Científicos identifican el cuerpo de un niño fallecido hace 58 años

Hace 58 años, un pescador encontró el cuerpo de un niño fallecido en un embalse de Oregon, y pese a los esfuerzos por determinar su identidad, o lo que le había ocurrido, el caso se mantuvo como un gran misterio durante años.

Pero, gracias al interés aún latente y a la colaboración de algunas ramas de la ciencia avanzada, los funcionarios a cargo del caso han logrado avanzar. Finalmente, el niño, nacido en Nuevo México en 1960, tiene un nombre y una familia que podrían ayudar a llenar los vacíos detrás de su presunto asesinato.

Décadas de investigación infructuosa

En julio de 1963, Roy E. Rogers, de 65 años, decidió ir a pescar en el embalse de Keene Creek, a lo largo de la autopista Greensprings, al este de Ashland. Mientras se preparaba, se encontró con el cuerpo de un niño pequeño envuelto con mantas, atado con alambres y sujeto a moldes de hierro.

Dichas condiciones sugieren un caso de asesinato, por lo que el hallazgo detonó una investigación policial que involucró a las fuerzas del orden público locales, estatales y nacionales. Como escribió la Oficina del Sheriff del condado de Jackson, Oregon, en un comunicado a finales de junio:

“La Oficina del Sheriff del Condado de Jackson (JCSO) se hizo cargo del caso en 1963, y a través de los siguientes 58 años más de 23 sheriffs de JCSO, detectives y agentes trabajaron en el caso con ayuda de la Policía Estatal de Oregón (OSP) y la Oficina Federal de Investigación (FBI)”.

A pesar de ello, la identidad del niño de Oregon permaneció desconocida durante décadas. De hecho, constituye el caso de personas no identificadas más antiguo del estado estadounidense.

En 2009, el Centro Nacional para Niños Desaparecidos y Explotados creó una imagen del niño a partir de los datos disponibles en busca de nuevas pistas. Asimismo, el Centro de Identificación Humana de la Universidad del Norte de Texas cargó el perfil de ADN del niño en la base de datos CODIS de las fuerzas del orden en colaboración con la investigación. Sin embargo, una vez más, esta fue infructuosa en lo que respecta a su identidad.

Los primeros aportes de la ciencia avanzada al caso del niño de Oregon

En aquel entonces, Jeanne McLaughlin, osteóloga y antropóloga forense del Museo de Historia Natural y Cultural, colaboró con el caso después de que la Oficina del Sheriff del condado de Jackson exhumara el cuerpo para obtener su ADN. Su participación conllevó una ronda de radiografías, búsqueda de signos de trauma y otros signos que sirvieran de pista para determinar qué había pasado con el niño.

Los resultados mostraron que la edad rondaba en realidad entre 18 meses y dos años y medio, y que además su cuerpo tenía algunas peculiaridades probablemente congénitas. Dos dientes fusionados así como una forma de cráneo diferente, hicieron pensar a los investigadores que el niño padecía algún trastorno, como el síndrome de Down.

La genealogía y la genética condujeron a la identidad del niño hallado en Oregon

La historia cambió cuando se reabrió la investigación en diciembre de 2020. En esta oportunidad, no se apoyaría únicamente en la osteología sino también en otras ramas de la ciencia avanzada, de la mano de la genealogista genética de Parabon NanoLabs, CeCe Moore. La experta buscó un depósito de ADN de código abierto y localizó a dos posibles hermanos del niño de Oregon, lo que la acercó aún más a la meta de darle una identidad.

Entonces entrevistaron a los sospechosos, incluido un medio hermano en Ohio que dio con una pista clave para aclarar el misterio. Este reveló que tuvo un hermano menor con síndrome de Down que desapareció hacía varias décadas, y con ello, los investigadores llegaron al certificado de nacimiento de Stevie Crawford. Después de tantos años, el niño hallado en las aguas de Oregon tuvo una identidad.

La investigación condujo a otros miembros de la familia de Stevie, quienes se involucraron con el proceso a pesar de tratarse de un hecho ocurrido hace tanto tiempo. McLaughlin dice que, en este tipo de casos, los familiares experimentan un alivio tras obtener respuestas.

“No saber tiene que ser el peor tipo de tortura”, dijo. “No puedo imaginar escuchar, después de 58 años: ’aquí está su ser querido, sabemos dónde está, sabemos un poco sobre lo que pasó’”. Por ello, destaca la importancia de continuar con este tipo de investigaciones y del papel de la ciencia dentro de ellas.

Fuente: tekcrispy.com