Destacada bióloga ecuatoriana se encuentra entre las 10 mejores investigadoras de Latinoamérica
Una de las primeras imágenes que quedaron grabadas en la retina de Eugenia del Pino (Quito, 1945) son los artesonados de la Sala Capitular del Convento de San Agustín, en el Centro Histórico, el lugar donde se firmó la Independencia de Ecuador. Con tan solo 5 años los miraba intensamente mientras giraba sobre sí misma, como si se encontrara envuelta en un caleidoscopio de colores.
Esta imagen habla mucho de la personalidad de esta mujer: curiosa, alegre, analítica, quien vivió en el Casco Colonial hasta los 22 años. Estudió en el colegio La Providencia de la calle Benalcázar, justo detrás del Palacio de Gobierno. Su casa estaba a tan solo cuatro cuadras, pero siempre alguien la llevaba a su centro de estudios. “Yo era la hermana pequeña y me tenían muy mimada, era la princesa. Siempre me llevaban de la mano a la escuela, bien mi madre o mi tía o mis hermanos mayores”.
Durante muchos años, su vida transcurrió en esas cuatro cuadras que en sí contenían un universo frenético y vital. Siempre recordará con mucho cariño y respecto a las monjas de su escuela, que le inocularon el orden y la disciplina, virtudes que serían del todo necesarias para su vida académica. La presencia de sus hermanos Efraín y Fernando también la marcó. De la boca del primero escuchó sus primeras referencias científicas, que le hablaba de hipotenusas, catetos y esferas, conceptos que retumbaban con grandilocuencia en sus pequeños oídos.
Fernando, en cambio, fue quien la motivó a que comenzara unos estudios superiores porque “había que saber que los padres no iban a vivir para siempre y aprender a ser económicamente independiente”.
Mientras charla en una de las aulas de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE), donde es profesora emérita, a pesar de que ya está jubilada, pliega un trocito de papel. Lo hace con una gran naturalidad, como si estuviera jugando sin finalidad, pero no es así, al cabo de unos instantes aparece una pequeña mesa de papel que parece imposible que haya salido de esa lámina blanca. Ella, como ocurre con su vasta hoja de vida, parece querer restarle importancia.
Su carrera
Estudió Ciencias de la Educación por eliminación. Quería hacer algo que realmente le gustara, medicina le parecían muchos años, enfermería había que lidiar constantemente con las enfermedades… Su hermano Fernando le recomendó estudiar educación, ya que eran tan solo cuatro años y luego ya podría tener un trabajo. Entre 1963 y 1967 se formó en la Católica, donde luego ejercería de profesora. Tuvo la suerte de recibir una formación humanística integral en la que pudo aprender de pintura, historia del cine y escritura, años que recuerda con gran cariño.
En ese tiempo aprendió algo que para ella fue fundamental en su vida: descubrir cuál era su don y ponerlo al servicio de la sociedad. “Todos tenemos algo que aportar, desde la madre que cuida a sus hijos y les da valores y los prepara para el futuro, o la mujer que cocina almuerzos con amor y hace feliz a los demás o la empresaria que da trabajo a los demás. Lo importante es conocer para lo que sirves y ese don utilizarlo con los demás”.
A primera vista, Del Pino es una mujer jovial con la persona que tiene delante. Se interesa, es atenta y emana una gran humildad, pese a haber recibido el galardón de la prestigiosa BBC inglesa como una de las mejores 10 investigadoras de toda Latinoamérica.
Luego de terminar sus estudios recibió una beca para estudiar en Estados Unidos, primero acudió a la prestigiosa Vassar College, y luego obtuvo su PhD en la universidad de Emory. Para ella habría sido muy fácil seguir en ese país que mima a los grandes científicos, pero por esa máxima de servir a los demás volvió a Ecuador. Varias coincidencias le permitieron nada más llegar ser la Jefa del Departamento de Biología de la PUCE, el lugar que tantas alegrías le había dado.
Fue ahí donde pudo desarrollar sus investigaciones en la rana Gastrotheca riobambae, que tantos éxitos le brindaría. “En esa época no teníamos presupuesto para unas ranas que se utilizaban para la investigación, así que busqué una que estaba en unas charcas que había por aquí cerca de la Universidad. Ese tipo posee una bolsa marsupial donde alberga a los renacuajos, es una modalidad muy especial de rana. A partir de ella puede extraer patrones genéticos para aplicar en los humanos”.
Sigue investigando
Su hoja de vida parece no tener fin. Durante varios años fue también subdirectora de la Estación Charles Darwin, también recibió una beca de la Fundación Alexander Von Humboldt, donde realizó durante un año investigaciones sobre el cáncer en la ciudad de Heidelberg. Pero quizás lo más relevante aconteció en 2006, cuando fue la primera ecuatoriana y la quinta mujer latinoamericana en ser miembro de la exclusiva Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos.
Hoy sigue investigando a su ritmo, sin presiones, acaba de escribir un texto de varias páginas en alemán sobre su famosa rana, sigue muy apasionada por sus investigaciones científicas, cuidar su jardín y cultivar sus amistades, pero lo más importante, en su sonrisa se trasluce que es una persona feliz.
Fuente: lahora.com.ec