El fenómeno de las “canciones gusano”: ofrecen tanto placer como el sexo

¿Qué tienen en común “Gangnam style” del coreano PSY, “Despacito” de Luis Fonsi y “Bad romance” de Lady Gaga? Todas estas canciones disfrutan de un compás irregular, un patrón poco predecible y un ritmo “pegajoso” que hace que se queden varadas en nuestro cerebro.

En el año 2009 un joven hindú de 21 años acudió desesperado al Instituto Central de Psiquiatría de Kanke (India) porque desde hacía cinco años la banda sonora de una película se repetía de forma insistente en su cabeza. Reveló a su médicos, entre sollozos, que había días que la tarareaba hasta 35 veces.

A este fenómeno el compositor y profesor de la Universidad de Cincinnati (EE.UU.) James Kellaris lo bautizó como “ohwurm” o “earworm”, algo así como “gusanos en el oído” traducido al español. Si lo trasladáramos al campo de las enfermedades infecciosas o al de la informática, es como si nuestro cerebro hubiese sido infectado por un virus musical.

Este fenómeno ha sido llevado a la gran pantalla en multitud de ocasiones. En la película “M, el vampiro de Dusseldorf” (1931), el asesino es detenido porque siempre tarareaba la misma melodía antes de cometer los asesinatos, un hecho que denunció a la policía un mendigo ciego.

La influencia de Pachelbel en la música actual

Se estima que más del 97% de la población es susceptible de tener estos extraordinarios “neurogusanos”, si bien es cierto que algunas personas, por razones no del todo esclarecidas, son más proclives que otras.

El famoso neurólogo Olivers Sacks en su libro “Musicofilia” explicó que las melodías que tienen una mayor probabilidad de convertirse en una “canción gusano” son aquellas que son más simples, que tienen patrones rítmicos y son muy repetitivas.

Sin embargo, este fenómeno ha sido estudiado hace siglos. Para buscar sus orígenes nos debemos remontar al barroco, cuando el músico alemán Johann Pachelbel (1653-1706) se dio cuenta que si se forma un esqueleto musical y se repite, el éxito está asegurado. En su “Canon en Re mayor” el teutón dejó estructurado la progresión armónica: Do-Sol-Lam-Mim-Fa-Do-Fa-Sol. Acababa de dar a las productoras discográficas la clave del éxito. Y si no se lo cree, tan sólo hay que escuchar algunas canciones de Aerosmith, Toto, Michael Jacksono James Blunt para corroborarlo.

Las “canciones gusano” liberan dopamina

Si hay muchas reacciones y elementos musicales, la melodía no se asimila fácilmente y no se ancla en nuestras neuronas. La clave es conseguir una ruptura de la cadencia musical de forma abrupta. Eso es lo que llama la atención de nuestro cerebro.

Existen circuitos implicados en la percepción, codificación, almacenamiento y construcción de esquemas abstractos. Esto es precisamente la génesis de que ciertas canciones se resistan a escapar de nuestros circuitos neuronales.

La música activa tanto zonas cerebrales relacionadas con el sonido como otras imbricadas con las emociones y las recompensas. Desde el punto de vista químico, el sonido activa receptores opiáceos del sistema nervioso que participan en acciones placenteras, mientras que a nivel hormonal se libera dopamina, una sustancia que inunda nuestro cerebro cuando comemos o practicamos sexo.

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La música activa tanto zonas cerebrales relacionadas con el sonido como otras imbricadas con las emociones y las recompensas. Desde el punto de vista químico, el sonido activa receptores opiáceos del sistema nervioso que participan en acciones placenteras, mientras que a nivel hormonal se libera dopamina, una sustancia que inunda nuestro cerebro cuando comemos o practicamos sexo.

Los mejores antídotos: anagramas y sudokus

Si queremos desinfectar nuestro cerebro de estas canciones intrusivas lo mejor es involucrarle cognitivamente en una actividad que suponga un desafío. Entre las más efectivas se encuentran los anagramas, es decir, reordenar las letras de una palabra o una frase para conseguir otra con las mismas letras. Otra alternativa igual de eficaz es entretenerse con sudokus de elevada dificultad.

Imagino que a estas alturas su cerebro ya habrá aflorado de forma subrepticia alguna melodía. El mío no ha dejado de atormentarme con “Funiculi, funiculá”, la canción napolitana compuesta por Luigi Denza a finales del siglo XIX.

Fuente: abc.es