Los cadáveres que se convierten en abono hacen parte de las nuevas propuestas de los científicos
La muerte. Quizás no haya un aspecto de la vida que despierte más preguntas en la humanidad. ¿Qué hay después de ella? ¿Se puede regresar? ¿Hay forma de evitarla? ¿Permanece alguna parte de nosotros después de morir?
Históricamente, las respuestas a estos interrogantes han sido proporcionadas por la religión y la superstición. Sin embargo, los últimos avances y el desarrollo tecnológico han llevado a nuevos intentos de responderlas desde la ciencia.
Este fue el tema de una de las sesiones de cierre de la más reciente reunión anual de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia (Aaas, por su sigla en inglés), que reunió durante cuatro días a cientos de investigadores y comunicadores de la ciencia de todo el mundo en Seattle (Washington, EE. UU.).
La ponencia ‘La muerte en el siglo XXI, lo que queda atrás’ abordó cómo las discusiones acerca de la muerte y sus consecuencias giran en torno a las nuevas prácticas funerarias sostenibles, el tratamiento de la información digital de las personas una vez mueren y el acceso y uso de los datos genéticos de quienes fallecen.
Cadáveres compostables
Si bien la mayoría del impacto humano en la Tierra ocurre en vida, este trasciende al morir y depende, en gran medida, de la decisión que se tome para disponer del cuerpo, siendo la cremación y el entierro las dos alternativas más empleadas y las más problemáticas desde el punto de vista ambiental.
Según Lynne Carpenter-Boggs, profesora de ciencia del suelo y agricultura sostenible de la Universidad de Washington, anualmente se usan más de 4 millones de galones de líquido de embalsamar solo en EE. UU., por lo que, generalmente, un exceso de nutrientes, metales y formaldehídos terminan llegando al agua subterránea debajo de los cementerios. Por su parte, las cremaciones en ese país producen tanto CO2 como quemar 800.000 barriles de petróleo.
De ahí la necesidad de buscar nuevas opciones, como la reducción orgánica natural (RON), que puede hacer de los funerales prácticas cada vez más sostenibles, pues permiten devolver todos los nutrientes presentes en el cuerpo humano a la tierra en forma de abono.
“Hemos hecho la primera aplicación de RON adaptando los métodos desarrollados para el compostaje del ganado con el fin de lograr la descomposición rápida de un cadáver humano. El proceso crea un material orgánico que puede devolver nuestros nutrientes corporales a la tierra, promover el crecimiento de las plantas y secuestrar carbono del suelo, tanto a corto como a largo plazo”, explica Carpenter-Boggs, y agrega que con este método no se requiere embalsamamiento, ataúd, propano o cuidado del césped a largo plazo.
En mayo del 2019, el estado de Washington se convirtió en el primer gobierno del mundo en legalizar la RON. Ahora, los científicos esperan poder seguir recibiendo donaciones de cuerpos para continuar con sus investigaciones.
El purgatorio digital
Según varios estudios, para el año 2060, Facebook tendrá entre sus registros más muertos que personas vivas. Será algo así como el mayor cementerio digital.
De acuerdo con Faheem Hussain, profesor de la Escuela para el Futuro de la Innovación en la Sociedad, de la Universidad de Arizona, esta situación resulta preocupante, ya que existe un limbo en el que no es claro lo que pasa con los datos de los usuarios de internet una vez mueren.
“Independientemente de dónde estemos, de si vivimos en un país desarrollado o en vías de desarrollo, nos hemos convertido en ciudadanos digitales. Es importante entender lo que sucede con nuestra información digital, incluso después de morir. En el pasado, antes de morir nos preocupábamos por lo que ocurriría con nuestras propiedades; ahora debemos pensar también en nuestro legado digital, y creo que es importante que podamos decidir sobre esto”, le dijo Hussain a EL TIEMPO.
Hussain sostiene que páginas como Facebook o Instagram cuentan con información valiosa acerca de sus usuarios que sirve para analizar tendencias y preferencias de consumo.
“No es muy claro qué pasa con esos datos luego de que las personas mueren. ¿Qué pasa con nuestras propiedades digitales, con nuestra información financiera, con nuestras becas digitales, con las suscripciones, los mensajes que hemos compartido con otras personas? ¿Quién se queda con todo eso?”, se pregunta Hussain, y da un ejemplo de la clase de contratos digitales que las personas firman sin conocer las condiciones: cuando uno adquiere un libro para Kindle no lo está comprando, lo está alquilando, lo cual significa que si muere, no podría heredarlo a sus hijos.
En opinión de Hussain, la solución puede ser que las organizaciones que tratan con datos de las personas se sometan a estándares abiertos, similares a los utilizados para certificar objetos y servicios, tales como la norma ISO.
También podrían servir las señales de etiquetamiento, como las que se usan para los alimentos, y que hagan explícito que el tratamiento que hacen de los datos es ético.
El ADN inmortal
Stephanie Malia Fullerton, profesora de bioética y humanidades de la Universidad de Washington, analizó los dilemas relacionados con la recopilación de información genética de las personas y la demanda de acceso a esta por terceros, con posibles compromisos de la privacidad y la dignidad de los donantes de muestras de ADN.
Según ella, la información genética personal, generada en pruebas genéticas directas al consumidor, clínicas o después de la muerte en autopsias u otras pruebas post mortem, continúa viviendo después de la muerte, de la misma forma que otros datos digitales.
“Los intereses de la familia, las empresas y los científicos en continuar accediendo a dicha información son altos y deberían equilibrarse con la privacidad y los intereses dignos de los donantes.
“Nuestra información genética puede permanecer mucho tiempo después de que morimos, ya sea en biobancos de investigación o comerciales, como muestras clínicas, o de forma indefinida en el curso de las consultas de las fuerzas del orden.
Muy pocas leyes protegen la información genética de los donantes después de su muerte, y las muestras de ADN pueden continuar utilizándose para una variedad de propósitos, incluidos la investigación genética y el desarrollo de medicamentos, usos que podrían incomodar a los donantes. Las familias pueden desear obtener acceso a la información genética de sus seres queridos (para informarse acerca de sus propios riesgos de salud), pero esto no siempre es sencillo”, explicó Fullerton.
“La solución que propongo en es que las personas sean conscientes de este problema y den a conocer, en vida, sus deseos sobre quién puede acceder y usar su información genética después de que se hayan ido”, concluye Fullerton.
Fuente: eltiempo.com