‘Los juegos del patógeno’, así viviría el mundo un ataque bioterrorista
En junio de 2001, un grupo de funcionarios del Gobierno de Estados Unidos y periodistas interpretaron su papel en una especie de teatro, “los juegos del patógeno”. Se trataba de una situación ficticia en la que el grupo terrorista Al Qaeda activaba un brote de viruela en los centros comerciales del país.
El resultado del experimento, bautizado como Dark Winter (invierno oscuro), influyó en la política estadounidense de “planes ante una pandemia”. En concreto, promovió la idea de que algunos países debían acumular vacunas, conseguir más camas de hospital y definir planes de emergencia para reaccionar ante un brote mundial que tal vez nunca llegara a producirse.
El proyecto Dark Winter, que también recreaba la situación en escuelas y hogares del país, tuvo una gran eficacia, en parte, porque acabó siendo una profecía. Tres meses después del ejercicio, Estados Unidos sufrió el atentado del 11S y por el país empezaron a circular varias cartas infectadas con ántrax (aunque supuestamente fueron enviadas por un científico militar estadounidense, no por terroristas extranjeros).
Los políticos captaron el mensaje. Actualmente, el país dispone de una cantidad suficiente de vacunas contra la viruela como para vacunar a cada hombre, mujer y niño, y también grandes cantidades de medicamentos contra el ántrax.
Pero las cosas han cambiado mucho desde 2001. Así que el pasado 15 de mayo, algunos de los participantes de Dark Winter empezaron a trabajar en un nuevo ejercicio. La nueva versión del experimento, bautizada como CladeX (CladoX), se llevó a cabo en un lujoso hotel en Washington (EE. UU.). A las 9 a.m., el salón de baile se inundó con música de suspense y las luces se atenuaron alrededor de una mesa en forma de U donde un gabinete ficticio había tomado asiento. Entre los actores estaban el exlíder del Senado Tom Daschle (retomando ese papel), la antigua jefa de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) Julie Gerberding y a la creadora de Dark Winter, Tara O’Toole.
La tarea del grupo era responder a una pandemia ficticia. El escenario era el siguiente: un virus ha matado a docenas de personas en Frankfurt (Alemania) y se está extendiendo por Venezuela, aunque el presidente del país niega el problema. El virus se expande deprisa y tiene una alta tasa de mortalidad. Los líderes deben decidir si cierran los aeropuertos (no lo hacen) y si ayudan a Venezuela (lo hacen), y fijar medidas para tranquilizar a la población a medida que las noticias falsas propagan la paranoia en las redes sociales.
Pero lo primero que deben hacer es entender al enemigo. El médico Jonathan Quick, que asistió al ejercicio y es autor de un libro sobre la preparación, The End of Epidemics, afirma que, en el mundo real, tres de cada cinco enfermedades nuevas se originan en “el arbusto o el granero”. Es decir, al igual que el ébola y el síndrome respiratorio agudo grave (SRAG), las dolencias llegan a los humanos desde los animales. En CladeX, los actores primero sospecharon que se trataba de una fuente zoonótica, pero no tardaron en darse cuenta de que la enfermedad no se ajustaba a ninguna familia conocida de virus, o clados. ¿Era posible que el virus hubiera sido creado por el hombre?
De hecho, sí lo es. Alguien había modificado genéticamente un virus paragripal prácticamente inofensivo y lo había convertido en mortal. El culpable imaginario era A Brighter Dawn (Un Amanecer más Brillante), un grupo clandestino defensor de la filosofía de que la Tierra iría mejor si albergara a menos personas, muchas menos de las que acoge a día de hoy. De hecho, el objetivo del grupo es que la población mundial total regrese a niveles preindustriales.
El escenario fue diseñado por el médico de urgencias y especialista en pandemias de la Facultad de Salud Pública Bloomberg de la Universidad Johns Hopkins (EE. UU.) Eric Toner, que patrocinó el ejercicio. Toner llevó a cabo una meticulosa investigación para recrear una amenaza plausible mediante virología real y modelos epidemiológicos. El resultado fue tan realista que los organizadores decidieron no ofrecer demasiados detalles. “Por razones obvias, no hace falta que sea un estado el que lo haga”, explica Toner.
Ese puede ser el mayor cambio desde 2001. Ahora, la ingeniería genética ya no es tan complicada y algunas herramientas poderosas como CRISPR son cada vez más fáciles de conseguir. “Lo más fascinante es que la tecnología solía estar aquí”, dice el profesor de la Universidad de Texas A&M (EE. UU.) Scott Lillibridge, que una vez fue director del programa de bioterrorismo de los CDC. Lillibridge explica: “En la década de 1990 estábamos centrados en los agentes estatales. En un virus en el congelador. 20 años después, la aparición de la biología sintética implica que las cosas que solían requerir una gran inversión ahora son económicas y fáciles de adquirir”.
En el pasado, acumular vacunas contra patógenos conocidos como la viruela, la polio el ántrax era suficiente para combatir una pandemia. Pero ahora, cualquier malhechor podría crear nuevas amenazas que no están en ninguna lista. Como Bill Gates lo expresó este año: “La próxima epidemia podría originarse en la pantalla de un terrorista” (ver La edición genética es un arma de destrucción masiva para la inteligencia de EEUU).
Pero a medida que se dan casos reales como el brote de Zika, la ciencia también acelerar sus progresos. En el escenario de Toner, el virus imaginario CladeX se habría secuenciado en cuestión de días, lo que revelaría su código genético y desencadenaría una ofensiva coordinado y competitivo por parte de científicos y fabricantes de vacunas. Lillibridge opina: “Estamos mejorando. Aunque la realidad es más compleja, ahora somos más capaces de enfocarnos en los problemas clave”.
Los organizadores del los juegos del patógeno, que llevaban recomendaciones preparadas, repitieron las típicas llamadas que suelen hacerse para buscar coordinación interinstitucional y aumentar la infraestructura de salud pública. Pero entre en sus seis recomendacionestambién incluyeron un llamamiento de supervisión internacional sobre los experimentos más arriesgados (por ejemplo, sintetizar un virus desde cero), tal vez a través de las Naciones Unidas. Los científicos afirman que eso es necesario porque “pocos países en el mundo admiten abiertamente la posibilidad de que surjan nuevos riesgos pandémicos a partir de la investigación científica o la aplicación de nuevas herramientas biotecnológicas”.
Hopkins cree que los países desarrollados deben invertir más en diagnósticos ultrarrápidos y nuevos sistemas para fabricar vacunas, para que los antídotos lleguen en meses en lugar de en años. Hacer todo lo que está al alcance, dice O’Toole y afirma: “Tenemos la capacidad, tecnológica y social, para defendernos. Pero tenemos que hacernos una idea de que es una amenaza real, y lograr que los políticos comprendan que hay cosas que podemos hacer. Va a costar dinero, pero no será mucho”.
Eso no quiere decir que la simulación de CladeX haya acabado bien. Como en la mayoría de los juegos del patógeno, la historia acaba mal. ¿De qué otra manera se puede aprender? Al final del ejercicio, la primera vacuna ha fallado, decenas de millones de personas han muerto, las bolsas de valores han bajado en un 90 %, el presidente está enfermo y Estados Unidos debe nacionalizar su sistema de atención médica.
Le pregunté a O’Toole si creía que CladeX sería tan profético como Dark Winter. “Espero que no”, respondió.
Fuente: technologyreview.es