La ciencia intenta explicar los misterios de la Navidad

La llegada de la Navidad supone uno de los momentos más hermosos para la civilización occidental. Tal ha sido la influencia del nacimiento de Jesús de Nazaret que, de hecho, sirve para determinar la manera cómo llevamos la cuenta de los años: antes o después de ese punto particular de la historia. Si bien se trata de un tema que pertenece al ámbito de la fe y la religión, no se circunscribe solo a este entorno. Distintas ramas de la ciencia y el conocimiento, desde la historia hasta la arqueología, incluyendo la sociología o incluso la astronomía, han dado su propia visión de la Navidad y de los misterios que la rodean.

Uno de los grandes enigmas es la estrella que guio a los sabios de Oriente hasta la presencia del Dios encarnado. Con respecto a este fenómeno, sucede lo mismo que con otros pasajes de las Sagradas Escrituras que narran eventos naturales o sobrenaturales de gran magnitud (como la separación de las aguas en el Mar Rojo, el Diluvio o la destrucción de Sodoma y Gomorra). Para estos episodios hay básicamente dos visiones. Una, que no sucedieron y son una representación simbólica de mensajes divinos o lecciones morales. El otro, es que sucedieron. En ese caso, puede que sean milagros que se manifiestan en eventos espectaculares o fenómenos naturales que fueron interpretados como actos de Dios por los hombres de ese tiempo.

Natividad, narración simbólica o hecho histórico

En el caso de la Navidad, también hay opiniones divididas para la ciencia, en especial en torno a la Estrella de Belén y los sabios que llegaron de Oriente siguiendo la señal de los cielos. ¿Es solo una narración simbólica? ¿O es la descripción de un fenómeno astronómico? Lo cierto es que no hay consenso. Pero hay quienes se aventuran a investigar.

Uno de los primeros aspectos tiene que ver con el tiempo en el cual se escribieron estos hechos, el contexto en que ocurrieron y la forma en la cual han llegado hasta nosotros. El padre Francisco Arruza, un sacerdote jesuita dedicado por muchos años a la educación superior en España y en Latinoamérica, defendía la tesis de acercarse a las Escrituras con fe, pero sin ingenuidad.

Cuestionaba el simplismo con el cual las narraciones pasaban a formar parte de la cultura popular. En especial, atacaba a quienes dibujaban elefantes, jirafas y leones africanos subiendo a un arca construida a miles de kilómetros del hábitat natural de estas especies. Con respecto a la Estrella de Belén y la aventura de los llamados “Tres Reyes Magos”, Arruza advertía también que la cultura popular había desvirtuado este pasaje. El Evangelio ni siquiera dice que sean tres.

Ni reyes, ni magos ni tres

Aunque las tradiciones navideñas los describen como reyes, la Biblia no los llama así. Más bien, en el Evangelio de Mateo la palabra griega magoi se usa para referirse a esos viajeros que visitaron a Jesús. Una traducción de esta palabra es “brujo“. Al trasladarse los textos a diferentes lenguas, los traductores, pensaron que la palabra “brujo”, llevaba implícita connotaciones negativas. Así que lo tradujeron como “magos”. En cuanto a su número, en ninguna parte se dice que sean tres. Ese número puede haber surgido del hecho que traían tres regalos: oro, incienso y mirra.

Lo más probable es que al usar esa palabra, el texto bíblico se refiera a expertos en astrología y otras prácticas ocultistas. Arruza explicaba que, en la antigüedad, no existía una diferencia clara entre astronomía y astrología. Estudiar los fenómenos del cosmos y darles una interpretación mística eran parte de una misma ciencia.

Por esta razón, no es de extrañar que los “magos” hayan seguido un fenómeno celeste, al que conocemos con el nombre de Estrella de Belén. Pero, si estos sabios antiguos buscaban un punto brillante en el firmamento con base en sus conocimientos de astronomía, es posible que sus “colegas” contemporáneos puedan explicar de qué se trata. Al menos, eso es lo que algunos han intentado.

¿Existió la Estrella de Belén?

El físico y astrónomo Marcos Peñaloza-Murillo, investigador científico asociado al Departamento de Astronomía del Williams College, en Massachusetts, Estados Unidos, ha hecho desde mediados de la década de los años ochenta un seguimiento bibliográfico e histórico sobre el acercamiento de la ciencia para dilucidar el posible origen de la Estrella de la Navidad.

Explica que lo más probable es que la Estrella de Belén no fuese realmente una estrella, pero ello no quiere decir que no existiera. Sucede que el ojo humano difícilmente puede distinguir si los puntos luminosos en el cielo son nebulosas, cometas, meteoritos o estrellas propiamente dichas. Por lo tanto, es común pensar a priori, que todo punto luminoso que vemos en el cielo es una estrella. Lo cierto es que toda estrella luce como un punto luminoso, pero no todo punto luminoso es una estrella. Puede ser uno de los planetas visibles a simple vista o tal vez un meteorito, o un grupo de estrellas, agrega.

Esto quiere decir, señala el académico del Programa Fulbright, que posiblemente los “tres” sabios de oriente (su número real sigue siendo un misterio) vieron un punto luminoso poco usual en el cielo, al cual la tradición ha llamado estrella.

Posible conjunción planetaria

Peñaloza-Murillo, quien también es investigador y docente titular jubilado del Departamento de Física de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Los Andes, de Venezuela, explica que varios investigadores, en diferentes épocas y en el plano científico, han propuesto diversas hipótesis para describir este fenómeno. Una de las explicaciones más difundidas sobre la Estrella de Belén, es que pudo tratarse de una conjunción planetaria. Distintos autores han coincidido al apuntar a esa posibilidad.

Una de las primeras referencias a esta posibilidad apareció hacia 1285, en las crónicas Annals of Worcester Priory. El 31 de diciembre de ese año tuvo lugar en el cielo un acercamiento aparente entre Júpiter y Saturno -fenómeno llamado conjunción planetaria– en la constelación de Acuario.

Evidencia científica

Pero no fue sino hasta el siglo XVII cuando aparece uno de los primeros registros científicos para tratar de atribuir la aparición de la Estrella de Belén a un fenómeno de alineación planetaria. Quien lo hizo fue el astrónomo y matemático alemán Johannes Kepler. El 17 de diciembre de 1603, había calculado que ocurriría una conjunción de los planetas Júpiter y Saturno en la constelación zodiacal del Escorpión, con Marte moviéndose después rápidamente en las proximidades de ambos. Kepler calculó, al retroceder matemáticamente el tiempo (retro-extrapolación), que una conjunción similar de estos tres planetas ocurrió en el año 7 antes de la era cristiana.

Peñaloza-Murillo explica que, posteriormente, cálculos del propio Kepler y de otros investigadores fueron despejando las dudas con respecto a la fecha. Pero, en todo caso, “un fenómeno de este tipo sólo pudo haberse presentado una sola vez en la época del nacimiento de Jesús“, agrega.

El libro de Michael Molnar, The Star of Bethlehem: The Legacy of the Magi, sostiene que dos ocultaciones lunares de Júpiter en Aries en el año 6 a.C. podría haber preparado a los astrólogos para que esperaran un nacimiento real en Judea.

O pudo ser una supernova

No obstante, el propio Kepler fue testigo, entre los años 1604 y 1605, de la aparición de una supernova, es decir, una estrella que explota violentamente. Le llamó la atención que este hecho se sucediera después de la conjunción planetaria de 1603. Por ello, habría pensado, de acuerdo con sus escritos, que fue una estrella nova o supernova lo que probablemente vieron los Reyes Magos, meses después de haberse presentado esta conjunción. Creía, quizás, que ambos fenómenos debían sucederse uno detrás del otro.

Una supernova “cercana” sería una vista impresionante en el cielo. En su máximo esplendor, la supernova de Kepler era más brillante que cualquier otro planeta o estrella en el cielo nocturno. Incluso fue visible en el azul del cielo diurno durante más de tres semanas. Sin embargo, no hay evidencia de una supernova alrededor del año 7 a. C.

Hacia 1821, Friedrich Münter, un obispo de la Iglesia Luterana retomó la hipótesis de la conjunción de Júpiter y Saturno como una explicación de la ciencia a la Estrella de la Navidad.

Otras posibles explicaciones

Si bien la alineación planetaria y una supernova son, probablemente, dos de las teorías “más populares” de la ciencia para explicar la Estrella de la Navidad, hay otros fenómenos celestes que podrían servir para determinar qué vieron los sabios de Oriente.

Entre las posibilidades está un cometa. El Halley hizo una aparición espectacular y bien informada en el 66 d.C. Ese año, una procesión de magos acompañó al rey armenio Tiridates a través de las comunidades judías y cristianas en Siria, y luego a Roma para rendir homenaje al emperador Nerón.

Los registros chinos señalan que dos cometas aparecieron en el período en que nació Jesús, uno en el 5 a. C. y el segundo en el 4 a. C. El cometa del 5 a. C. se observó por primera vez en la constelación de Capricornio en marzo o abril, y fue visible durante 70 días o más.

El cometa del 4 a.C., fue registrado el 24 de abril en la constelación de Aquila. Sin embargo, en esa época, los cometas eran vistos universalmente como presagios de desastres. Por ello, algunos historiadores estiman que es poco probable que los Reyes Magos hubieran interpretado un cometa como un buen augurio.

Más allá de la ciencia

Por ahora, la identidad de la Estrella de Navidad sigue siendo un misterio para la ciencia. Ningún fenómeno conocido por la astronomía parece explicarla totalmente. Es muy probable que los astrónomos seguirán debatiendo al respecto.

Sin embargo, para muchos lo más importante es lo que está presente más allá de la posible explicación que la ciencia pueda dar al brillo que los “Tres Reyes Magos” vieron después de la primera Navidad.

El padre Jorge Loring explicaba en sus conferencias que, finalmente, los fenómenos astronómicos son una forma de ver a Dios. Si bien el movimiento de las estrellas fue formulado en leyes matemáticas por Isaac Newton y Johannes Kepler, no fueron ellos quienes hicieron esas leyes, sino que éstas “regían el movimiento de las estrellas muchísimos años antes de que nacieran Newton y Kepler. El hombre no hace las leyes de la Naturaleza, las encuentra. Y entonces tenemos que pensar en ese matemático que ha puesto las leyes matemáticas en la Naturaleza: Dios”.

Se trata, como dice Peñaloza-Murillo, de un “enigma muy especial, de una estrella muy especial”. Tal vez, en algún futuro, la ciencia nos revele parte del misterio de la Navidad que aun se oculta en las Sagradas Escrituras. Al final, como solía decir el padre Jorge Loring, “la ciencia no se opone a la fe, sino que la confirma”.

Fuente: cambio16.com