El científico mexicano que está a la caza de descubrir la vacuna del coronavirus

Raúl Gómez Román, el mexicano que trabaja en hacer viable la vacuna del Covid-19, la cual sea accesible en todo el mundo en tiempo récord

Desde Oslo, donde trabaja en el proyecto CEPI lanzado hace tres años para prevenir pandemias y que hoy se enfoca en conseguir la vacuna del coronavirus (Covid-19), el biólogo molecular mexicano Raúl Gómez Román habla en exclusiva para GQ sobre el gran reto que supone lograr una cura contra la pandemia y que esta sea accesible en todo el mundo en un tiempo récord.

Lleva media vida trabajando entre virus. Entre los virus de los laboratorios y los virus de la sociedad, tratando de encontrar ahí, como dice, el equilibrio entre sus dos pasiones, la ciencia y el humanismo. Dos extremos opuestos, en teoría, que en la práctica ha conseguido unir enfocándose en la dimensión social y humana de su trabajo. Raúl Gómez Román (Ciudad de México, 1972), biólogo molecular y doctor en Ciencias, formado en México, Estados Unidos e Inglaterra, es uno de los especialistas del proyecto CEPI, la coalición creada en 2017, con el impulso privado de filántropos como Bill Gates y el apoyo de gobiernos, para prevenir la amenaza de pandemias desarrollando vacunas contra ellas. Hoy, con los peores presagios hechos realidad, CEPI participa en nueve proyectos de investigación diferentes para conseguir una cura contra el SARS-coV- 2. Pero el gran objetivo de la organización no es solo encontrar esa vacuna, sino, sobre todo, que esta pueda fabricarse masivamente y ser accesible para todas las poblaciones del mundo.

¿Si le digo SARS-coV- 2, qué piensa?

-En la necesidad de concretar lo más pronto posible el acceso a nivel mundial a una vacuna. Eso es lo primero que pienso.

Cuando hablamos de conseguir esa vacuna pensamos solo en investigación, pero detrás hay también hay una dimensión de negociación e intereses económicos casi tan importante como la científica…

-Este, sí, es un trabajo de diplomacia también. La investigación y el desarrollo son muy importantes. Pero negociar el acceso a estas vacunas es vital; la escalabilidad con la que se producen. Y eso lleva al ámbito de la diplomacia. Desde los primeros estadios del desarrollo hay que hacer esa diplomacia científica.

La ciencia parece estar más avanzada en ciencia que en esa diplomacia, ¿verdad?

-Sí, pero hay buenas señales. En la historia no se había registrado una movilización tan coordinada a nivel mundial como ahora. Y eso provoca que hoy sí exista esa diplomacia. Ahora hay que desarrollarla rápido.

Esa coordinación que existe, sobre todo el intercambio de información científica, habiendo más de un centenar de proyectos en marcha de investigación de la vacuna en el mundo, ¿es suficiente o podría ser mayor?
-Yo lo veo desde dos puntos de vista. Una, la intención o no de compartir información; la otra, que la ciencia está avanzando tan rápido que para cuando la compartes ya está anticuada. En cuanto a esa intención de compartirla, quizá sí podría compartirse más. Siempre puede haber una manera más rápida y eficaz. Pero la experiencia que tenemos nosotros en CEPI con nuestros proyectos es que la información que se está compartiendo es la adecuada.

¿Cuál es su papel en CEPI?

-Precisamente, crear esos acervos internos de información entre los equipos de trabajo que tenemos para que nos permitan tomar decisiones. Yo trabajaba anteriormente, antes de la epidemia de Covid-19, coordinando varios grupos de trabajo del virus Nipha y cuando estalló este brote pasé a hacer ese trabajo con el Covid-19.

Entre los objetivos fundacionales de CEPI no está solo desarrollar vacunas, sino que estas sean accesibles en todo el mundo. ¿Cómo se trabaja en esa línea?

-Previamente a la pandemia de Covid-19 la concepción de CEPI era que la organización podía facilitar la investigación y desarrollo de las vacunas y llegar a un punto donde hubiera una reserva de éstas para que cuando surgiese un brote en un país se enviaran a ese lugar, se controlara la epidemia y no se convirtiera en pandemia. Hoy, ya en plena pandemia, estamos viendo que no se puede trabajar solo en un eje de investigación y desarrollo. No puedes producir una vacuna rápida dejando de lado otros parámetros como es esa escalabilidad, dónde lo fabricas. Y ahí es donde CEPI también va a jugar un papel fundamental. Tenemos un grupo que se llama de manufactura sustentable, que está mapeando en todo el mundo dónde están las posibles fábricas que pueden contribuir a la fabricación. Porque según quien fabrique la vacuna eso condicionará de alguna manera el acceso. Si se hace, por ejemplo, solo en Europa tardará más en llegar a otros lugares del mundo.

Hoy existen una decena de proyectos que están ya en una fase de experimentación con humanos. Dos países, Estados Unidos y China, lideran la mayoría de ellos. Da la impresión de que vivimos una carrera entre esos dos países por lograr la vacuna como la carrera espacial en la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética…

-No sabría decir si están compitiendo, no tengo toda la información. Pero entiendo esa percepción. Yo, limitándolo a nosotros en CEPI, veo que apoyamos proyectos en Estados Unidos, en Europa y que acabamos de firmar nuestra primera colaboración con China, así que no sentimos esa competencia. Pero desde el punto de vista académico, en cierta manera, incluso podría ser sana porque motiva a que surja pronto una vacuna.

¿Cuál es la pregunta que más le hacen hoy sus familiares y amigos?

-Que para cuándo va a estar lista la vacuna. Y yo les digo que tenemos el deseo de tenerla lo más pronto posible, entre 12 y 18 meses. Es un plazo tan acelerado que no se ha visto con anterioridad. Pero también es cierto que nunca se habían unido tantas fuerzas a nivel mundial para lograrlo. Y algunos dicen que va a estar antes…

¿Y la pregunta que más se hace usted?

-Qué vamos a hacer y cómo para lograr garantizar esa escalabilidad y acceso de la vacuna del coronavirus. Y más concreta y personalmente pienso en Latinoamérica en particular y en cómo se van a acomodar los actores científicos y políticos para que eso suceda.

¿Se lo pregunta por falta de confianza?

-Lo hago porque en 2009, con el brote de H1N1 que hubo en el mundo, en México se puso en marcha la construcción de una planta para la producción de esa vacuna. Pero fue un proyecto que no prosperó a pesar del dinero que se invirtió. Y ahora que sucede esta pandemia da mucha pena que esa planta no exista porque me pregunto, cuando el trabajo de CEPI prospere y tengamos una vacuna, qué va a hacer México para fabricarla.

¿Qué perspectiva le da ser mexicano en su trabajo?

-Mi participación, como la de compañeros de otros países considerados de ingresos medios, hace que cuando debatimos sobre la accesibilidad haya diversidad de ideas. En Oslo, donde yo trabajo, uno de los tres centros de CEPI en el mundo junto con Washington Londres, somos 15 personas de distintos países: Camerún, Vietnam, Italia… Es como unas pequeñas Naciones Unidas.

¿Qué cree que, cuando se supere, habremos aprendido de esta crisis?

-Yo soy optimista. Vamos a salir adelante. Pero aunque se frene la pandemia con vacuna o sin ella, aunque yo espero que logremos erradicar el virus con vacuna, quisiera que la lección fuera no olvidarse de la necesidad de estar preparados para pandemias. Ya sucedió con el SARS-coV-1 en 2003. Hubo una gran financiación para la vacuna y cuando se superó el brote se desecharon los proyectos. Muchos investigadores están diciendo hoy que si ya tuviéramos la vacuna contra el SARS-coV-1 nos hubiera ayudado muchísimo ahora para conseguir la del SARS-coV-2.

Fuente. gq.com.mx