Puede que pienses que esto va de inteligencia artificial, pero la realidad es mucho más irónica. En 2013, nadie en Mountain View pensaba en desbancar a Jensen Huang. Jeff Dean, uno de los directivos clave de la compañía, tenía un problema mucho más mundano: las búsquedas por voz en Android.
Ese detalle, aparentemente menor en la historia de la tecnología, fue la chispa que encendió la mecha actual. Dean necesitaba hardware específico para sus centros de datos, algo que pudiera manejar esa carga de trabajo. Así nacieron las Tensor Processing Units (TPU). No se diseñaron para conquistar el mundo de la IA generativa, sino para que tu teléfono te entendiera al hablar.
Pero la tecnología tiene la mala costumbre de evolucionar por caminos inesperados.
Hoy, esos mismos chips que nacieron de una necesidad interna se han convertido en la única amenaza real al monopolio verde de NVIDIA. Lo que estamos viendo no es solo competencia comercial; es un cambio de arquitectura que podría redefinir quién controla la infraestructura de internet en la próxima década.
De solucionar un problema de Android a potenciar Gemini
Lo fascinante de esta guerra de chips es cómo Google ha pivotado su estrategia sin hacer demasiado ruido. Durante años, las TPU fueron el secreto mejor guardado de sus granjas de servidores. Ahora, son la columna vertebral sobre la que se entrena y ejecuta Gemini.
Pero el movimiento no se quedó en casa. Google ha empezado a jugar a ser proveedor, ofreciendo su potencia de cálculo a terceros como Anthropic. Y aquí es donde la cosa se pone interesante. Al abrir su hardware a otras grandes empresas de IA, Google no solo valida su tecnología, sino que empieza a restar cuota de mercado a las GPU H100 de NVIDIA.
Hasta hace poco, si querías entrenar un modelo masivo, pasabas por caja con NVIDIA. No había opción B. Las TPU han demostrado que sí existe una alternativa viable, escalable y, sobre todo, independiente del ecosistema CUDA.
La alianza “TorchTPU”: El enemigo de tu enemigo
Si el hardware es el cuerpo, el software es el alma. Y el alma de NVIDIA se llama CUDA. Esa plataforma es el verdadero foso defensivo que ha mantenido a Jensen Huang en la cima. Pero Google ha encontrado un socio inesperado para derribar ese muro: Meta.
Bajo el nombre en clave “TorchTPU”, ambas tecnológicas están cocinando algo que debería preocupar seriamente a los inversores de NVIDIA. El objetivo es técnico pero devastador: permitir que PyTorch —la librería de desarrollo de IA más utilizada del mundo— se ejecute de forma nativa y fluida en las TPU de Google.
¿Por qué importa esto ahora? Porque elimina la fricción. Si los desarrolladores pueden mover sus flujos de trabajo de PyTorch directamente a la infraestructura de Google sin dolores de cabeza, la dependencia de CUDA se rompe. Meta aporta el estándar de software; Google pone el silicio. Es una pinza estratégica perfecta diseñada para herir donde más duele: en la exclusividad del ecosistema.
La respuesta de 20.000 millones de dólares
NVIDIA no ha llegado a valer billones quedándose quieta. Jensen Huang ha visto la jugada y ha respondido con la contundencia de quien tiene la billetera llena. La compañía ha desembolsado 20.000 millones de dólares en una operación que huele a pánico estratégico y astucia legal a partes iguales.
El objetivo ha sido Groq.
No confundir con el modelo Grok de Elon Musk. Hablamos de la startup que fabrica chips aceleradores de IA con una arquitectura radicalmente distinta a las GPU tradicionales. Pero lo curioso no es la tecnología, sino la forma del trato. NVIDIA no ha comprado la empresa. Ha pagado una fortuna por una “licencia no exclusiva”.
¿Compra encubierta o escudo regulatorio?
Aquí es donde el análisis debe ir más allá del titular. ¿Pagar 20.000 millones por una licencia no exclusiva? Suena absurdo hasta que miras a los reguladores.
Con la FTC y la Unión Europea vigilando cada movimiento de las Big Tech con lupa, una adquisición tradicional de Groq habría sido bloqueada casi con seguridad. Al estructurarlo como una licencia, NVIDIA consigue acceso a la tecnología y, probablemente, neutraliza a un competidor emergente sin pasar por el calvario de las aprobaciones antimonopolio.
Es una “compra encubierta” de manual. NVIDIA asegura su posición, adquiere propiedad intelectual valiosa y mantiene su ventaja competitiva, todo mientras esquiva las balas de los reguladores.
Todo vale en el nuevo escenario tech
Lo que nos enseña este cruce de movimientos es que las reglas de caballerosidad se han acabado. Ya lo vimos con las batallas por el copyright de los datos de entrenamiento; ahora la lucha se traslada al silicio.
Google usa su viejo hardware de 2013 para atacar. Meta se alía con su rival en búsquedas para romper el monopolio de software. Y NVIDIA usa su capital para absorber innovación bajo la alfombra regulatoria.
Estamos ante una fase de consolidación agresiva. La guerra de chips ya no se libra solo en las fábricas de Taiwán, sino en los despachos legales y en las colaboraciones de código abierto.
El usuario final, nosotros, veremos los resultados en la velocidad de Gemini, en las capacidades de los futuros modelos de Llama y en el precio de acceso a la IA. Pero la infraestructura que lo hace posible está cambiando de manos ahora mismo.
La duda que queda en el aire es si la alianza TorchTPU llegará a tiempo para frenar la inercia de NVIDIA o si esos 20.000 millones serán suficientes para mantener el trono verde. Lo único seguro es que en esta partida, nadie está enseñando todas sus cartas.
Fuente: tecnologiageek.com


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