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El maltrato infantil reduce el cerebro de los niños

Enfadarse, golpear, sacudir o gritar repetidamente a los niños está relacionado con estructuras cerebrales más pequeñas en la adolescencia, según un nuevo estudio. Además de impactar en el cerebro, el maltrato infantil erosiona el desarrollo social y emocional.

Una investigación realizada en la Universidad de Montreal, en Canadá, demuestra que el maltrato infantil se encuentra directamente relacionado con una disminución en el tamaño de las estructuras cerebrales al llegar a la adolescencia. Junto a los cambios físicos, acciones reiteradas como gritar o golpear a los niños impacta en la calidad de su desarrollo emocional y social.

Según una nota de prensa, estudios anteriores ya han demostrado que los niños que han sufrido un abuso severo tienen una corteza prefrontal y una amígdala más pequeñas, dos estructuras que juegan un papel clave en la regulación emocional y la aparición de la ansiedad y la depresión. Sin embargo, no es necesario sufrir un abuso extremo para sufrir consecuencias similares.

Incluso un trabajo científico realizado en 2017 ya indicaba que el maltrato a los niños afectaba en forma directa a los circuitos cerebrales, generando un deterioro persistente de muchas funciones neuronales. Además, en dicho estudio se concluyó que estas secuelas en el cerebro provocaban consecuencias psicológicas como la depresión, incrementando también el riesgo de suicidio.

En este nuevo estudio, los investigadores observaron que las mismas regiones del cerebro mencionadas previamente eran más pequeñas en los adolescentes que habían sido sometidos repetidamente a duras prácticas de crianza en la niñez, aunque sin ser víctimas de abusos graves. El impacto parece ser similar cuando se viven situaciones cotidianas como agresiones, gritos o reprimendas exageradas.

Los efectos de la violencia

De acuerdo a lo mencionado por los investigadores, es la primera vez que las prácticas de crianza duras, que no llegan a ser un abuso grave, se han relacionado con una disminución del tamaño de la estructura cerebral, similar a lo que se aprecia en las víctimas de violencia y abuso concreto.

Sin embargo, muchas de las prácticas paternas indicadas siguen considerándose como algo normal y esperado en el trato con los niños durante su proceso formativo. En cierta forma, estas manifestaciones de violencia que no llegan a transformarse en abusos directos se encuentran institucionalizadas y normalizadas a nivel cultural en todo el mundo.

Para Sabrina Suffren, autora principal de la investigación, «las implicaciones van más allá de los cambios en el cerebro. Creo que lo importante es que los padres y la sociedad en general comprendan que el uso frecuente de prácticas de crianza extremadamente severas puede dañar el desarrollo de un niño a nivel emocional, como así también impactar negativamente en su vida social», indicó.

Pruebas concretas

En el marco del estudio, los científicos monitorearon el desarrollo de un grupo de niños nacidos aproximadamente entre 2005 y 2009. Mediante la realización de resonancias magnéticas anatómicas al llegar a edades entre los 12 y los 16 años, los investigadores comprobaron la reducción del tamaño en las regiones cerebrales analizadas.

Estos niños fueron sometidos constantemente a duras prácticas de crianza entre los 2 y los 9 años. Esto significa que las diferencias en sus cerebros están relacionadas con la exposición repetitiva a dichas formas de crianza durante la infancia. De esta manera, la investigación comprueba que existe una relación directa entre las metodologías paternas, la ansiedad y otras manifestaciones psicológicas en los niños y la anatomía de sus cerebros.

Queda claro en consecuencia que no se requieren hechos extremos de abuso o violencia para generar impactos negativos en el cerebro y la psicología de los niños. Quizás ha llegado la hora de replantear muchas de las prácticas que los padres, e incluso los docentes, consideran como normales y habituales.

Fuente tendencias21.levante-emv.com