¿Qué le pasaría a tu cerebro si vivieras en el mundo de Barbie?

El uso del color rosa ha causado furor entre los fans de la película, pero la ciencia nos dice que vivir en ‘Barbieland’ no sería tan emocionante como parece

Igual que sucede en los partidos de fútbol, los conciertos o en las manifestaciones -eventos en los que una masa decide homogeneizar su estética para reforzar el sentimiento de pertenencia-, el estreno de Barbie, la histórica muñeca, se hizo notar en forma de extensas colas de color rosa a las puertas del cine. El fenómeno, llamado ‘Barbiecore’ por sus fans, ha generado furor por este tono, que puede variar entre el pastel y el chillón, y ha llevado a la ciencia a analizarlo desde una perspectiva única: la relación entre la sobreexposición a un solo color y la cognición.

Lo cierto es que, aunque inmersos en la gran pantalla parezca emocionante vivir en un mundo tan colorido, expertos en neurociencia y psicología han revelado que una vida empapada de rosa nos haría incapaces de percibir este color. Por lo tanto, el choque con el mundo real, que presenta tonalidades más azuladas y verdosas, sería abrumador en primera instancia.

Así lo demostró la investigación de Mike Webster, psicólogo de la Universidad de Nevada, que encontró una explicación al mecanismo que tiene el cerebro humano para codificar los colores. Al realizar varias estadísticas de gamas de escenas al aire libre, el estudio determinó que nuestro sistema visual se reajusta cuando cambiamos a un ambiente con una paleta de colores distinta. Por ejemplo, si el ser humano viajara a Marte, en una primera impresión vería el planeta en tonalidades intensas de rojo y naranja, pero luego el cerebro incluiría azules y verdes para contrarrestar la imagen y adaptarse a la nueva escena.

Así pues, en la película de Barbie, que aspira a ser la más taquillera del año junto a Oppenheimer, la escenógrafa Katie Spencer hace uso de este recurso y propone un contraste entre el mundo real -aburrido y apagado- y un mundo sorprendente, Barbieland. Pero no ha sido la única en poner a prueba el juego de colores en sus películas: las obras de Wes Anderson también destacan por ofrecer un universo colorido, distinto al que la mayoría de espectadores puedan ver jamás en su vida real.

La percepción del color fuera de Barbieland

Al contrario de lo que canta Edith Piaf en su canción más icónica, La vie en rose (1946), crecer en un mundo de color rosa, o de un solo color (sea cual sea), se traduciría en una experiencia plana para el cerebro humano. Además, varios estudios han demostrado que la percepción del color no solo tiene que ver con aspectos cognitivos, sino también culturales.

El idioma que hablamos o las connotaciones que históricamente se les han otorgado influyen en la manera que tiene cada uno de codificar los colores. Aunque la mayoría de personas disponen de las mismas capacidades para experimentar el color -excepto aquellos que padecen alteraciones de la visión, como el daltonismo-, algunos grupos culturales etiquetan los colores en tonalidades que otros grupos ni siquiera distinguen. Así sucede con los rusos, que utilizan dos términos totalmente distintos para referirse a los tonos del azul: «goluboy», para el azul claro, y «siniy», para el azul oscuro. Mientras que los hispanoparlantes se refieren a él con un solo nombre, junto a la aclaración de “oscuro” o “claro”.

Así pues, no solo es posible que, según las conclusiones de Webster, Barbie no fuese sensible al color rosa que predomina en su mundo, sino que las implicaciones lingüísticas y de su contexto podrían hacer que la versión humana de la muñeca tuviese muchas más formas de categorizar el color rosa, más allá del término “rosa”. Y que, al viajar al mundo real, acabase adaptando, en un largo plazo, su visión de este color a la del resto de personas.

¿Qué transmiten los colores?

No fue por el ‘Barbiecore’ por lo que, en 2014, las cárceles de Suiza empezaron a pintar sus celdas de rosa. Esta tendencia retomó una teoría de los años sesenta que sostenía que este color podía influir positivamente en el comportamiento de los presos, haciéndolos menos agresivos.

Basado en esta hipótesis, el investigador Alexander Schauss propuso a una cárcel de la Armada de Estados Unidos pintar las celdas de rosa, y el resultado obtenido fue sorprendente: se demostró que, en tan solo 15 minutos de exposición al color, los reclusos apaciguaban su conducta agresiva. Sin embargo, en otros centros penitenciarios donde se aplicó la misma estrategia, no funcionó.

Con esto, muchas de las teorías en torno al uso del color nunca han llegado a confirmarse por completo. Y es que la percepción y codificación del color son procesos que ocurren dentro del cerebro y, por lo tanto, están determinadas por la subjetividad.

La psicología del color lleva tiempo esforzándose por descifrar lo que cada color transmite a nuestro cerebro, pero no es capaz de hallar conclusiones que sirvan por igual para toda la población y que se mantengan en el tiempo. De hecho, el mismo color rosa es uno de los más afectados por los cambios culturales y sociales de la historia: durante el siglo XVIII, era un color asociado al lujo y al privilegio y, por lo tanto -debido a las circunstancias de la época-, a la masculinidad.

En cambio, lo que sí ha sido capaz de desvelar la ciencia es que las ganas de pertenecer a Barbieland terminarán en cuanto nuestro sistema visual se acostumbre a la sobreexposición de estos últimos días al rosa. Porque más allá de lo que pueda significar este color para la muñeca de Mattel, la clave de su éxito no radica en haber creado un mundo rosa, sino en haber puesto un poco de rosa en el mundo.

Fuente: nationalgeographic.com