanta la playa.
Me dijo que no tiene relación con colegas en Puerto Rico.
—Mi familia se crio en Arecibo y conozco a doctores en Puerto Rico, pero no conozco ni tengo relaciones directas con los doctores de la Universidad de Puerto Rico (UPR). Me gustaría ir a Puerto Rico a dar una charla.
¿Ha visto la crisis fiscal de primera mano en sus viajes a la Isla?
—Se percibe lo difícil que está la cosa.
Fuente: elnuevodia.com