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Una saga noruega cuenta que arrojaron un vikingo a un pozo en 1197: La ciencia lo confirma 800 años después

Arqueología, historia y ciencia ayudan a determinar el origen y los rasgos de un vikingo que acabó en lo más profundo de un pozo tras el asalto del castillo de Sverresborg

En 1197, el Rey de Noruega Sverre Sigurdsson pasaba el invierno en la ciudad costera de Bergen con sus aliados, los Birkebeiner. Mientras tanto, a unos 500 kilómetros al norte, sus enemigos, los Bagler, representantes nacionales de la Iglesia Católica Romana, habían hallado mediante un informante una puerta secreta en el castillo de Sverresborg y se disponían a entrar. Tras arrasar las viviendas y dejar a los habitantes solo con sus ropajes, arrojaron el cadáver de un hombre a un pozo para envenenar las aguas y lanzaron grandes piedras para dificultar su extracción. De este modo, pretendían que la fortaleza quedase inutilizable.

Al menos así lo cuenta la saga Sverris, un poema de 182 versos que narra la historia del reinado de Sverre Sigurdsson. Este tipo de relatos, escritos normalmente por alguna persona cercana al rey, se encuentran claramente polarizados y tratan de ensalzar la figura del monarca, degradando, si es necesario, a sus enemigos. Por ello, aunque los textos son piezas históricas vitales para comprender el contexto de la época, siempre hay que ser cuidadosos con la información, porque los buenos pueden no ser tan buenos, ni los malos tan malos.

Ahora bien, en el caso concreto del asalto a la fortaleza de Sverresborg, un grupo internacional de investigadores ha podido verificar parte de la historia 800 años después. Empleando datación por radiocarbono y las técnicas genéticas más vanguardistas, creen haber encontrado nada más y nada menos, que los restos de aquel hombre que arrojaron al pozo. Sus huesos, sepultados bajo grandes rocas, fueron parcialmente excavados en 1938 y hallados prácticamente en su totalidad en 2016. Según su fisionomía, en el momento de su muerte, hace 800 años, el hombre del pozo debía tener entre 30 y 40 años, aunque son los recientes análisis genéticos los que han despertado la curiosidad de los participantes en el estudio.

La ciencia en busca de la historia

Lo primero que hicieron los investigadores fue verificar que las fechas en las que murió el hombre cuadraban con la época en la que tuvo lugar el asedio. Para ello, midieron la cantidad de átomos de carbono 14 presenten en los restos del hombre. Este isótopo del carbono se forma constantemente debido a las colisiones de los rayos cósmicos procedentes del Sol contra los átomos de nitrógeno y oxígeno presentes en la zona superior de la atmósfera.

Posteriormente, los átomos de carbono resultantes son absorbidos por los organismos fotosintéticos, y estos por otros seres vivos y humanos. Esto quiere decir que, mientras el organismo está vivo, consume carbono 14, y mantiene unos niveles relativamente estables en su interior.

Una vez el organismo fallece, deja de consumir carbono 14 y, al ser radiactivo, el isótopo va decayendo con el tiempo, transmutándose en nitrógeno 14. Si se tiene en cuenta que la semivida del carbono 14 es de 5730 años, una vez transcurra ese tiempo, la cantidad de carbono 14 en la muestra debería ser exactamente la mitad que cuando estaba viva. De este modo, encontraron que el hombre debió fallecer en algún momento entre 1153 y 1277, lo que cuadra con las fechas del asedio y, por tanto, concuerda con la historia de la saga Sverris.

Cómo era el hombre del pozo

A la hora de realizar los análisis genéticos, los investigadores tuvieron que realizar una técnica arriesgada y que conllevaba la destrucción de parte de la muestra. Como las excavaciones de 1938 se realizaron sin tener en cuenta la esterilidad, muchos de los restos se suponía que estarían contaminados con ADN de los participantes en la excavación. Para eliminar cualquier posible rastro moderno, tuvieron que limar la corona de uno de los dientes y acceder al material incorrupto del interior. Una vez se aseguraron que la muestra estaba limpia, pulverizaron el diente, destruyendo la muestra, y procedieron a extraer el material genético, que no sabrían con certeza si podrían analizar.

Afortunadamente, debido a las condiciones del terreno, el material genético se encontraba en un buen estado de conservación. Así pues, tras investigar las variantes genéticas del ADN del antiguo noruego, los investigadores han podido reconstruir parte de sus rasgos. De este modo han podido acercarnos más a aquella persona que fue arrojada a un pozo hace más de 800 años. Según los resultados, el hombre del pozo debía tener el pelo rubio o castaño claro, y los ojos azules, características muy extendidas en la población noruega de la época y la actual. Aunque escondido en el ADN, una sorpresa desconcertante aguardaba a los investigadores.

¿Amigo o enemigo, hombre del pozo?

Cotejando los datos con las bases genéticas de la población noruega, descubrieron que el ADN del hombre era muy similar al de los actuales habitantes de la provincia de Adger, situada al sur de Noruega. Esta región se encuentra a más de 500 kilómetros del castillo de Sverresborg, aunque lo realmente sorprendente es que, durante el siglo XII se supone estaba mayormente habitada por los Bagler, los asaltantes del castillo. Los investigadores insisten en que eso no quiere decir que el hombre del pozo fuese Bagler. Resulta imposible conocer con certeza la afinidad política de un individuo únicamente mirando sus huesos. Sin embargo, el hallazgo siembra dudas muy interesantes.

Entre las hipótesis que se barajan es que puede que, efectivamente, fuese Bagler y los mismos atacantes arrojasen al pozo a uno de sus hombres fallecidos durante la batalla para envenenar las aguas. Tampoco se puede descartar que fuese un desertor, una persona que hubiese cambiado de bando, o un cadáver que los Bagler arrastraron de otra batalla. En todo caso, la saga Sverris indica que el hombre ya estaba muerto cuando lo arrojaron, y el cráneo muestra dos grandes heridas causadas por un objeto cortante, por lo que parece que la acción fue deliberada y no un tropiezo de uno de los asaltantes durante el fragor de la batalla.

Mediante este tipo de investigaciones se desdibujan las líneas entre ciencia e historia; arqueólogos, historiadores y científicos pueden reconstruir el pasado basándose en hechos objetivos y medibles. El hombre del pozo ahora tiene un origen, pelo rubio y ojos claros. Además, su legado sigue, en cierto modo, vivo, ya que en su ADN se encuentra parte de la historia de los actuales pueblos del sur de Noruega. Como indican los investigadores, los futuros estudios pretenden acabar de esclarecer este y otros misterios. Concretamente, el Dr. Martin Rene Ellegaard, uno de los autores del estudio, tiene la mira puesta en encontrar el paradero del antiguo Rey de Noruega Olaf II el Santo, supuestamente enterrado en la catedral de Trondheim.

Fuente: nationalgeographic.com.es