Científico se conecta 256 electrodos a la cabeza y descubre que la felicidad no es el éxito material

Todo el mundo anhela la felicidad, pero parece un tesoro oculto.

De un modo u otro, consciente o inconscientemente, directa o indirectamente, todo lo que hacemos, todas nuestras esperanzas, están relacionadas con un profundo deseo de felicidad.

Con 256 electrodos en la cabeza rapada, el monje budista francés Matthieu Ricard, autor del libro “Happiness: Una guía para desarrollar la habilidad más importante de la vida”, mostró la misma sonrisa natural que siempre le acompaña allá donde va. Su córtex prefrontal izquierdo, una zona del cerebro especialmente activa en las personas con pensamientos positivos, muestra una actividad más allá de cualquier parámetro de normalidad.

Como biólogo molecular, Ricard reconoce los resultados que arroja la resonancia magnética cerebral: Según la ciencia, su estado mental solo podría corresponder al del hombre más feliz del planeta.

El cerebro feliz

Años de estudios llevaron a los científicos a discernir con gran precisión que la actividad de la corteza prefrontal izquierda está fuertemente relacionada con la sensación de bienestar, mientras que los estados emocionales negativos dejan su huella en la zona prefrontal derecha.

Para su sorpresa, los estudios revelaron un patrón claro en los sujetos que poseían “cerebros felices”. Demográficamente, no eran los más prósperos económica o materialmente en la vida, sino un grupo radicalmente distinto: monjes tibetanos y meditadores profesionales.

Sometidos a un exhaustivo experimento con escáneres cerebrales, un grupo de meditadores veteranos que practicaban un tipo de meditación centrada en la compasión fueron capaces de transformar la anatomía del cerebro de forma sorprendente. Aumentaron los niveles de emoción positiva, como se observa en la corteza prefrontal izquierda. También disminuyeron la actividad en el lóbulo prefrontal derecho relacionada con la depresión, redujeron la actividad de la amígdala (una región del cerebro relacionada con el miedo y la ira) y aumentaron la duración y la profundidad de la atención.

Los científicos concluyeron que la compasión producida por ciertos tipos de meditación hacía que el cerebro se serenara, alcanzando un estado de bienestar. La felicidad de los meditadores manifestaba un estado que implicaba una ausencia de miedo y un control total de las emociones.

Del mismo modo, la gente experimenta el llamado estado de flujo durante ciertas etapas del ejercicio intelectual o físico, una sensación de felicidad que emociona a la mente cuando se siente plenamente unida a lo que está haciendo.

Según el Dr. Daniel Goleman, reconocido internacionalmente por su trabajo en el campo de la psicología, el estado de flujo es una sensación espontánea de deleite y sorpresa agradable.

De acuerdo con la hipótesis de Goleman, las personas que se encuentran en el estado de flujo están tan absortas que su atención y conciencia se funden con sus acciones.

En contraste con lo que los neurólogos pensaron durante algún tiempo, cuando la mente concentrada se involucra en una tarea, como en el estado de flujo, el cerebro produce menos actividad. Parece que hay menos “ruido neuronal” que se observa cuando la mente divaga. Es similar, aunque más esquivo, al estado que generan quienes meditan con frecuencia.

Así pues, la felicidad, según los hallazgos científicos, es un estado inalcanzable por medios materiales; más bien, es un producto de la despreocupación emocional, a la que quizá se sume la contemplación compasiva del universo.

Fuente: The Epoch Times en español