El futuro que viene: tipear un mensaje con sólo pensarlo
En julio, Elon Musk, más conocido como el CEO de la fábrica de autos eléctricos Tesla, presentó los detalles de un sistema de implante cerebral que está produciendo su compañía, Neuralink. Según Musk, ya lo está estudiando en monos y se espera que las pruebas en seres humanos empiecen cuanto antes. Inquietante. Hasta la fecha, Neuralink ha recibido fondos por valor de 158 millones de dólares, 100 de ellos directamente de Musk.
El proceso para aplicar este implante novedoso sería más parecido a una operación ocular con láser que a una cirugía de cerebro. Y para hacerlo realidad hay varias compañías involucradas, además de Neuralink. Ninguna de ellas prevé aplicaciones no médicas en el corto plazo, pero entienden que la tecnología implantable podría ramificarse gradualmente hacia la población en general a medida que la gente empiece a ver su capacidad de transformación.
La aplicación más obvia puede ser el tipeo controlado por el cerebro. Es decir, escribir un mensaje con solo pensarlo. Tom Oxley, de la empresa Synchron, imagina una hipótesis en la que personas que han crecido mandando mensajes de texto y escribiendo en teclados –para lo cual dependen totalmente de los dedos– pierden esa funcionalidad al envejecer. Ante la frustración por no poder mantener su velocidad, pueden buscar otras formas de preservar su capacidad tecnológica.
Comunicación silenciosa
Más allá de la posibilidad de tipear, nadie especifica mucho. ¿Ordenes mentales a pequeños parlantes? ¿Conducción de autos controlada por el cerebro? ¿Comunicación de cerebro a cerebro? ¿Memoria y conocimiento potenciados? Si esta tecnología fuese a abrirse paso fuera del ámbito médico, donde primero podríamos verla es en las fuerzas armadas, comenta Hannah Maslen, directora adjunta del Centro Uehiro de Etica Práctica de la Universidad de Oxford.
Por ejemplo, podría proporcionar comunicación silenciosa entre soldados o permitir la activación de equipos pensando en determinados comandos.
“Es difícil imaginar que la mayoría de la gente se someta a intervenciones quirúrgicas con fines recreativos o de comodidad”, agrega Maslen.
El año pasado, además, en un informe sobre el tema de la Real Sociedad de Londres para el Avance de la Ciencia se llegó a la conclusión de que el público debería tener clara injerencia sobre la forma en que se utiliza y se regula la tecnología de interfaz neuronal a lo largo de los años venideros.
¿Datos privados?
Una preocupación es la privacidad de los datos, aún cuando Hannah Maslen afirma que esto estaría atemperado por el hecho de que si bien puede decirse que los implantes cerebrales son capaces de “leer la mente” y “decodificar pensamientos” –avivando temores de que vayan a desenterrar los secretos más íntimos– toman registros de zonas muy reducidas del cerebro, principalmente relacionadas con el movimiento, y requieren el esfuerzo mental del usuario para funcionar. “Las cuestiones éticas en torno a la privacidad… no se aplican de manera plena”, sostiene.
Sin embargo, persisten algunas dudas. ¿Quién es el dueño de los datos mentales y para qué se los utiliza? Y el brainhacking (hackeo de cerebros), donde un tercero puede obtener el control del sistema y modificarlo de formas que el dueño del cerebro no ha autorizado está más enraizado en la realidad que en la ciencia ficción, según Maslen: ya se han hackeado marcapasos.
En la compañía Paradromics, Matt Angle se pregunta hasta qué punto podrán emplearse datos de implantes cerebrales como pruebas en los tribunales, por ejemplo para incriminar a alguien del mismo modo en que podrían hacerlo un diario o una computadora.
Nuevas cuestiones éticas surgen en torno a control e intervención. Si un implante cerebral no entiende bien tu intención, ¿en qué medida vos, como usuario o usuaria del dispositivo, sos responsable por lo que se “dijo” o hizo? ¿Y cómo nos aseguramos de que si una tecnología proporciona beneficios significativos no sean sólo los ricos quienes lo s obtienen?
La sociedad tiene aún algunos años para ponderar estas cuestiones. El proyecto de Neuralink en cuanto a tener en marcha un ensayo clínico humano en 2020 se considera en general demasiado ambicioso, debido a todo lo que permanece sin estar probado. Pero muchos expertos anticipan que la tecnología va a estar disponible para personas con alteraciones y discapacidades dentro de cinco o diez años. Para usos no medicinales, el marco temporal es mayor: tal vez 20 años.
¿Hay alternativa a los implantes? Puede parecer atractiva una interfaz cerebro-computadora no invasiva, que no suponga neurocirugía y pueda quitarse siempre. Pero el cráneo, amortigua la lectura de las señales neuronales. “Los aspectos físicos (de un dispositivo no invasivo) son extremadamente complicados”, sostiene Cynthia Chestek, de la Universidad de Michigan.
De todas formas, algunas compañías lo están intentando. Facebook anunció en 2017 que quería crear un dispositivo portátil que permitiera tipear desde el cerebro a 100 palabras por minuto (en comparación, Neuralink se esfuerza arduamente por alcanzar las 40 palabras por minuto, que es más o menos nuestra velocidad de tipeo promedio).
Estimular el cerebro
En julio último, investigadores de la Universidad de California financiados por la red social presentaron la decodificación de un pequeño conjunto de palabras habladas y frases completas provenientes de la actividad cerebral en tiempo real por primera vez, si bien fue algo logrado con los denominados electrodos de electrocorticografía colocados en la superficie del cerebro por vía quirúrgica.
Mientras tanto, la compañía sigue trabajando en cómo lograr lo mismo de manera no invasiva y explora la medición de patrones variables en la oxigenación de la sangre –las neuronas utilizan oxígeno sólo cuando están activas– con luz de espectro cercano al infrarrojo.
También está en el asunto la startup Kernel, radicada en Los Angeles y fundada por el empresario Bryan Johnson, que ganó millones de dólares al venderle a PayPal la empresa de pagos móviles Braintree. Kernel, en la que Johnson ha invertido 100 millones de dólares, se inició como empresa de trasplantes neuronales pero luego se reorientó hacia los portables porque, según Johnson, el camino invasivo parecía demasiado largo.
Existen muchos métodos no invasivos para percibir y estimular la actividad cerebral (de hecho, constituyen la base de una gran industria de neurotecnología para el consumidor). Pero ninguno, de acuerdo con Johnson, equivale a estar conectado a una interfaz de próxima generación. Son necesarios nuevos caminos y él cree que Kernel ha encontrado uno que a los demás se les pasó por alto. “Vamos a poder divulgar más sobre esto este año”, sostiene.
Pero suponiendo que las dificultades técnicas puedan superarse, los factores sociales podrían seguir siendo un obstáculo, dice Anna Wexler, que estudia las implicancias legales y sociales de la neurotecnología emergente en la Universidad de Pensilvania.
Es posible. Después de todo, los anteojos Google Glasses fracasaron no porque las lentes no funcionaran sino porque la gente no quería usar una computadora facial.
La pregunta es: ¿confiará alguien lo suficiente en Facebook como para usar su dispositivo si la compañía consigue desarrollarlo?
Fuente: clarín.com