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El argentino que brilla en Europa por sus aportes en ingeniería de materiales

Cuando Andrés ya estaba en primaria, junto a su hermano gemelo Fernando, accedió a su primera computadora en Cinco Saltos, su pequeña ciudad natal rionegrina. Era una CZ Spectrum con 16 KB de RAM, nada en comparación a las máquinas de hoy. Autodidactas ambos, desde muy chicos interesados por armar y desarmar aparatos, exploraron a fondo. Miraron el manual, lo releyeron y adquirieron, sin saberlo, herramientas fundamentales de lógica. Aprendieron a programar.

«Y así con todo», le contó a Infobae Andrés Lasagni. «La motivación fue -y es hoy también- tratar de entender el porqué de las cosas». Ya en la secundaria, la ciencia se apropió de sus intereses. Logró una medalla de bronce a nivel nacional en las olimpíadas de Química y se interesó por cuanta actividad extracurricular estuviera a su alcance. Con su hermano y un compañero, por caso, tomaron muestras del agua potable de su ciudad para hacer análisis inorgánicos y microbiológicos y presentaron los resultados en una feria científica.

Hubo un momento impreciso en su infancia en el que los hermanos se miraron. Tras una breve reflexión, Fernando, hoy jefe de un centro de impresión 3D en España, le dijo: «Me parece que si no aprendemos inglés, nos vamos a quedar afuera del mundo». Había mucha razón en sus palabras. «No es imposible aprender un idioma o un lenguaje de programación o a tocar un instrumento musical de grande, pero es mucho más difícil. Ya es muy complicado lograr un dominio total», comentó Andrés Lasagni.

Su adolescencia transcurrió sin internet ni smartphones. «Por suerte», dice. Cuando se aburría, no recurría a WhatsApp o a las redes sociales. No tenía la opción, en realidad. Entonces, se entretenía desarmando objetos, comprendiendo su funcionamiento. No había otra alternativa: estudiaría ingeniería.

-¿Qué posibilidades veías en ese entonces?

-Nunca pensé en premios. Yo quería ser bueno, quería hacer las cosas bien. Y los retos se fueron dando poco a poco. Primero quería tener el mejor promedio en la secundaria. Quería una medalla en las olimpíadas. Después el mejor promedio en ingeniería en la universidad. Y todo fue así, poco a poco, con trabajo y dedicación, buscando la próxima meta.

Poco antes de terminar la carrera en la Universidad Nacional del Comahue, en Neuquén, le surgió la posibilidad de estudiar en Alemania a través de un programa. Ya en la Universidad del Sarre desarrolló su tesina de grado. «Comprendí cómo funcionaba la ciencia y tecnología en un grupo de excelencia. A mi director de tesis, el profesor Frank Mücklich -hoy simplemente Frank-, le sorprendió la creatividad que tenía para resolver problemas», comentó. Cuando quedaban pocos meses para su regreso a Argentina, lo invitó a quedarse en su instituto para hacer la tesis doctoral.

No conforme con ello, con su reciente doctorado, emigró a Estados Unidos. Fue a investigar en el Georgia Institute of Technology y la Universidad de Michigan, ambas universidades en el top 10 mundial de las mejores en ingeniería. Después de un año de experiencia, regresó a Alemania, a Dresde, donde desde 2008 dirige un equipo de investigación aplicada en el Instituto Frauhofer IWS y al mismo tiempo, desde 2012, es catedrático en la Universidad Tecnológica de la ciudad.

Hoy tiene a cargo doce estudiantes de doctorado, dos de posdoctorado, dos técnicos más los estudiantes que hacen trabajo final, unos veinte. «Para 2016 logré conseguir cerca de un millón de euros y para 2017 alrededor de 1,7 millones. Esto es para pagar salarios, comprar y desarrollar equipos», explicó Lasagni, especializado en el campo de la ingeniería de materiales.

Las actividades principales que hoy desarrollan giran en torno a un método que utiliza la luz láser para fabricar superficies texturadas en la escala del micrón o aún más pequeñas. La superficies así tratadas presentan nuevas propiedades capaces de mejorar productos. Por ejemplo, otorgarle a una superficie de acero inoxidable propiedades antibacterianas.

«Fabricar una superficie estructurada o con una textura en un material con luz láser no es nuevo», advirtió. «Lo que es nuevo es el principio que estamos utilizando para ello, que es el principio de interferencia. Este concepto permite fabricar estructuras a velocidades récord. Estamos hablando, en algunos casos, de hasta 1 metro cuadrado por minuto. Para que se den una idea, en el pasado, realizar lo mismo hubiese llevado hasta varias horas», continuó.

El martes, el científico rionegrino de 40 años recibió, de manos de la Federación Europea de Sociedades en Ciencia de Materiales, el premio «Ciencia de Materiales y Tecnología», un galardón que se suma a una ya larga lista de reconocimientos por su innovación en el campo. «Es una felicidad enorme porque lo que se reconoce no es algún hecho en particular, sino toda mi carrera científica. Es una confirmación de que, aparentemente, lo que estamos haciendo es importante», remarcó.

El niño inquieto de Cinco Saltos, que llegó bien alto en su disciplina, hoy se permite un mensaje: «Mi consejo para los jóvenes es que hagan cosas, no importa qué, que participen, que es mentira que si estudiás, sos un tonto. Aprendan a programar, a tocar un instrumento musical, a escribir, a pintar, lo que sea, pero traten de ser lo mejor que puedan. El mejor panadero, taxista, albañil, plomero, recepcionista, empleado público, abogado, psicólogo. En el tiempo, el esfuerzo acumulado traerá sus frutos».

Fuente: infobae.com