Así era el eterno Galileo Galilei

Mucho se ha escrito sobre una de las mentes más brillantes que ha producido la humanidad: el gran Galileo Galilei, quien nació un 15 de febrero de 1564, en plena época renacentista. De él se sabe que es uno de los fundadores de la ciencia moderna y que sus ideas revolucionarias levantaron ampollas, pero que sentaron las bases para comenzar a establecer una nueva visión del universo, una en la cual la Tierra perdía un poco de protagonismo, y lejos de ser un cuerpo inmóvil, giraba alrededor del Sol, promoviendo así el trabajo de Copérnico y su teoría heliocéntrica.

La renovada visión de Galileo y la forma como rompió paradigmas tuvieron apoyo en sus detalladas observaciones por telescopio, las primeras en nuestra historia. Es conmovedor imaginarse a Galileo en aquellas noches despejadas apuntando concienzudamente su instrumento hacia el firmamento y observando por primera vez cosas que nunca antes habitante alguno de este planeta había contemplado: pequeños mundos orbitando Júpiter (lunas galileanas), manchas sobre la superficie solar, fases del planeta Venus e incluso una conjunción entre Júpiter y Neptuno (al que confundió con una estrella y que no sería oficialmente descubierto hasta dos siglos después). Tal vez una sensación similar a la de Galileo la experimenta el que por primera vez fija su mirada, a través de un telescopio, para ver la Luna.

El trabajo de Galileo lo llevo a ser condenado a prisión y, finalmente, a pasar sus últimos días bajo arresto domiciliario. Solo hasta 1992, luego de 359 años y coincidiendo con el momento en que una sonda con su nombre se aproximaba a Júpiter y las lunas galileanas, el Vaticano pidió perdón por la condena injusta y limpió el nombre del científico. Galileo Galilei fue un estandarte de la racionalidad y abrió un camino que ya no tendría vuelta atrás.

Como hasta el más grande de los genios está lejos de la perfección, Galileo también cometió errores. Uno de los más sonados es su explicación del fenómeno de las mareas por el movimiento de la Tierra, desafiando la verdadera relación de estas con la atracción de la Luna, expuesta por Kepler.

Muchas enseñanzas encierra este personaje cuya forma de ver el mundo, basada en escepticismo, pero sobre todo fundamentada en la observación, la experimentación y la racionalidad, es un ejemplo vigente que podemos aplicar especialmente al tema del cambio climático.

Fuente: Santiago Vargas / El Tiempo