Evidencia de que los ictiosaurios migraban para reproducirse
Los ictiosaurios, unos reptiles marinos del tamaño de un autobús, podrían haber migrado periódicamente para reproducirse y prestarse seguridad al dar a luz, al estilo de las ballenas.
Así lo sugieren pruebas, presentadas en la revista ‘Current Biology’, resultado del examen de un rico yacimiento de fósiles en el famoso Berlin-Ichthyosaur State Park (BISP), en el Bosque Nacional Humboldt-Toiyabe de Nevada (Estados Unidos), donde yacen petrificados en piedra muchos ictiosaurios (‘Shonisaurus popularis’) de 15 metros de longitud.
El equipo estaba integrado por científicos del Instituto Smithsonian, la Universidad de Vanderbilt, el Museo de Historia Natural de Utah, la Universidad de Utah, la Universidad de Nevada y Universidad de Texas, en Estados Unidos; la Universidad de Edimburgo y la Universidad de Oxford (Reino Unido) y la Universidad Libre de Bruselas (Bélgica).
Dirigido por Neil Kelley, científico de la Universidad de Vanderbilt y antiguo becario postdoctoral Peter Buck del Museo Nacional de Historia Natural del Smithsonian, y con la coautoría del conservador de mamíferos marinos fósiles del museo, Nicholas Pyenson, el estudio ofrece una explicación plausible de cómo al menos 37 de estos reptiles marinos acabaron en la misma localidad, una cuestión que ha obsesionado a los paleontólogos durante más de medio siglo.
“Presentamos pruebas de que estos ictiosaurios murieron aquí en grandes cantidades porque migraban a esta zona para dar a luz a muchas generaciones a lo largo de cientos de miles de años –señala Pyenson–. Eso significa que este tipo de comportamiento que observamos hoy en las ballenas existe desde hace más de 200 millones de años”.
A lo largo de los años, algunos paleontólogos han propuesto que los ictiosaurios del BISP –depredadores parecidos a delfines corpulentos de gran tamaño que han sido adoptados como el fósil de Nevada– murieron en un varamiento masivo como los que a veces afligen a las ballenas modernas, o que las criaturas fueron envenenadas por las toxinas de una floración de algas nocivas cercana. El problema es que estas hipótesis carecen de pruebas científicas sólidas que las respalden.
Para intentar resolver este misterio prehistórico, el equipo combinó técnicas paleontológicas más recientes, como el escaneado 3D y la geoquímica, con la perseverancia paleontológica tradicional, examinando minuciosamente materiales de archivo, fotografías, mapas, notas de campo y cajones de colecciones de museos en busca de restos que pudieran ser reanalizados.
Aunque la mayoría de los yacimientos paleontológicos bien estudiados excavan fósiles para que puedan ser estudiados más de cerca por científicos de instituciones de investigación, la principal atracción para los visitantes del BISP, gestionado por el Parque Estatal de Nevada, es un edificio parecido a un granero que alberga lo que los investigadores llaman Cantera 2, un conjunto de ictiosaurios que se han dejado incrustados en la roca para que el público los vea y aprecie. La Cantera 2 contiene esqueletos parciales de unos siete ictiosaurios que parecen haber muerto todos al mismo tiempo.
“Cuando visité el yacimiento por primera vez en 2014, lo primero que pensé fue que la mejor forma de estudiarlo sería crear un modelo 3D a todo color y de alta resolución –explica Kelley–. Un modelo 3D nos permitiría estudiar la forma en que estos grandes fósiles estaban dispuestos unos en relación con otros sin perder la capacidad de ir hueso por hueso”.
Para ello, Kelley, Pyenson y el equipo de investigación colaboraron con Jon Blundell, miembro del equipo del Programa 3D de la Oficina del Programa de Digitalización del Smithsonian, y Holly Little, colaboradora de Pyenson y del equipo del Programa 3D desde hace mucho tiempo y actual responsable de informática del Departamento de Paleobiología del museo.
Mientras Pyenson y Kelley medían físicamente los huesos y estudiaban el yacimiento con técnicas paleontológicas tradicionales, Little y Blundell utilizaron cámaras digitales y un escáner láser esférico para tomar cientos de fotografías y millones de mediciones puntuales que luego se unieron mediante un software especializado para crear un modelo 3D del lecho fósil.
Para conocer mejor la suerte que podrían haber corrido estos reptiles marinos extintos, el equipo recogió pequeñas muestras de la roca que rodeaba los fósiles y realizó una serie de pruebas geoquímicas en busca de signos de alteración ambiental.
En una de las pruebas se midió el mercurio, que suele acompañar a la actividad volcánica a gran escala, y no se hallaron niveles significativamente elevados. Otras pruebas examinaron distintos tipos de carbono y determinaron que no había indicios de aumentos repentinos de materia orgánica en los sedimentos marinos que provocaran una escasez de oxígeno en las aguas circundantes (aunque, al igual que las ballenas, los ictiosaurios respiraban aire).
Estas pruebas geoquímicas no revelaron indicios de que estos ictiosaurios perecieran a causa de algún cataclismo que hubiera perturbado gravemente el ecosistema en el que murieron. Kelley, Pyenson y otros colegas del equipo de investigación siguieron buscando más allá de la Cantera 2, en la geología circundante y en todos los fósiles que se habían excavado anteriormente en la zona.
Las pruebas geológicas indican que cuando los ictiosaurios murieron, sus huesos acabaron hundiéndose en el fondo del mar, y no a lo largo de una costa lo bastante poco profunda como para sugerir un varamiento, lo que descarta otra hipótesis. Y lo que es aún más revelador, aunque la piedra caliza de la zona estaba repleta de grandes ejemplares adultos de Shonisaurus, escaseaban otros vertebrados marinos. La mayor parte de los demás fósiles del BISP proceden de pequeños invertebrados, como almejas y ammonites (parientes de los calamares actuales con caparazón en espiral).
“En este yacimiento hay muchos esqueletos adultos de gran tamaño de esta especie y casi nada más –explica Pyenson–. Prácticamente no hay restos de cosas como peces u otros reptiles marinos para que estos ictiosaurios se alimentaran, y tampoco hay esqueletos juveniles de Shonisaurus”.
El equipo de investigación encontró una pieza clave del rompecabezas cuando descubrió restos diminutos de ictiosaurios entre los nuevos fósiles recogidos en el BISP y ocultos en colecciones más antiguas de museos. Una cuidadosa comparación de los huesos y dientes mediante escáneres de rayos X micro-CT en la Universidad de Vanderbilt reveló que estos pequeños huesos eran en realidad Shonisaurus embrionarios y recién nacidos.
“Una vez que quedó claro que aquí no tenían nada que comer, y que había grandes Shonisaurus adultos junto con embriones y recién nacidos, pero ningún juvenil, empezamos a considerar seriamente si esto podría haber sido un lugar de nacimiento”, explica Kelley.
Un análisis más detallado de los distintos estratos en los que se hallaron los diferentes grupos de huesos de ictiosaurios también reveló que las edades de los numerosos yacimientos fósiles de BISP estaban separadas por al menos cientos de miles de años, si no millones.
“Encontrar estos puntos diferentes con las mismas especies repartidas a lo largo del tiempo geológico con el mismo patrón demográfico nos dice que este era un hábitat preferido al que estos grandes depredadores oceánicos regresaron durante generaciones –señala Pyenson–. Esta es una clara señal ecológica, argumentamos, de que este era un lugar que el Shonisaurus utilizaba para dar a luz, muy similar a las ballenas actuales. Ahora tenemos pruebas de que este tipo de comportamiento tiene 230 millones de años”.
Fuente: notimerica.com