Imagine el siguiente escenario: es el año 2051. Una década de sequía, pérdida de cultivos y hambruna ha matado a millones de personas en todo el este de África, provocando violentos enfrentamientos por los alimentos y el agua. En otras partes del mundo se repiten escenas similares de muerte y devastación.
En respuesta, un grupo ecologista o humanitario, o tal vez algún individuo muchos seguidores en redes sociales, propone una solución radical: todos los ciudadanos deben lanzar globos de gran altitud al cielo, cada uno con una pequeña carga de partículas capaces de reflejar el calor hacia el espacio.
Este tipo de plan de geoingeniería colaborativa hazlo-tú-mismo parece técnicamente factible y plantea importantes preocupaciones sobre la capacidad de regular estas tecnologías. Así lo afirma un nuevo libro blanco publicado en la página web del Centro Belfer de la Escuela Kennedy de Harvard (EE. UU.) a finales del año pasado.
El texto señala que ya se pueden comprar kits para crear globos no tripulados de gran altitud por poco más de 20 euros. Y sería muy fácil organizar y coordinar una campaña de este tipo a través de las redes sociales, blockchain y sitios de financiación colectiva o crowdfunding.
Para convertir el globo a una herramienta de geoingeniería solo habría que mezclar helio con unos pocos kilogramos de dióxido de azufre, un compuesto que en la estratosfera se convierte en ácido sulfúrico, que a su vez emite calor. La presión aumenta dentro de cada globo a medida que asciende, hasta explotar a alguna altitud superior a los 20 kilómetros, dispersando su contenido en la atmósfera.
Los investigadores han imaginado otros escenarios de geoingeniería clandestina, entre los que incluyen a países que lanzan medidas unilaterales, una situación que algunos creen que daría lugar a una guerra. Dado el coste relativamente bajo y la sencilla tecnología necesaria, incluso las personas adineradas podrían hacerlo por sí solas. El codirector del Laboratorio de Derecho Internacional y Reglamentación de la Universidad de California en San Diego (EE.UU.) David Victor ha bautizado a este escenario como Greenfinger (que se traduciría como ‘dedo verde’, en referencia al malvado multimillonario de James Bond Goldfinger, que en este caso tendría el dedo verde por sus motivaciones medioambientales). Esta situación es tan poco descabellada que en 2012, un empresario ya provocó una controversia internacional cuando arrojó hierro al océano en un intento de estimular el crecimiento del fitoplancton que absorbe el dióxido de carbono.
El texto básicamente añade otra categoría de escenario preocupante no autorizado, y sugiere que la tecnología podría ser incluso más difícil de regular de lo que se creía. “Dada la globalización de las comunicaciones y del comercio, así como la pequeña escala de cada acto, la geoingeniería solar altamente descentralizada sería difícil de erradicar por completo”, sostiene el informe. Entre sus autores figuran el experto en derecho y política ambiental de la Universidad de California en Los Ángeles Jesse Reynolds, y el codirector del Programa de Investigación de Geoingeniería Solar de Harvard Gernot Wagner (ambos en EE. UU).
Mejor prevenir que curar
Dados los crecientes peligros y los paralizados esfuerzos para reducir las emisiones, cada vez más investigadores y funcionarios sostienen que deberíamos explorar la geoingeniería para reducir el impacto del cambio climático (ver Cada vez hay más apoyos para manipular el planeta contra el cambio climático). En octubre, las Academias Nacionales de EE. UU. anunciaron planes para establecer una agenda de investigación formal y desarrollar normas que rijan las prácticas de la geoingeniería.
Pero la cuestión de cómo debería regularse es muy complicada. ¿Qué organismo debería supervisar su implementación? ¿Qué nivel de consenso se requiere para el uso de una tecnología que podría alterar el medioambiente de todos los países pero que afectaría de manera muy distinta a cada uno de ellos? ¿Y cuál es el objetivo apropiado para la temperatura global media? (ver El mayor riesgo de la geoingeniería es que Trump crea que es la clave contra el cambio climático).
Un plan hazlo-tú-mismo lo complica todo mucho más. Para empezar, las implicaciones ambientales de la geoingeniería varían según los tipos de partículas que se usan, la velocidad con la que se liberan y en qué cantidades. Todo esto será mucho más difícil de controlar o gestionar si lo llevan a cabo miles de personas por su cuenta. Este tipo de esfuerzo no podría modularse en función de la reacción del sistema climático, algo que, a pesar de todas investigaciones realizadas, no se sabrá con certeza hasta que se implemente.
También puede dejar al mundo más expuesto a lo que se conoce como choque de terminación: si las personas dejaran de lanzar globos repentinamente, ya sea porque se prohíbe o simplemente porque se olvidan, podría producirse un calentamiento repentino que se hubiera estado posponiendo a raíz de la iniciativa.
¿De verdad es posible?
Victor compara la perspectiva de la geoingeniería hazlo-tú-mismo con el reto de prevenir la violencia con armas de fuego. En un correo electrónico, el científico afirma: “Cualquier cosa que democratice las tecnologías de geoingeniería probablemente dificulte el problema de la gobernabilidad. La moderación es más difícil cuando el número de actores es mayor y cuando la tecnología es más fácil de obtener para los que podrían ser particularmente propensos a usar la tecnología de manera irresponsable”.
Sin embargo, no está seguro de que el escenario de los globos sea tan factible, o al menos tan probable. Cree que las nuevas leyes en América del Norte y Europa serían suficientes para evitar que la mayoría de los ciudadanos participen en tales actividades, y considera que los esfuerzos de geoingeniería al nivel estatal en otras partes del mundo suponen un riesgo más real.
Los propios autores, Reynolds y Wagner, reconocen que la trama es poco probable, incluso aunque resulte técnicamente factible. El documento señala que se tendrían que liberar con éxito cien millones de globos con alrededor de 10 kilogramos de dióxido de azufre para bajar las temperaturas globales cerca de 0,1 °C en el año siguiente. Eso son un montón de globos para una diferencia de temperatura bastante pequeña, y cualquier esfuerzo de este tipo tendría que repetirse continuamente.
Pero los autores añaden que esa iniciativa podría llevarse a cabo a modo de protesta contra la inacción, incluso aunque no sea lo suficientemente grande como para cambiar realmente las temperaturas.
Reynolds afirma que una gran parte del debate sobre la gobernanza de la geoingeniería se ha centrado en la regulación estatal de los escenarios de la implementación o de los esfuerzos de la investigación. El objetivo de su documento consiste en analizar situaciones en las que no se ha pensado hasta ahora. El texto afirma: “Debemos mantener la mente abierta a múltiples posibilidades”.
Cómo gestionar el riesgo
Factible o no, los globos colaborativos serían siendo geoingeniería, lo que plantea preguntas muy desconcertantes sobre su gestión. Algunos argumentan que estos desafíos y sus incógnitas ambientales significan que el mundo nunca podría aplicar la tecnología de manera segura, y todos deberíamos dejar el tema para no dar ideas locas a cualquiera.
Pero la geoingeniería es tan barata y simple, y el cambio climático es tan peligroso, que probablemente se llevará a cabo de alguna forma y en cierta escala. Pero todavía no sabemos exactamente cómo se desarrollará dentro de un sistema climático tan complejo.
Teniendo en cuenta los riesgos, y la posibilidad real de que algún día sea nuestra única opción, es mucho mejor que los investigadores y los políticos exploren todos los escenarios posibles, determinen los métodos más seguros, se esfuercen por crear marcos regulatorios efectivos, e informen claramente sobre los posibles beneficios y los efectos secundarios inevitables.
Fuente: technologyreview.es