Son innumerables los inventos que han mejorado la vida de las personas y han hecho avanzar la civilización, pero hay algunos que inicialmente fueron considerados grandes avances y luego resultaron tener un lado oscuro. Como el DDT, un milagroso insecticida que causó graves problemas medioambiente; o los envases de plástico, que contaminan desde el fondo de los océanos hasta las cumbres más altas de la Tierra. Aunque es difícil de superar la magnitud del daño causado (tanto a la salud humana como a la del planeta) por estos dos inventos: la gasolina con plomo y los clorofluorocarbonos (CFC). Curiosamente, ambos fueron creados por un humilde ingeniero químico llamado Thomas Midgley.
La gasolina de principios del siglo XX era de mala calidad y provocaba pequeñas explosiones o golpes al funcionar el motor de los coches. Esto reducía tanto su potencia como la eficacia del combustible y producía muchas averías. Así que Charles Kettering —el inventor del motor de arranque eléctrico— pidió a uno de sus empleados que encontrase un aditivo para la gasolina que hiciera funcionar mejor los motores de los coches. El joven Thomas Midgley Jr. (18 de mayo de 1889 – 2 de noviembre de 1944) recibió el encargo en 1916 y se puso a trabajar probando cientos de sustancias diferentes. Pronto dio con el etanol (el mismo alcohol etílico de los vinos y licores) y en febrero de 1920 presentó una solicitud de patente para una mezcla de alcohol y gasolina como combustible antidetonante.
Midgley y Kettering promocionaron con entusiasmo el etanol como “combustible del futuro”. Pero este compuesto no podía patentarse y, por tanto, nunca podría generar muchos beneficios. Tanto los agricultores como muchos consumidores podían producirlo —con la ley seca en los Estados Unidos ya en vigor, cada vez más gente destilaba su propio alcohol en casa— y aquello enfureció a las compañías petroleras, socios estratégicos de los incipientes fabricantes de automóviles.
El oscuro descubrimiento de Midgley
Midgley y Kettering trabajaban ya para General Motors, una compañía entonces bajo la dirección de Alfred P. Sloan (considerado el padre de la idea de la obsolescencia programada) que en 1921 desechó el plan de fabricar gasolina con etanol. Sin embargo, el golpeteo del motor seguía siendo un problema para la estrategia de Sloan, que quería fabricar coches más llamativos y con motores más potentes para competir con el Modelo-T de Ford. Así que Midgley fue enviado de nuevo al laboratorio a buscar otro aditivo para la gasolina. Y en solo unos meses, en diciembre de 1921, había encontrado la solución: el tetraetilo de plomo (TEL).
Descubierto en 1853 por el químico alemán Karl Jacob Löwig, el TEL no había tenido aplicaciones comerciales hasta que Midgley descubrió que cuando se añadía a la gasolina eliminaba el golpeteo del motor, que se produce cuando una llama fría enciende el combustible demasiado pronto. El TEL interfiere en esa reacción, permitiendo que la combustión se produzca en el instante correcto, lo que aumenta la compresión del motor e incrementa la velocidad y el ahorro de combustible. Lo mejor de todo, desde la perspectiva de General Motors, es que el TEL era barato de producir y además su uso para este fin podía patentarse: tenía un enorme potencial para generar beneficios.
La primera gasolina con plomo se vendió en febrero de 1923 en Dayton (Ohio, EEUU) bajo la marca “Ethyl”, un nombre que justamente evocaba al descartado alcohol etílico de combustión limpia —y la palabra “plomo” nunca se utilizó en ningún material publicitario o promocional para no alarmar al público, ya que sus efectos negativos sobre la salud eran bien conocidos.
Las primeras muertes por TEL
Inmediatamente se creó la Ethyl Corporation como una empresa conjunta del fabricante de coches General Motors con la petrolera Standard Oil (hoy Exxon), que encargaron al gigante químico Dupont la producción del aditivo denominado “fluido etílico” (básicamente TEL y tinte rojo). La empresa, de la que Midgley fue nombrado vicepresidente, insistió en que el TEL era seguro, pero cuando decenas de trabajadores empezaron a alucinar, enloquecer y morir en la recién inaugurada planta de fabricación de Nueva Jersey, varios estados prohibieron rápidamente esta sustancia.
Midgley, que había pasado gran parte de 1923 en Miami recuperándose de una intoxicación por plomo, participó en una famosa conferencia de prensa el 30 de octubre de 1924 para demostrar la aparente seguridad del TEL. Ante los periodistas, se frotó el TEL en las manos e inhaló sus vapores durante 60 segundos, declarando que no sufriría ningún efecto nocivo por hacer esto todos los días, y culpó a los trabajadores afectados por no seguir los procedimientos de seguridad. Pero Midgley debía saber que el TEL era tóxico. En 1922, el presidente de DuPont describió el TEL como “un líquido incoloro de olor dulzón, muy venenoso si se absorbe a través de la piel, lo que provoca un envenenamiento por plomo casi inmediato”.
Sin embargo, Midgley siguió haciendo la vista gorda ante los peligros del TEL, centrándose en cambio en sus supuestos beneficios económicos. En 1925, dijo a una reunión de científicos: “Por lo que la ciencia sabe en este momento, el tetraetilo de plomo es el único material disponible que puede producir estos resultados [antidetonantes], que son de vital importancia para que el público en general siga utilizando económicamente todos los equipos de automoción…”. Y evitó mencionar su anterior apoyo al etanol como aditivo antidetonante eficaz y de combustión limpia.
Efectos de la exposición al plomo sobre la salud
Bajo una intensa presión de las grandes empresas implicadas, el Director General de Salud Pública de EE.UU. acabó convenciéndose de que los efectos sobre la salud de la gasolina con plomo serían mínimos, especialmente si se comparaban con los tan pregonados beneficios económicos. En pocos años se eliminaron los obstáculos normativos erigidos por algunos estados, y en 1936 el “fluido etílico” se añadía al 90% de la gasolina vendida en Estados Unidos. En las décadas siguientes, la gasolina con plomo se convertiría en la norma en todo el mundo.
Los efectos catastróficos de esta gasolina en la salud pública son difíciles de exagerar. El plomo no tiene ninguna función en el cuerpo humano y es tóxico para múltiples órganos, incluidos los riñones y el sistema nervioso. Es especialmente perjudicial para los niños, sobre todo para sus cerebros en desarrollo, lo que provoca una pérdida de inteligencia y un comportamiento agresivo —efectos que son permanentes e intratables, y que algunos investigadores han relacionado con los niveles de criminalidad.
Ambas certezas científicas llevaron al abandono progresivo de la gasolina con plomo, que se completó en los primeros años del siglo XXI (Argelia es el último país que se resiste). En el año 2000, todavía cuatro millones de coches en Ciudad de México bombeaban cada día unas 32 toneladas de plomo al aire. Y casi un siglo de uso de la gasolina con plomo como combustible implica que este compuesto permanece en el suelo, el aire, el agua y en nuestros cuerpos. Según un artículo publicado en 1992 en The New England Journal of Medicine, los niveles medios de plomo en los huesos de la población moderna son 625 veces superiores a los de los habitantes precolombinos de Norteamérica. La Organización Mundial de la Salud estima que entre 15 y 18 millones de niños de los países en desarrollo sufren daños cerebrales permanentes debido a la intoxicación por plomo, el 90% de los cuales puede atribuirse a la gasolina con plomo.
El descubrimiento del Freón
Volviendo a Thomas Midgley, su siguiente gran invento estaba destinado a resolver un problema con los frigoríficos General Motors, que se estaban convirtiendo en un electrodoméstico popular en la década de 1920. Estos aparatos a veces sufrían fugas de los gases refrigerantes, bien de dióxido de azufre (corrosivo para los ojos y la piel) o de formiato de metilo (altamente tóxico si se inhala, y también inflamable).
Midgley dirigió el equipo científico que en 1928 desarrolló un refrigerante no tóxico y no inflamable llamado diclorodifluorometano: el primero de los clorofluorocarbonos (CFC), que se vendió bajo la marca Freon-12. Midgley, al que le gustaba utilizar el espectáculo para presentar sus inventos, demostró su eficacia ante la Sociedad Química Americana inhalando una bocanada de gas y apagando una vela.
En las décadas siguientes, los clorofluorocarbonos se hicieron omnipresentes en todo el mundo como refrigerantes, como propulsores en latas de aerosol y como disolventes. Lo que Midgley no podía saber entonces era que esos gases acabarían abriendo un enorme agujero en la capa de ozono de la Tierra, que nos protege de la cancerígena radiación ultravioleta del Sol. Aunque el agujero causado por los CFC parece haberse estabilizado, la situación actual sigue siendo preocupante y el daño tardará bastantes décadas en repararse.
El invento final de Midgley
Si bien se puede perdonar a Midgley por la catástrofe de los CFC, no se puede decir lo mismo del tetraetilo de plomo, cuyos efectos tóxicos estaban claros desde el principio. Thomas Midgley recibió prestigiosos premios por estos dos descubrimientos, especialmente el de la gasolina “Ethyl”, así como muchos beneficios por sus otras 170 patentes.
En 1940, Midgley contrajo la polio y quedó paralizado. Como buen inventor, ideó una serie de tiradores y cables que le permitían levantar y maniobrar su cuerpo. El 2 de noviembre de 1944, se enredó con los cables y murió estrangulado a los 55 años. Después del daño global causado por sus dos grandes descubrimientos, su último invento solo le perjudicó a él.
Fuente: bbvaopenmind.com