¿Sentiste un sismo? Estos científicos quieren saberlo para hacer un valioso mapa
En la plataforma “¿Sintió un sismo?” los usuarios pueden responder un cuestionario para describir sus experiencias. Los datos recogidos son de enorme valor para la ciencia
“¿Sintió un sismo?” es el nombre de una encuesta disponible en internet que circuló por X (antes Twitter) después de la serie de microsismos percibidos por algunas personas en Ciudad de México. El cuestionario sirve para que las personas puedan describir su experiencia de un terremoto. Con esa información, científicos de la Facultad de Ciencias de la Tierra de la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL) crean mapas de intensidades macrosísmicas, representaciones que muestran el impacto de un temblor y que cualquiera puede consultar.
«El sondeo empezó en 2015», cuenta Juan Carlos Montalvo, especialista en sismología y responsable de la plataforma ¿Sintió un sismo? El proyecto, resultado de la tesis de maestría de Rocío Sosa, surgió después de varios reportes de terremotos en el área metropolitana de Monterrey y en ciudades de Nuevo León donde no había datos capturados por instrumentos. Al principio, los investigadores llenaron las encuestas a mano, persona por persona, luego decidieron usar internet para escalar su plan.
Desde 2017 han publicado en su página las representaciones gráficas que han generado tras compilar información de diversos hechos de todos los estados, así como de California, Jamaica y Guatemala. A la fecha, dice el investigador, tienen cerca de 70,000 respuestas s sus cuestionarios.
Esta forma de solicitar información no es nueva. El Servicio Geológico de los Estados Unidos (USGS, por sus siglas en inglés) tiene el sistema “Did You Feel It? que, como la versión mexicana, tiene la finalidad de “que las personas podamos funcionar como equivalente a sismógrafos humanos”, detalla Montalvo. Una razón de esto es que “hay regiones a nivel mundial, México no es la excepción, donde la densidad de estaciones es muy pobre o no existen”.
El caso de los microsismos
Tan solo en los últimos tres meses han elaborado seis mapas, entre los más recientes están los que corresponden a dos microsismos ocurridos en la capital mexicana. Se trató de los de magnitud 3.2 del 14 de diciembre y magnitud 3, que sucedió dos días antes.
Ver estos eventos a través de la estrategia impulsada por la UANL es de especial importancia, precisa Montalvo, porque en zonas donde el nivel de vibración o ruido es muy alto “no es tan fácil distinguir la señal sismológica en las estaciones”, pero las personas pueden diferenciar estas vibraciones de entre otras que son cotidianas.
De hecho, como demuestran los último años, los especialistas han detectado varios microsismos en la misma región y tienen un recuento importante de cómo es la distribución de la percepción de las personas. Ahora trabajan en la correlación con datos instrumentales e información geológica y de las construcciones para tener mapas que muestren la vulnerabilidad de cada zona. Esta valiosa información tiene el potencial de salir de la academia y servir para regular temas de construcción o evaluación de daños en edificaciones.
Por otra parte, debemos tener en cuenta que, aunque la serie de eventos ocurridos en el centro del país no han pasado desapercibidos por la opinión pública, no son inusuales y seguirán ocurriendo. Mientras que a nivel nacional, en lo que va de diciembre el Servicio Sismológico Nacional (SNN) ha registrado 1,026 temblores de diferentes magnitudes y profundidades.
“¿Cuánto duró la sacudida?”, “¿A qué hora sintió el evento?”, “¿Le fue difícil caminar o permanecer en pie?”, son algunas de las preguntas que hay que responder para contar una vivencia personal en la página. Estas buscan desmenuzar el fenómeno y a la vez dar un valor de intensidad con número.
Que un sismo sea percibido por algunas personas y por otras no depende de diversos factores, como sus características, el tipo de suelo donde ocurre, la ubicación de la persona en relación al epicentro y, claro, la percepción. Importa en qué espacio lo vivimos (a pie de calle o en edificios), qué hacíamos antes del suceso e incluso nuestras experiencias previas con estos hechos. La divergencia de datos puede expresarse, por ejemplo, en la intensidad que referimos y en la duración que suponemos del fenómeno, pero una mayor cantidad de datos por área permite a los científicos tener promedios de intensidad.
Medir la experiencia
El científico de la UANL explica que desde la década de 1900 se buscó la forma de cuantificar la fuerza de los terremotos. Primero fue con descripción de daños. Es el caso de la escala de Mercalli, que mostraba lo ocurrido en casos italianos. Luego se buscó eliminar la subjetividad de las observaciones y se pasó a lo cuantitativo. Se empezó a usar una escala que se hizo famosa bajo el nombre de Richter, que ahora los sismólogos llama escala de magnitud local. Esta mide la energía liberada.
El investigador detalla que, aunque en un temblor se generan diferentes energías, los sensores reportan la de tipo elástica. “Hay una energía que se genera a través de fricción o calor, esa no se puede medir; sin embargo, hay algunas maneras de tener una aproximación de cuánto sería su valor. Ya que se genera la escala en magnitud, se puede medir la fuerza que nos está dando la energía elástica”.
Pero evaluar daños no dejó de ser necesario y para hacerlo se precisan descripciones. Entonces se buscó pasar las escalas de intensidades a formas cuantitativas. Esa ha sido la labor de los últimos 20 años: buscar relaciones matemáticas entre los valores que miden los instrumentos y la descripción de las personas.
Ver sismos a través de las personas
El punto central de los actuales medios gráficos es la intensidad macrosísmica. Actualmente hay más de una escala para medir dicho valor. La que el grupo mexicano emplea es de uso común en América. Se trata de la Intensidad de Mercalli Modificada (MMI), que lleva el apellido de su creador y recibe el nombre de “modificada” porque fue reelaborara en 1932 por H. Wood y F. Neumann. L.
Esta escala, como otras, consta de 12 grados. El menor es imperceptible por los humanos y es para aquellos que solo son detectados por sismógrafos, después vienen otros: leve, moderado, fuerte, destructivo, ruinoso, desastroso, hasta llegar a catastrófico. Parte de la descripción de este último es que casi todo se destruye y los objetos son arrojados al aire.
El mapa del temblor ocurrido el 14 de diciembre de 2023 a las 14:40 horas, con epicentro en Calle de las Águilas, luce con decenas de puntitos lilas y azules, dos colores que los investigadores usan para indicar sacudidas leves y ligeras. Y que el sistema de medición detalla como fenómenos que solo son sentidos por algunas personas en reposo y dentro de edificios, con sensaciones similares a las que produce el paso de un camión.
Se espera que los gráficos sirvan para mejorar la toma de decisiones, mejorar la distribución de ayuda (cuando es el caso) y brindar información a la población sobre cuándo acudir a Protección Civil. Estos son un complemento de las magnitudes reportadas en cada sismo, pues algunas estructuras pueden ser más vulnerables a ciertos eventos.
Algunos fenómenos en particular han servido para que los científicos de la UANL muestren las posibilidades de los mapas, por ejemplo, para definir el área de influencia de un gran terremoto, como el ocurrido frente a las costas de Chiapas en 2017, de magnitud 8.2, el cual fue percibido desde Quintana Roo hasta San Luis Potosí. Casi la mitad del país. Otro ejemplo es el de septiembre de ese mismo año, con el cual identificaron que algunas zonas cercanas al epicentro no arrojaban información debido a la baja o nula cobertura de internet.
Fuente: es.wired.com