Científicos revelan los tres pasos para evitar el choque de un asteroide contra la Tierra

Una investigación determina qué factores nos pueden ayudar a elegir la mejor técnica para destruir o desviar uno de estos objetos, intentando evitar que ocurra un cataclismo como el que mató a los dinosaurios

Hace 65 millones de años, un enorme asteroide de 14 kilómetros de diámetro (distancia aproximada entre Plaza de Armas y Plaza de Maipú) ingresó a la atmósfera terrestre a 72 mil Km/h golpeando la península de Yucatán en México, con energía equivalente a 100 teratones de TNT. Esto dio paso a una ola de 16 mil metros (53 veces la altura del Costanera Center) con una potencia 29 mil veces superior al terremoto y tsunami del Océano Índico en 2004, cataclismo marcó el inicio de la posterior extinción de los dinosaurios, que habían reinado por 180 millones de años.

Ocurrió antes, y podría volver a suceder.

Por más que Hollywood festine de vez en cuando con este tipo de acontecimientos, lo cierto es que estadísticamente, no hemos estado muy lejos de vivir uno de estos terribles acontecimentos.

Recién en los años 80 los científicos fueron conscientes de la amenaza de estos objetos, cuando surgieron los primeros indicios que el culpable de la desaparición de los dinosaurios fue el impacto ocurrido en México. Sólo en 1994 la ciencia pudo presenciar un impacto en directo con el choque de Shoemaker-Levy 9 en Júpiter.

Según la Nasa, diariamente caen a la Tierra 100 toneladas de materiales, pero no nos asustemos. Sólo se trata de polvo y pequeñas rocas -las conocemos como estrellas fugaces- que a veces cuando la Tierra transita por ciertas regiones del Sistema Solar, aumentan en número.

También, de forma excepcional pueden ocurrir eventos como el de Chelyabinsk, en Rusia, un asteroide de 20 metros cuya explosión fue equivalente a unas 600 mil toneladas de TNT, o el conocido evento de Tunguska, el impacto más grande de la historia reciente: un bólido de 190 metros que explotó en el aire liberando una energía de 30 megatones, derribando árboles en un área de 2.150 kilómetros cuadrados, rompiendo ventanas y haciendo caer a la gente al suelo a casi medio kilómetro de distancia. Por suerte, este objeto cayó en un área deshabitada de Siberia, pero de haber impactado al Nueva York de hoy, habría matado a 10 millones de personas.

El problema es que actualmente no estamos preparados para detectar este tipo de objetos, aún cuando Eros, primer asteroide con estas características, data de 1898. Fue también el primero en cruzar la órbita de la Tierra y tuvo su mayor acercamiento a nuestro planeta en 1975, a 23 millones de kilómetros.

Por ello en 2005 el Congreso de EE.UU. dictaminó que la Nasa debía seguir al menos a un 90% de los objetos cercanos a la Tierra (llamados NEOs) que midan más de 140 metros. Sin embargo, en 2017 sólo se había detectado una tercera parte de ellos, y según un informe emanado ese mismo año por la agencia espacial estadounidense, las capacidades para observar el espacio y encontrar a estos objetos era de menos de la mitad de aquí a 2033.

Actualmente, existe una lista de 660 mil asteroides, de los cuales 20.300 están catalogados como objetos cercanos a la Tierra. Para ser designado así, sus órbitas deben pasar en términos astronómicos, “cerca” de la órbita de la Tierra. Esto es, una distancia menor que la separación con la Luna (385 mil Km), que aún sigue siendo bastante.

Alternativas

En los últimos años han florecido diversos planes para destruir a estos objetos. El 21 de septiembre de 2135, Bennu, un asteroide de casi 500 metros de diámetro, será el conejillo de indias para la prueba que la Nasa y EE.UU. planean en caso que un objeto tenga la posibilidad cierta de impactar a la Tierra.

Bennu tiene una posibilidad de impacto contra nuestro planeta de 1 en 27.000 -considerado bajo-, pero de ocurrir generaría una potencia equivalente a 80 mil bombas como la de Hiroshima.

En principio, las dos alternativas consideradas para el objeto son el uso de una nave espacial que funcione como un “impactador cinético”, o un portador de explosivos nucleares para desviarlo. La opción nuclear, aunque desechada por décadas por los científicos, finalmente terminó resultando una opción más realista, considerando las posibilidades de éxito.

La otra opción es desviar un asteroide.

Se trata de la iniciativa conocida como Prueba de Redireccionamiento de Doble Asteroide (DART, por sus siglas en inglés), que se complementará con la Misión Impacto de Asteroide (AIM) de la Agencia Espacial Europea. DART sería la primera misión de la Nasa que golpee a un asteroide para cambiar su órbita.

Finalmente, se considera también al llamado “tractor de gravedad”, básicamente poner en órbita un satélite alrededor del objeto y utilizarlo para desviar gradualmente su rumbo, aunque sólo funciona para cuerpos de menos de 500 metros de ancho.

A pesar que existen varias alternativas, hay que considerar que estos métodos se basan en una estrategia de una sola oportunidad. Un primer y único intento riesgoso que de ser exitoso, podría determinar la salvación de la especie humana.

Pero, ¿qué ocurre si falla?

El ojo

Por eso, entre más opciones y más conozcamos al asteroide, tengamos, mejor.

Es lo que piensan científicos del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), quienes en un estudio publicado en Acta Astronautica desarrollaron tres estrategias que podrían ayudar a salvar a la Tierra del impacto devastador de un asteroide: Un orbitador para caracterizar su forma, distribución de masa, propiedades de la superficie y materiales; un sensor para medir su trayectoria; y finalmente un misil que lo empuje fuera de curso y vuelva al espacio.

Hoy existen dos misiones enviadas a analizar asteroides y tomar muestras de su superficie: OSIRIS-REx para la NASA y Hayabusa 2 para la Agencia Espacial Japonesa sobre el asteroide Ryugu. Se espera que la primera vuelva con una muestra del asteroide Bennu en 2023 y es esencial para el éxito de cualquier misión.

En síntesis, la primera misión, caracterizar al asteroide, sería similar a OSIRIS-REx de la NASA, que actualmente está orbitando alrededor de Bennu. OSIRIS-REx mapeará al asteroide y traerá una muestra de su superficie a la Tierra. Luego, comienza el segundo paso.

En este caso la intención de los científicos es golpear al asteroide, pero no buscando cambiar su órbita o destruirlo, sino para medir su trayectoria. Con esta información los científicos podrán adelantarse a cualquier imprevisto y planear el paso final: el impacto.

De acuerdo a la investigación, el impactador ideal es el cinético básico, que funciona disparando un proyectil para empujar el asteroide en una dirección diferente. Por ello el paso anterior es de igual importancia: el objeto no debe ser atravesado como una bala en una manzana, sino “empujado” por el misil, que a su vez debe tener una fuerza considerable.

Pero existe una preocupación extra. El tiempo.

Para este estudio, el plan de los investigadores se basa en dos asteroides, Bennu y un viejo conocido, Apophis.

Apophis es un asteroide cercano a la Tierra de 370 metros de diámetro y por nada lleva el nombre del antiguo dios egipcio del caos. Causó pánico en diciembre de 2014, cuando los científicos estimaron sus posibilidades de golpear la Tierra en un 2,7 por ciento para 2036, debido a que su trayectoria pasaría por el “ojo de cerradura gravitacional”, una región muy precisa del espacio que tiraría de la trayectoria del asteroide, y en la que un impacto sería inminente.

Por suerte, investigaciones posteriores determinaron que el asteroide no se encuentra en curso de colisión con la Tierra.

Sin embargo, el estudio también enfatiza el hecho que sea necesario lanzar más misiones espaciales y no sólo una vez para luego sentarnos a esperar los resultados. El tiempo esta vez, podría jugarnos en contra.

Fuente: latercera.com