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Las “sesiones locas” en las que el gigante de la biología Sydney Brenner ayudó a sentar las bases de la era genética en la que vivimos

En 2002 el biólogo sudafricano Sydney Brenner fue galardonado con el Premio Nobel de Fisiología o Medicina por su trabajo sobre el desarrollo celular.

Brenner, que hoy tiene 90 años y sigue trabajando en Singapur, es uno de los padres de la biología del desarrollo, un campo de investigación que estudia los procesos mediante los cuales los organismos crecen y se desarrollan.

Sin embargo, antes de dedicarse a esta disciplina, el científico fue uno de los pioneros de otra rama de la ciencia que revolucionó el siglo XX: la biología molecular, cuyo fundamento es comprender la naturaleza de los genes.

Hoy todos entendemos los conceptos básicos de la genética y no hay que ser un experto para poder hablar sobre temas como el ADN o la clonación.

Pero las cosas eran muy distintas en los años 50, cuando Brenner comenzó a estudiar la composición y el funcionamiento de los genes. La biología aún no había descubierto el origen molecular de todo y muchos de sus pares creían que el biólogo estaba perdiendo el tiempo.

Brenner era un joven genio: a pesar de nacer en una familia pobre, con padres analfabetos, aprendió solo a leer y para los 15 años ya había obtenido una beca para asistir a la universidad en Johannesburgo.

En 1952, a los 25 años, ganó otra beca, esta vez para realizar un doctorado en genética en la Universidad de Oxford, en el Reino Unido.

Un año después tuvo acceso a algo histórico, que le cambió la vida: fue una de las primeras personas que pudo conocer el famoso modelo de “doble hélice” de la estructura molecular del ADN -la materia de la que están hechos los genes- diseñado por Francis Crick y Jim Watson, de la Universidad de Cambridge.

Ese modelo, publicado poco después, fue un hito científico y abrió las puerta a nuevas incógnitas: ¿cómo se replican los genes? y ¿cómo producen proteínas, las moléculas que forman células?

La invitación especial que recibió Brenner para tener la primicia de ese trabajo lo llevó a enfocarse de allí en más en resolver esas preguntas.

Además marcó el inicio de una larga y fructífera relación laboral con Francis Crick, que llevaría a importantísimos avances en el naciente campo de la biología molecular.

“Sesiones locas”

Brenner se mudó a Cambridge a finales de 1956 y comenzó una colaboración de 20 años con Crick, quien también fue honrado con el Premio Nobel de Fisiología o Medicina en 1962.

Durante una entrevista que dieron a la BBC en los años 80, los científicos revelaron el método poco ortodoxo de trabajo que adoptaron.

“Compartimos una oficina durante 20 años”, contó Crick. “(Sydney) solía estar en el laboratorio pero cuando venía me contaba lo que estaba haciendo o yo le contaba sobre algo que había leído y nos poníamos a charlotear”.

“La única regla que teníamos era que podías decir cualquier cosa que te viniera a la mente. La mayoría de estas conversaciones eran puras boberías pero lo hacíamos porque de vez en alguno tenía una idea a medias que el otro podía refinar”, agregó Brenner.

“Lo más importante era ser franco. Ser sincero sin ser maleducado. Podías decir algo que sonaba bastante agresivo pero la otra persona sabía que era tu forma de mostrar desacuerdo”, explicó Crick.

“Y por supuesto que el objetivo era atacar las ideas del otro porque deshacerse de las ideas falsas es lo más importante para desarrollar buenas ideas”, señaló.

“Creo que muchas de las buenas ideas que tuvimos fueron producidas durante estas sesiones absolutamente locas”, reveló Brenner.

Sinergia

Fue durante una de estas “sesiones locas” que Brenner y Crick de pronto lograron entender cómo los genes funcionan.

A esa altura ya se sabía que los genes producen proteínas usando moléculas de ácido ribonucleico (ARN) y unas pequeñas estructuras llamadas ribosomas, que forman parte de toda célula. Pero nadie sabía cómo ocurría el proceso.

Un buen día, en abril de 1960, Brenner, Crick y otros colegas estaban teniendo uno de sus habituales charloteos sobre unos hallazgos recientes relacionados con el ARN y la posibilidad de que hubiera moléculas desconocidas que funcionan como mensajeras entre los genes y las proteínas.

De pronto, Brenner se iluminó.

“Estábamos sentados en mi habitación y de pronto salté y según Francis aullé”, rememoró Brenner hace poco durante una entrevista que concedió al científico e historiador de la Universidad de Manchester Matthew Cobb, para la BBC.

“Dije: ´lo tengo´. Comencé a hablar y Francis (Crick) comprendió de inmediato”.

El biólogo francés François Jacob, quien estuvo presente, describió el momento en su autobiografía.

“Francis y Sydney comenzaron a gesticular, a discutir a todo lo que daba y muy agitados. Francis tenía la cara roja, Sydney las cejas de punta. Los dos hablaban a la vez, casi gritando. Ambos tratando de anticipar al otro”.

Los científicos fueron los primeros en concluir que el mensajero que hacía posible la producción de proteína debía ser un tipo especial de ARN.

Experimentos “aterradores”

Habiendo alcanzado esta teoría a través de su peculiar sistema, Brenner y Crick también fueron poco ortodoxos a la hora de comprobar su hipótesis.

Eso podemos concluir del un tanto peligroso experimento que idearon para confirmar su teoría.

Lo diseñaron esa misma noche, durante una fiesta en casa de Crick.

El complicado experimento involucró el uso de bacterias, virus e isótopos radiactivos.

Los científicos querían demostrar que una forma de ARN que llamaron ARN mensajera llevaba un código del gen al ribosoma, que “leía” esa información y generaba la proteína, siguiendo esas instrucciones.

Para comprobarlo, decidieron infectar una célula con un virus bacteriano y ver si el ARN creado a partir de esa infección estaba presente en los ribosomas viejos, demostrando la teoría de que funciona como mensajero.

La clave era poder distinguir los ribosomas viejos, creados antes de la infección, de aquellos nuevos que ya estaban infectados desde el principio. Para esto usaron los isótopos radiactivos, que sirven para marcar las células.

A pesar de su peligrosidad, los científicos no tomaron demasiados recaudos con estos materiales.

Según Cobb, las técnicas que usaron fueron “bastante aterradoras” según los parámetros actuales.

“A lo vaquero”

El propio Brenner reveló que una vez François Jacob, quien participó del trabajo, “le erró al tubo de probeta” cuando estaba colocando el material radiactivo y este cayó en una fuente de agua.

“Tuvimos que esconder el agua por unas semanas detrás de la máquina de Coca Cola”, le confesó a Cobb, aclarando que después de “un par de meses” la radiactividad desaparece sola.

El científico también contó que él y los otros expertos retiraban los materiales de los tubos de probeta usando sus propias bocas para hacer succión.

“¿Había algo que evitara que se tragaran esos materiales por error?”, le preguntó -horrorizado- Cobb a Brenner, durante su reciente entrevista en Singapur.

“No hacía falta, todo estaba etiquetado”, le contestó muy tranquilo el premio Nobel, quien admitió, no obstante, que el experimento se hizo “a lo vaquero”.

Así y todo, sirvió para comprobar la teoría y mostró que los ribosomas están inertes hasta que son “programados” por el ARN mensajero.

El club de las corbatas

Algunas de las anécdotas que relata Brenner parecen salidas de la comedia de televisión “The Big Bang Theory”, sobre un grupo de coloridos amigos científicos.

Por ejemplo, la del “Club de corbatas ARN”, un grupo creado por el físico estadounidense George Gamow para promover la investigación de estas moléculas.

El “club” tenía solo 20 miembros: uno por cada uno de los 20 aminoácidos esenciales que son controlados por los genes y componen una proteína.

Cada miembro tenía su propia corbata identificadora, que mandaron a hacer especialmente a un sastre en Los Ángeles.

El grupo no se reunía en persona pero todos estaban conectados y -en la era antes de la existencia del chat y el mail- se enviaban mensajes mutuamente para compartir nuevas ideas sobre el objetivo compartido: descifrar el código genético.

“¿Sirvió de algo el club?”, le preguntó Cobb a Brenner.

“Fue importante”, le contó el veterano. “Eran los primeros días de la biología molecular y comenzó una tradición de intercambio de información”.

Meta cumplida

Lo cierto es que todos estos métodos poco ortodoxos cumplieron su función. Entre 1960 y 1961 Brenner y Crick lograron no solo entender cómo el ADN produce proteína sino que también pudieron descifrar que había tres “letras” en cada “palabra” del código genético.

Una de las notas de Crick y Brenner mientras trabajaban para descifrar el código genético.

Otros expertos en biología molecular agregaron sus avances y fue así como en, en muy poco tiempo, el ser humano logró develar el misterioso código genético, abriendo una nueva era en la que vivimos hoy.

Tras esa revelación, tanto Brenner como Crick decidieron dejar de lado la biología molecular y dedicarse a estudiar el desarrollo de organismos vivos, aunque tomando caminos separados.

Así llegó a su fin una de las sociedades científicas más peculiares y más prolíficas del siglo XX, que, entre risas y charloteos, cambió el curso de la historia de la ciencia.

Fuente: bbc.com