La tecnología no puede proteger a un avión frente a un enjambre de drones
La semana pasada, el aeropuerto de Gatwick, el segundo más transitado de Reino Unido, tuvo que paralizar sus servicios después de que uno o más drones fueran detectados sobrevolando el espacio aéreo del aeropuerto. Este suceso obligó a las autoridades a suspender todos los vuelos de llegadas y salidas. Desde el jueves por la tarde, decenas de miles de viajeros se vieron afectados por la bromita.
Lo ocurrido en Gatwick ha renovado la atención por la tecnología «antidrones». Y aunque es cierto que los drones representan una amenaza para el tráfico aéreo comercial, dicha amenaza no puede solucionarse con tecnología. Las aeronaves no tripuladas se han vuelto demasiado baratas y demasiado capaces. Mientras, los aviones de pasajeros son objetivos vulnerables y seguirán siéndolo. Ni las tecnologías como las geocercas que buscan frenar a los drones, ni las armas, las redes, los sistemas de interferencia de radio, ni siquiera las águilas pueden proteger de manera fiable el tráfico aéreo.
Esto podría sonar alarmista. Pero las medidas contra los drones llegan hasta donde llegan.
Los drones más baratos son modelos comerciales fabricados en masa, que se pueden comprar por cerca de solo 20 euros. Es relativamente fácil protegerse de este tipo de modelos, por ejemplo, bloqueando las señales de radio que usan los operadores para controlarlos en remoto. Por su parte, los modelos más caros incorporan chips GPS y pueden venir programados con la tecnología de geocercas o geofencing, una palabra que suena elegante y que sirve para dar instrucciones al software que controla el dron para evitar que penetre en determinadas coordenadas geográficas especificadas.
Esta tecnología tiene potencial para limitar los drones que un consumidor promedio podría comprar. Puede evitar, por ejemplo, que los borrachos vuelen accidentalmente sus drones sobre los terrenos de la Casa Blanca (EE. UU.).
Pero cualquiera con habilidades técnicas medias podría construir su propio dron fácilmente, y los drones caseros no necesitan incorporar chips de GPS. Tampoco están obligados a comunicarse con su operador para mantenerse en el aire, algo que haría ineficaces los sistemas de interferencia de radio. Los bloqueos más fuertes simplemente podrían acabar con la electrónica de a bordo, pero tales señales interferirían con los sistemas protectores del propio avión.
Para ser claros, no es nada fácil derribar un avión con un solo dron. Tanto en el despegue como en el aterrizaje, los aviones se mueven bastante rápido, generalmente a velocidades de entre 240 km/hora y 320 km/ hora. Hay muy pocos drones capaces de volar tan rápido; los drones comerciales más comunes solo alcanzan entre unos 80 km/hora y 110 km/hora. Pero incluso los drones más rápidos pueden ser esquivados por los aviones comerciales. Además, los aviones están diseñados para soportar choques contra las aves y son más resistentes de lo que se piensa generalmente. Si un solo dron chocara accidentalmente con un avión, lo más probable es que el avión sufriera daños leves y pudiera aterrizar de forma segura.
Pero las cosas cambian si hablamos de un enjambre de drones. Aunque a un solo dron le costaría mucho chocar contra un avión, si 30 de ellos se interponen en la trayectoria del vuelo de un avión la situación cambia. Dados los precios relativos de los drones y las medidas defensivas, vemos que es más fácil crear un ejército de drones que intensificar la defensa. Si se programa al enjambre para que busque los motores de un avión (ya sea a través de los sensores infrarrojos o de la búsqueda por imagen), el riesgo de daños catastróficos por un impacto aumenta aún más. Si se añade una pequeña cantidad de explosivos, es probable que las colisiones resulten mortales.
Los sistemas antidrones como las cercas pueden proteger objetivos estratégicos como la Casa Blanca, el Palacio de la Moncloa o las inmediaciones de los principales aeropuertos. Pero no se puede proteger todo el espacio aéreo, y desde una perspectiva técnica, un dron vuela igual de bien a 600 metros de altura que a un palmo del suelo. Simplemente no existe ninguna solución tecnológica capaz de detener a un enjambre de drones semiautónomos atacando a un avión.
Esa es la mala noticia. La buena noticia es que la gran mayoría de las personas con las habilidades técnicas necesarias no está dispuesta a cometer asesinatos en masa. Por eso no hay demasiadas razones para temer un ataque a corto plazo. Pero podría suceder, al igual que a veces hay atentados terroristas, porque las tecnologías necesarias para fabricar bombas y drones están demasiado disponibles y no se pueden embargar. No tenemos ningún escudo tecnológico, solo uno moral. Afortunadamente, eso es suficiente, casi siempre.
Fuente: technologyreview.es