Hallan un adorno nasal maya que revela secretos de Palenque y su culto a K’awiil, el dios del maíz
Es la primera vez que se encuentra un adorno de esta naturaleza en Palenque
Un adorno nasal maya. Eso fue lo que hallaron los especialistas en la Zona Arqueológica de Palenque, ubicada en el Estado mexicano de Chiapas. Esta nariguera, elaborada en hueso humano, era utilizada por los gobernantes y sacerdotes de la antigua ciudad durante ceremonias en las que personificaban a K’awiil, el dios maya de la fertilidad y el maíz. Es la primera vez en la historia de las exploraciones que se halla un adorno de esta naturaleza, que destaca enormemente por el detalle de su tallado.
Para los mayas, el maíz era la planta vital por excelencia y, según el Popol Vuh, con su masa los dioses crearon al hombre. Los primeros hombres fueron hechos de lodo y los siguientes de madera; sobrevivieron solo los que se fabricaron con masa de maíz porque tuvieron las facultades de sostener y venerar a los dioses, agradecerles su creación y mostrarse dispuestos a servirlos en todo lo que ellos quisieran. Con maíz blanco moldearon la figura humana y con el maíz rojo hicieron su sangre. Alberto Ruz Lhuillier, reconocido por haber descubierto la tumba de Pakal el Grande en el Templo de las Inscripciones en Palenque, explica en su libro Los antiguos mayas, que su representación humanizada es “un hombre joven, cuya cabeza alargada recuerda la forma de una mazorca o está rodeada de hojas”. Justo esa representación del joven dios del maíz maya fue hallada en una nariguera elaborarda con parte de una tibia distal humana por arqueólogos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
El adorno nasal maya pieza formaba parte de un depósito ritual colocado en el periodo Clásico Tardío (600 y 850 d.C.), para conmemorar la terminación de un edificio, una estructura sobre la cual se construyó la Casa C del Palacio, complejo arquitectónico que ha sido motivo de trabajos de conservación por parte de la Secretaría de Cultura federal.
El director del Proyecto Arqueológico Palenque, Arnoldo González Cruz, explica que la ubicación de este depósito se dio durante exploraciones para confirmar o descartar la existencia de una escalinata en el desplante de dicha subestructura, en el lado sur, tal y como ocurrió en el extremo opuesto. En su lugar, se localizó un piso de estuco remetido bajo un paramento, el cual topa con muro. Durante la limpieza del área se registró una oquedad de 26 centímetros de diámetro y 30 centímetros de profundidad, que presentaba un relleno de tierra arcillosa con restos de carbón. Al hacer la criba, se recuperaron restos de animales, carbón, navajas de obsidiana y fragmentos de un punzón de hueso con inscripciones apenas perceptibles. El depósito estaba sellado con piezas acomodadas sobre tierra quemada.
“La matriz de tierra era muy oscura, con alta cantidad de carbón, y entremezclados aparecieron semillas, huesos de peces, tortugas, mamíferos pequeños, navajillas de obsidiana, unos trozos grandes de carbón y, entre ellos, un adorno nasal de hueso”, dice el investigador Arnoldo González Cruz.
Dicha pieza es de notable mérito estético por su composición; así como la firmeza, precisión y combinación de sus trazos de talla, ejecutados en apenas 6.4 centímetros de largo por 5.2 de ancho, y un grosor de 5 centímetros en la parte inferior, que va decreciendo hacia la superior. El atavío fue manufacturado con la parte anterior de una tibia distal, con el fin de aprovechar la cresta que recorre la diáfisis del hueso. Como producto terminado, su propósito era que la cresta duplicara el eje de la nariz y se proyectara sobre la frente de su portador; además, que la cresta formara una línea divisoria de la escena del ornamento.
En la mitad izquierda de la pieza se grabó el perfil de un hombre portando tocado con la cabeza de un ave, muñequeras tubulares, collar de cuentas esféricas y una orejera con contrapeso; en el brazo izquierdo muestra el glifo maya ak’ab’, “oscuridad” o “noche”, mientras el derecho se extiende y corta en la cresta, para continuar del otro lado de la pieza, donde sujeta un objeto largo y delgado. A partir de donde el personaje toma el objeto, la banda está decorada con líneas verticales y un amarre en forma de cuadrete. En la parte baja se encuentra la representación de un cráneo humano sin mandíbula inferior, del que afloran extremos nudosos y huesos largos. La calavera está colocada sobre lo que parece un bulto de tela marcado con bandas cruzadas.
La cresta del hueso con que se elaboró el adorno nasal se presenta como el límite de un portal que el personaje cruza para comunicarse con los dioses y antepasados, escena común en el arte maya del periodo Clásico (250-900 d.C.). “Otro aspecto a resaltar es el bulto que carga el personaje. Los bultos funerarios eran una práctica común entre los antiguos mayas, los cuales están presentes en la iconografía”, indica el coordinador del PAP.
La nariguera era parte del atavío de la élite de la urbe, debido a que aparece en varias representaciones escultóricas, como el sarcófago del Templo de las Inscripciones, el Tablero Oval de la Casa E y el Trono del Templo XXI, siendo portado por los ajaw Yohl Ik’nal, Sak K’uk’, Pakal I y Pakal II. “Creemos que se utilizaba para personificar a la deidad del maíz, pues uno de los rasgos característicos de la divinidad es la forma de la cabeza extremadamente elongada y perfil que terminaba en punta, que parece emular a una mazorca, la cual se vuelve larga y estrecha conforme crece.
“Los palencanos buscaron reproducir la cabeza de este dios mediante la deformación craneal de manera intencional. La forma tabular oblicua y el uso del adorno nasal permitían cubrir el puente de la nariz, para que el perfil, desde la punta de la nariz hasta la frente, fuera una línea continua y casi recta”, detalla. Aunque faltan análisis para determinar los procesos de manufactura, el tipo de herramientas utilizadas e, incluso, la resina que fijaba el objeto al puente de la nariz, el arqueólogo concluye que su importancia radica en que “es un ejemplo de la sensibilidad artística maya, mientras que su mensaje iconográfico y conceptual ilumina creencias de los antiguos palencanos sobre el culto funerario y la existencia ultraterrena del ser humano”.
“En el principio, todo estaba en suspenso. Todo en calma. Solamente había inmovilidad y silencio en la oscuridad, en la noche”, arranca el Popol Vuh, el libro sagrado de los mayas. Primero, continúa más adelante, los dioses crearon hombres de barro. Fue un fiasco. No se sostenían y, cuando llovía, se deshacían, encima eran incapaces de hablar y reproducirse. Luego, probaron con hombres de madera, pero no tenían alma ni memoria; no recordarían quiénes fueron sus creadores. Por último, intentaron con una mezcla de maíz y sangre. A partir del maíz blanco moldearon la figura humana y con el maíz rojo hicieron su sangre, y esta fue la versión que finalmente funcionó. Primero, fue el maíz. De ahí nacieron los primeros hombres capaces precisar con exactitud los ciclos lunares, solares y venusinos; de escribir e inventar el cero sin apenas herramientas. Se multiplicaron y poco a poco se expandieron y poblaron el sur de México, Guatemala y Honduras. Para los mayas existían el cielo, la tierra y el inframundo; cada uno de ellos se extendía en cuatro direcciones: cuatro ceibas, cuatro aves, cuatro tipos de maíz, cuatro colores. Los dioses son uno y cuatro al mismo tiempo. El abanico juega con los puntos cardinales, con la vida en el espacio-tiempo.
Fuente: wired.com