La alimentación nos ayudó a pronunciar palabras con ‘f’
Hace miles de años, algunos de nuestros ancestros dejaron de ser cazadores recolectores y empezaron a establecerse. Cultivaron vegetales y cereales para hacer guisados o papillas; criaron vacas para obtener leche y elaborar queso, y modelaron el barro para fabricar recipientes.
Si no hubieran hecho todo esto, ¿hablaríamos los idiomas y produciríamos los sonidos que escuchamos hoy en día? Quizás no, según plantea un estudio publicado el 14 de marzo en la revista Science.
“Algunos sonidos como el de la ‘f’ son recientes y podemos afirmar con cierto grado de certeza que hace veinte mil o cien mil años, estos sonidos simplemente no existían”, señaló Balthasar Bickel, lingüista de la Universidad de Zúrich y autor de esta nueva investigación.
El estudio concluyó que la transición hacia alimentos más blandos cambió la forma en que se desarrollaba la mordida conforme envejecía la gente. Según los autores, los cambios físicos facilitaron un poco a los agricultores producir ciertos sonidos como “f” y “v”.
Mediante otros procesos diversos, que no se analizaron directamente en el estudio, estos sonidos se integraron en casi la mitad de las lenguas que empleamos actualmente. Los autores del estudio necesitaban hacer un mayor análisis de los factores biológicos para estudiar el desarrollo del lenguaje humano.
Muchos lingüistas concordaron en que estos hallazgos son posibles, pero otros señalaron que las conclusiones más generales del estudio acerca de la influencia de la agricultura en el lenguaje quizá sean exageradas. Algunos advirtieron sobre las interpretaciones que tal vez, involuntariamente, vuelvan a plantear las refutadas ideas racistas o etnocéntricas que han empañado el estudio de la lingüística en el pasado.
Bickel y sus colegas volvieron a analizar una pregunta sobre el origen del lenguaje: ¿algunos de los diferentes sonidos que escuchamos en la actualidad se adquirieron hace poco? Aunque la mayoría de los lingüistas cree que la capacidad del lenguaje es universal y que no ha cambiado a lo largo de la historia de la humanidad, el nuevo estudio indica que la agricultura favoreció la llegada de sonidos nuevos a la voz humana durante los últimos miles de años.
En 1985, un lingüista llamado Charles Hockett observó que los sonidos “f” y “v” aparecían con menor frecuencia o estaban ausentes en los idiomas que hablaban algunos cazadores recolectores. Hockett planteó que quizás los cambios en la dieta, originados por la propagación de la agricultura, transformaron los dientes y la mandíbula, lo cual facilitó que la gente produjera algunos sonidos y dificultó la articulación de otros.
Sin embargo, muchas personas criticaron la idea de Hockett, la cual abandonó con el tiempo; y eso fue incluso antes de que los lingüistas comenzaran a privilegiar la participación del cerebro sobre las influencias físicas o sociales en el ámbito del lenguaje.
No obstante, desde entonces, los investigadores descubrieron que, mediante procesos graduales, la dieta podría determinar la forma que adquiere la mordida del ser humano. Pero la relación que tiene con los sonidos que producimos sigue siendo incierta.
En este nuevo estudio, los investigadores analizaron miles de idiomas. Gracias a simulaciones de computadora de bocas con formas diferentes y otras técnicas aportadas por la paleoantropología, la lingüística, la ciencia del lenguaje y la biología evolutiva, los científicos descubrieron que comer alimentos más blandos, relacionados con la agricultura, cambió el tipo de mordida de los adultos.
En el caso de quienes se alimentaban con la dieta de los cazadores recolectores, la mordida profunda en la mandíbula y los dientes de los jóvenes con frecuencia era sustituida en la edad adulta con lo que se llama mordida borde a borde, en la que los dientes frontales inferiores topan con los superiores. No obstante, con alimentos más blandos, la mordida profunda puede persistir hasta la edad adulta.
Con una mordida profunda, la pronunciación de los sonidos llamados labiodentales, los cuales requieren colocar el labio inferior debajo de los dientes superiores —como en las palabras “favor” o “favela”— se facilita aproximadamente un 30 por ciento. Cada vez más sonidos de este tipo pudieron haberse integrado al lenguaje a lo largo de miles de años.
Según los investigadores, esta es la hipótesis más probable, aunque reconocen que tal vez no ocurra de manera generalizada. “Algunos idiomas desarrollan sonidos labiodentales”, afirmó Steven Moran, lingüista de la Universidad de Zúrich. “Otros no”.
Estos hallazgos ponen en duda la idea de que los sonidos que producimos están más relacionados con la evolución humana y la manera en que esta moldeó nuestro cerebro, un tema que el artículo no aborda.
Tal vez nuestros ancestros homínidos hayan cocinado los alimentos, con lo cual estos se suavizaron, por ejemplo. Eso contribuyó a que se presentaran cambios en la forma del cráneo y la mandíbula, lo que dio lugar a un cerebro más complejo mucho antes de que la agricultura tuviera alguna influencia sobre la dieta, comentó Jordi Marcé-Nogué, quien estudia la evolución de la mandíbula en los primates en la Universidad de Hamburgo en Alemania.
“¿Qué ocurrió primero?”, preguntó. “¿Los cambios en el lenguaje o los cambios en el cerebro?”.
Ray Jackendoff, lingüista de la Universidad Tufts que no participó en el estudio, señaló que el descubrimiento que hizo el equipo de que la facilidad con la que pronunciamos ciertos sonidos podría variar con la dieta “es interesante pero no transcendental”. El hecho de que tal vez diferentes culturas hayan emitido ciertos sonidos con mayor frecuencia que otras, “no explica gran cosa acerca de la compleja historia del lenguaje”.
Otros factores culturales y sociales, como la adopción de sonidos de los vecinos, también han contribuido a los cambios en el lenguaje, afirmaron los autores del estudio. Por ejemplo, cuando se mezclaron los grupos de cazadores recolectores con los grupos de agricultores, también lo hicieron sus sonidos.
Además, otras personas señalan que los sonidos labiodentales se han encontrado incluso entre cazadores recolectores con mordida borde a borde, como algunos yanomamis de Sudamérica, quienes viven en su mayoría de manera aislada como cazadores recolectores, pescadores y horticultores.
Otros lingüistas también señalan que el estudio se basa en supuestos no comprobados, como en qué medida estos pequeños cambios de la mordida pueden influir sobre los sonidos, el tipo de errores que podrían producir, la edad en la que se desgastan los dientes de los cazadores recolectores, y la idea de que la agricultura es una variable útil en el estudio de la dieta. Tampoco se aborda la participación de los factores cognitivos, incluyendo el control neuronal de los órganos que intervienen en la producción del lenguaje.
Los autores responden que no le están restando importancia a la participación que tienen la cultura, la sociedad o la cognición en el desarrollo del lenguaje. Pero mencionan que las diferencias físicas entre la gente merecen tanta atención en el estudio del desarrollo del lenguaje humano como en las investigaciones de los sistemas de comunicación de los animales.
A algunos lingüistas les inquieta que si no se manejan con extremo cuidado, los estudios subsecuentes de las diferencias físicas o biológicas del lenguaje podrían dar un nuevo impulso a las creencias etnocéntricas que han afectado a la lingüística en el pasado, en especial si las investigaciones se interpretan públicamente como valoraciones de las lenguas de los diferentes grupos.
“Aquí el riesgo es la inclinación a concentrarse en los beneficios positivos o lo que obtienen las personas en sociedades agrícolas, en vez de considerar también los beneficios que podrían tener los individuos de las sociedades de cazadores recolectores”, comentó Adam Albright, lingüista del Instituto Tecnológico de Massachusetts.
Albright señaló que el estudio actual consideró esos aspectos, y que espera que las investigaciones futuras en esta área también indaguen sobre los sonidos que pudieron haberse perdido en el cambio hacia la agricultura.
Bickel estuvo de acuerdo y expresó: “Será igualmente interesante estudiar los sonidos que pudieron haberse perdido con la transición hacia los alimentos más blandos”.
Fuente: NYT