La vacuna contra el coronavirus: una carrera plagada de obstáculos

¿Sirve de algo intentar diseñar una vacuna para un virus que casi no conocemos? ¿Cómo podrán los ensayos demostrar su eficacia en los voluntarios si el mundo lucha por evitar los contagios a toda costa? Y si lo logra, ¿cuánto se tardará en fabricar dosis para 1.000 millones de personas?

La titánica tarea de encontrar una vacuna contra el coronavirus (COVID-19) avanza más rápido de lo que nadie habría imaginado. Se ha demostrado que, al menos, cuatro vacunas experimentales protegen a los monos, y tres de ellas ya se están administrando a algunos valientes voluntarios humanos.

El objetivo es tengamos una vacuna para enero, y el dinero no parece ser un problema. El 21 de mayo, Estados Unidos afirmó que destinaría cerca de 1.000 millones de euros para la investigación conjunta de la Universidad de Oxford (Reino Unido) y la farmacéutica AstraZeneca, como parte de una estrategia que el presidente del país, Donald Trump, denominó “Operación Warp Speed” (de máxima velocidad).

La mayoría de las noticias que llegan son buenas, y muchos científicos creen que es factible que aparezca una vacuna. Pero el siguiente paso de las investigaciones es el más grande de todos: demostrar que un candidato a vacuna realmente funciona.

Esperamos que, a comienzos del verano, distintos grupos de investigación intenten lanzar varios enormes estudios de eficacia con la participación de miles de voluntarios. Esta será la parte más costosa del proceso, y también la más difícil de acelerar porque los investigadores tendrán que esperar a que los participantes en el estudio se infecten accidentalmente con el virus y luego verificar con qué frecuencia se enferman los que hayan recibido la vacuna.

“Demostrar la eficacia es siempre la parte más cara del desarrollo de una vacuna y la más larga de las tres fases”, explica el antiguo director de Vacunas de Sanofi Pasteur, Stanley Plotkin. Y añade que este período de tiempo básicamente “depende de la incidencia de la enfermedad”.

El esfuerzo global que se está llevando a cabo para crear una vacuna en tan poco tiempo no tiene precedentes. Las nuevas tecnologías han llevado a los fabricantes de medicamentos a moverse rápidamente, y los reguladores nunca habían concedido permisos tan rápido. Pero, paradójicamente, los exitosos esfuerzos para detener la propagación del virus podrían dificultar las pruebas de una vacuna.

Es algo que preocupa a los fabricantes de vacunas. Esta semana, el director médico de Moderna, Tal Zaks, cuya vacuna de ARNm fue la primera en probarse en humanos en marzo, dijo en una conferencia telefónica: “El desafío consiste en que no sabemos cómo garantizar haya suficientes casos. Puedo vacunar a muchas personas, pero no importa cuántas sean si el virus no está circulando”.

Lo más irónico es que el proceso irá más rápido si el brote de COVID-19 sigue aumentando. También se espera que los investigadores de vacunas cuenten con enfermeros, médicos y otros grupos de riesgo en sus estudios, ya que son los que más probabilidades tienen de contraer el virus. En cualquier caso, su consejo para todos es que intenten no contagiarse, a pesar de que, para llevar a cabo su trabajo, esperan que algunas personas lo hagan.

El experto en bioética de la Universidad de Nueva York (EE. UU.) Arthur Caplan afirma: “Todavía hay que decirle a la gente que intente no contagiarse. No vamos a decirles: ‘Dejen de llevar la mascarilla’ o ‘¿Por qué no se junta con gente en un espacio cerrado?’ Es un extraño dilema, ¿verdad? El mundo está tratando de controlar todo esto, algo que admiro, pero así se limita la capacidad de estudiar una vacuna”.

Diseñar el ensayo

Aunque son las empresas las que deciden cómo debe ser cada ensayo, necesitan que estos sean aprobados por las autoridades competentes. En EE. UU., la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA, por sus siglas en inglés) ya ha resaltado que espera ver estudios aleatorios de doble ciego, el estándar de oro para demostrar que un tratamiento realmente funciona.

Eso significa que en los grandes estudios que empezarán este verano, algunas personas recibirán la vacuna real y otras un placebo. Luego, los investigadores analizarán cuántas personas de cada grupo se infectan o desarrollan la COVID-19.

Según el abogado de Bass, Berry & Sims y asesor externo de la Coalición para la Innovación en la Preparación para Epidemias, Clinton Hermes, se necesita un “grupo de placebo” para mantener a los científicos y a los sujetos atentos. El experto detalla: “Saber quién recibió la vacuna puede sesgar al investigador en un nivel subconsciente a la hora de recoger los datos, y también influye en el comportamiento del sujeto. Se ha demostrado que, si las personas son informadas de que recibieron una vacuna, resulta más probable que se expongan al virus que si no lo saben con seguridad. Es simplemente la naturaleza humana Comportarse de forma más arriesgada al pensar que han sido vacunados es un simple componente de la naturaleza humana “.

Ir más rápido

La vicepresidenta de Servicios de Desarrollo de Medicamentos en Icon Clinical Research, Cynthia Dukes, que está coordinando varios ensayos de vacunas y medicamentos, destaca que, para llevar a cabo sus estudios, es probable que las empresas de vacunas busquen a voluntarios entre la población de mayor riesgo de grandes ciudades densamente pobladas.

La mayoría de las personas que serán vacunadas probablemente formarán parte de equipos de primera respuesta, profesionales sanitarios o miembros de la Guardia Civil, subraya. Y añade: “Es una buena parte de la población para empezar y obtener una respuesta. Queremos que haya riesgo de exposición. Si son personas que se quedan en casa, el ensayo no va a funcionar”.

Dukes asegura que ha visto proyectos para ensayos de vacunas que involucran a entre 6.000 y 10.000 voluntarios, en los cuales los investigadores estiman que hasta el 3,7 % de los voluntarios estarían expuestos al virus. Eso significa que los contagios del grupo placebo podrían situarse entre los 100 y los 150, o puede que menos, e idealmente ninguno entre los voluntarios del grupo vacunado. Eso sería una prueba estadística de que la vacuna funciona.

Durante los ensayos, las personas se someterán a revisiones regulares para ver si se han contagiado. “En un estudio clínico, a la primera señal de un resfriado realizan una prueba de diagnóstico”, afirma Dukes.

Según la experta, es posible acelerar los estudios introduciendo a los participantes más deprisa. Espera que eso no sea un problema porque han llamado miles de voluntarios. Otra forma de hacerlos más rápido consiste simplemente en aumentar el número de participantes. Eso es lo que el Departamento de Sanidad y Servicios Sociales de EE. UU. señala que planea con el ensayo de AstraZeneca, que aspira a involucrar a 30.000 personas en Estados Unidos.

Como en una carrera de caballos, la Operación Warp Speed podría acabar respaldando los ensayos de varios candidatos a vacuna. Eso significa que el número total de voluntarios necesarios podría elevarse a más de 150.000, según informa Reuters. Pero no se sabe si habrá suficientes casos de COVID-19. El científico de la Universidad de Oxford que desarrolla la vacuna de AstraZeneca, Adrian Hill, cree que hay un 50 % de posibilidades de que el ensayo termine con “ningún resultado”.

“Es una carrera contra un virus que está desapareciendo”, dijo Hill a The Telegraph.

Esta empresa farmacéutica británica se comprometió a tener listas para octubre 300 millones de dosis, pero algunos no están seguros de que los grandes ensayos vayan a ofrecer respuestas tan pronto. Caplan señala: “Los expertos siguen asegurando que tendremos una vacuna en otoño, pero puede que para entonces ni siquiera tengamos datos. En su opinión, sería “éticamente imposible” distribuir una vacuna antes de tener pruebas de que funciona de manera segura. “La gente no la querrá recibir. Además, habrá quien se preocupe por los efectos segundarios, que ocurren en uno de cada 25.000 casos. Es una probabilidad pequeña, pero 1.000 millones de personas se vacunan, entonces los casos relativamente raros serán más comunes”.

El director de los Institutos Nacionales de Alergia y Enfermedades Infecciosas de EE. UU., Anthony Fauci, prevé que se tardará como mínimo entre cuatro y cinco meses para que un gran ensayo genere suficiente evidencia de que una vacuna funciona. Y señala: “Si tenemos éxito, esperamos saberlo a finales del otoño y principios del invierno”.

Hermes, el abogado experto en vacunas, está de acuerdo en que “no se usará nada en la población general sin una prueba de eficacia”, pero cree que es probable que los gobiernos permitan el uso de emergencia de una vacuna para los trabajadores de primera línea incluso antes de disponer de todos los datos, tal vez dentro de unos meses. “Si una vacuna tiene unas buenas características de seguridad y hay indicios de que funciona, es posible que los sanitarios de primera línea la reciban”, asegura.

Cuestión de inmunidad

A medida que llegan las pruebas, el mundo entero continúa pendiente de cualquier pista sobre una vacuna que pueda poner fin a la crisis de la COVID-19. El 18 de mayo, Moderna Pharmaceuticals provocó una subida de casi un 4 % del mercado de valores de EE. UU. después de publicar que los voluntarios que recibieron su vacuna en un ensayo de seguridad producían el mismo nivel de anticuerpos que los pacientes convalecientes de COVID-19, un indicio de que su vacuna podría ser efectiva. En algunos voluntarios, los anticuerpos eran “neutralizantes”, lo que significa que frenaban el virus cuando su plasma se analizaba en una placa de Petri.

La compañía fue atacada rápidamente por hacer “ciencia mediante comunicados de prensa”, pero Fauci, cuya agencia está probando la vacuna de Moderna, asegura que hay buenas razones para creer que podría funcionar. El responsable señala: “Definitivamente no es una posibilidad muy remota. Se trata de un virus que provoca una respuesta inmunológica, y las personas se recuperan… el simple hecho de que el cuerpo sea capaz de eliminar el virus espontáneamente indica que, al menos desde un punto de vista conceptual, podemos estimular al cuerpo con una vacuna que cause una respuesta similar”.

Es algo muy diferente del VIH, donde (con raras excepciones) las personas nunca derrotan naturalmente al virus, y eso puede explicar por qué las vacunas contra el SIDA han fracasado tanto. Pero con la COVID-19, aproximadamente 99 de cada 100 personas sobreviven y parece que al final eliminan el virus.

Los primeros datos del ensayo de Moderna son un ejemplo de lo que los fabricantes de vacunas denominan “correlatos de inmunidad”. Un correlato es algo que se puede medir, como los niveles de anticuerpos, y que también se pueden aumentar hasta cierto punto con una vacuna. Lo que deben demostrar ahora, en el ensayo de eficacia, es si estos factores pueden predecir, o causar, una protección real contra el virus.

Plotkin detalla: “Hay muchos tipos de respuestas inmunológicas. ¿Cuál hay que crear y cuál es responsable de la protección, si es que existe? Esa es la pregunta. Los anticuerpos neutralizantes no siempre son suficientes, pero son una buena suposición. Para muchas enfermedades son la clave de la protección, pero no siempre”.

Lo que puede salir mal

Lo extraordinario ahora es que las vacunas contra la COVID-19 están avanzando a grandes ensayos incluso cuando el esfuerzo científico paralelo para comprender nuestra respuesta inmunológica al coronavirus permanece en sus primeras etapas. Zaks, el director médico de Moderna, comparó ese proceso con “volar un avión” a medida que se estaba construyendo.

Algunas voces se están alzando para advertir que la Operación Warp Speed podría estrellarse fácilmente en el despegue. El antiguo director de la agencia estadounidense responsable de las vacunas Rick Bright señala: “Normalmente, se necesitan hasta 10 años para fabricar una vacuna. Hay mucho optimismo alrededor de un marco de tiempo de entre 12 a 18 meses, si todo va perfectamente, pero nunca hemos visto que un proceso en el que todo salga a la perfección”.

Entonces, ¿qué puede salir mal? Dukes, que dirige estudios en nombre de las empresas, explica que, según su experiencia, generalmente los obstáculos se dan en la etapa de fabricación. Si hay un problema para aumentar los suministros, el proceso se puede enfrentar con un gran contratiempo, ya que se supone que todo, desde los estudios en animales hasta los estudios en humanos, se basa en un producto idéntico.

Por su parte, Plotkin destaca que el habitual traspié de una vacuna reside en que los investigadores eligen una parte equivocada del virus para su introducción al cuerpo o no inyectar suficiente sustancia. Otras veces, el problema consiste en la biología del virus, como en el caso del VIH, que cambia de forma al atacar al sistema inmunitario.

También se sabe que una vacuna perfectamente efectiva puede no marcar la diferencia por una razón mucho más simple: las personas que no se vacunan.

Eso ocurre más a menudo de lo que sei piensa. Muchas personas ignoran las vacunas contra la gripe, los movimientos antivacunas están sembrando el miedo y hay regiones del mundo donde nunca se administran las vacunas para enfermedades que se podrían prevenir.

Con la COVID-19, todos esos problemas permanecen en el horizonte. También está el hecho de que será difícil fabricar suficientes vacunas para todos. Sobre la vacuna de su empresa, Zaks afirmó: “En el contexto de una pandemia, esperamos que la demanda supere con creces el suministro”. Su jefe y el CEO de la compañía, Stéphane Bancel, coincidió: “Créanme, nuestro plan de negocios no incluía disponer de 1.000 millones de dosis”.

Fuente: technologyreview.es