La misteriosa bacteria que devora al Titanic y que puede hacerlo desaparecer en unas pocas décadas

Lo que allá por 1912 fuera un opulento trasatlántico, el Titanic, en la actualidad no es más que un casco oxidado que reposa en el fondo del océano.

Pero al menos hoy queda algo de él.

Y es que los científicos creen que en un par de décadas o incluso antes -algunos hablan de 14 años-, no quedará nada del barco que se hundió en su malogrado viaje inaugural.

Poco a poco, bacteria se está comiendo sus restos.

Fue Robert Ballard, un oceanógrafo de la Universidad de Rhode Island en Narrangansett, EE.UU. quien encontró el Titanic en 1985.

Y todo por casualidad.

Ballard participaba en una misión secreta de la armada de EE.UU. para localizar dos submarinos nucleares estadounidenses hundidos durante la Guerra Fría.

Entre los restos de las dos naves, apareció el Titanic, notablemente bien conservado.

A 3.800 m de profundidad, con falta de luz y una intensa presión, el lugar resultaba inhabitable para la mayoría de los seres vivos, lo que frenaba, al mismo tiempo, el proceso de corrosión.

Microbio extraordinario

Sin embargo, 30 años más tarde el casco se está oxidando, gracias a una bacteria que se come el metal.

¿Qué sabemos de ella?

La historia comenzó en 1991, cuando unos científicos de la universidad canadiense de Dalhousie recogieron muestras de unas herrumbrosas formaciones que colgaban del barco.

Al analizarlas, vieron que estaban llenas de vida.

Pero no fue hasta 2010 que otros científicos de la misma universidad, encabezados por Henrietta Mann, decidieron investigar de qué tipo.

Los científicos aislaron una especie de bacteria que resultó ser nueva para la ciencia.

La nombraron Halomonas titanicae, en honor al barco.

Además de sobrevivir en esas condiciones inhóspitas del fondo marino, la bacteria mostraba otra característica incluso más asombrosa. La Halomonas también se puede encontrar en otro tipo de ambiente extremo: las marismas.

Allí, la salinidad del agua puede variar dramáticamente debido a la evaporación, un problema que en su evolución la Halomonas logró solucionar.

El problema de la sal

En circunstancias normales, cuando las células se encuentran con agua demasiado salada, el líquido se fuga, provocando que se encojan, colapsen y mueran. Un ambiente de muy poca sal puede ser igualmente letal.

Ambas incidencias ocurren porque el agua “quiere” desplazarse de un área de alta concentración del líquido a una de baja, fenómeno que conocemos como ósmosis.

Como las membranas de una célula son permeables al agua, eso significa que todas las formas de vida son extremadamente sensibles a los niveles externos e internos de sal.

Para evitar que sus células exploten o se encojan, muchas especies producen compuestos como azúcares o aminoácidos que mantienen la concentración de “materia” dentro de sus células estables con relación al exterior.

Sin embargo, no muchos organismos pueden hacerlo al nivel que lo consigue la bacteria Halomonas.

Sustancia protectora

Un equipo internacional de científicos descubrió que la bacteria usa una molécula llamada ectoína para protegerse de la presión osmótica extrema.

“Si una célula va a sobrevivir en un ambiente salino fluctuante, debe tener una forma de compensar, ajustando la concentración de su solución interna”, dice Joe Zaccai del Instituto francés Laue-Langecin, quien participó en el estudio.

Así, entre más salada se ponga el agua, más ectoína producirá la bacteria dentro de las células para impedir que el líquido se escape.

Sin embargo, esa adaptación puede ser altamente peligrosa para un organismo.

Cuantas más “cosas” se acumulen dentro de la célula, más pueden meterse entre las moléculas del agua y alterar las propiedades únicas de la sustancia líquida.

La razón por la cual el agua es tan absolutamente necesaria para la vida es que los enlaces únicos entre sus átomos -conocidos como puentes de hidrógeno- le permiten actuar como un solvente.

Otras sustancias químicas se pueden disolver en ella y pueden reaccionar juntas.

Además, el ARN y el ADN, las proteínas y enzimas responsables del trabajo diario de la célula, y las membranas que le dan una estructura, necesitan estar rodeadas por una capa de agua para funcionar.

Esa capa de hidratación es crucial para mantener el correcto plegamiento de las proteínas y, a su vez, su funcionamiento.

Si eso se interrumpe, las proteínas podrían desintegrarse, lo que acabaría matando a la célula.

Como las bacterias pueden acumular concentraciones extremadamente altas de ectoína en sus células (hasta el 20% de la masa de la Halomanas) la molécula debe conseguir, de alguna manera, dejar en su lugar esas importantes propiedades del agua.

Cuando los especialistas lo investigaron, encontraron que, en vez de interferir, la ectoína amplía las propiedades solventes del agua que son cruciales para la vida.

Por eso puede crecer en concentraciones que van del 0,5% al 25% de sal.

Sin embargo, no está claro si, y cómo, esta tolerancia a la sal la ha ayudado a colonizar el barco.

Trasatlántico reciclado

La H. titanicae no es la única bacteria que habita en barcos hundidos.

Varios tipos de microbios colonizan al barco casi inmediatamente después de que la nave se posa sobre el fondo del mar.

En 2014, un equipo de la agencia federal estadounidense, encargada de gestión de energía oceánica (BOEM, por sus siglas en inglés), condujo un exhaustivo estudio sobre la vida microbiana en ocho barcos de distintas épocas hundidos en el Golfo de México.

Y encontraron que el material con el que era construida la nave determinaba el tipo de microbios que atraía.

Curiosamente, aunque las bacterias esencialmente se estaban alimentando de los barcos, también los protegían de la corrosión.

“Al principio, el barco comenzará a corroerse, pero a medida que los microbios colonizan los restos, comienzan a formar una biopelícula que crea una capa protectora entre el barco y el agua del mar”, apunta Melanie Damour, una arqueóloga marina de la Universidad del Estado de Florida, EE.UU., a cargo de la expedición.

Eso significa que un impacto mecánico, como un ancla que se arrastra sobre las ruinas, romperá esa capa protectora y abrirá el metal desnudo al agua de mar otra vez, acelerando la corrosión.

Y el desgaste puede tener otras causas.

El desastre del hundimiento de la plataforma petrolera Deepwater Horizon en 2010 provocó el derramamiento de millones de galones de petróleo en el golfo de México.

Naufragio en el Golfo de México

El petróleo llegó a las profundidades del océano y el equipo encontró que ha acelerado la corrosión de los restos de barcos pues estaba matando la bacteria que los protegía.

“No todos los microbios pueden soportar la exposición al petróleo y a los disolventes químicos”, dice Damour.

Es algo alarmante, ya que más de 2.000 barcos hundidos reposan en el fondo marino del Golfo, desde galeones españoles del Siglo XVI hasta las ruinas de un submarino alemán de la Segunda Guerra Mundial.

Se trata de importantes monumentos históricos, que dan una visión única del pasado y sirven de hogar para la vida en la profundidad del mar.

Sin embargo, todas esas naves quedarán consumidas, ya sea por las bacterias o la corrosión marina.

El hierro en el barco de 47.000 toneladas terminará en el océano y, con el tiempo, una parte se incorporará en los cuerpos de animales y plantas marinas.

Entonces, el Titanic se habrá reciclado.

Fuente: bbc.com