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El imparable robot policía chino RT-G: entre ciencia ficción y realidad

La policía del futuro ya está aquí: el RT-G patrulla calles, lanza redes y no descansa. Un avance que mezcla precisión tecnológica y dilemas éticos. ¿Estamos preparados para este futuro?

China nunca deja de sorprenderme. La ciudad de Wenzhou, en el este del país, ha desplegado lo que parece sacado directamente de una película de ciencia ficción: el robot policía RT-G, una máquina diseñada para patrullar las calles, neutralizar amenazas y operar en condiciones que pocos humanos soportarían. Es como si los robots de Robocop o Terminator hubieran cobrado vida, pero esta vez sin efectos especiales ni exageraciones cinematográficas. Aquí estamos hablando de algo real, tangible y funcionando las 24 horas del día.

Este robot esférico pesa más de 100 kilogramos y puede alcanzar los 30 km/h en apenas 2,5 segundos. Su estabilidad, a pesar de su forma futurista y rodante, es asombrosa. No importa la superficie, no importa el clima: RT-G sigue adelante. Pero no es su capacidad de movimiento lo más impresionante. Lo verdaderamente llamativo es su arsenal de herramientas diseñadas para neutralizar objetivos con precisión quirúrgica.

Hablamos de redes de captura, bombas de humo y rociadores de gas lacrimógeno. El robot está pensado para actuar en escenarios de confrontación, donde la precisión y rapidez pueden marcar la diferencia entre el éxito o el caos. Pero además, RT-G no se limita a terrenos firmes: su capacidad anfibia le permite operar en entornos acuáticos. En un mundo cada vez más impredecible, esta versatilidad resulta un punto a favor que muy pocos sistemas automatizados poseen.

Su origen es igualmente interesante. El RT-G no es fruto de una empresa cualquiera. Se trata de un desarrollo basado en tecnología patentada por la Facultad de Ciencias e Ingeniería de Control de la Universidad de Zhejiang, una de las instituciones más prestigiosas de China. Su primera misión de prueba se desarrolla en una zona comercial de Wenzhou, funcionando ininterrumpidamente y proporcionando a las autoridades una visión clara de sus capacidades.

Claro, la implementación de un robot como este no ha estado exenta de preguntas y debates. Si bien las autoridades destacan sus beneficios en situaciones de peligro, hay quienes se preguntan hasta dónde es ético delegar tanto poder en una máquina. Porque RT-G identifica, lanza, captura y, casi literalmente, nunca descansa. ¿Nos encontramos ante el futuro inevitable de las fuerzas de seguridad? ¿O ante un escenario que podría poner en riesgo libertades individuales?

El precio de cada unidad es, por ahora, elevado: 400.000 yuanes (unos 52.000 euros). Sin embargo, si el proyecto prospera y logra demostrarse su eficacia, no sería extraño ver cómo se abarata su producción. Al fin y al cabo, China ha sabido capitalizar sus avances tecnológicos para escalar masivamente sus innovaciones. Lo que comienza hoy como un experimento en una ciudad puede convertirse, en cuestión de años, en un despliegue global que transforme la seguridad pública tal como la conocemos.

Ahora bien, ¿qué papel juegan los humanos en este escenario? Como todo avance tecnológico, RT-G no llega para eliminar por completo la intervención humana. Los agentes de policía continúan siendo indispensables para supervisar y tomar decisiones en situaciones complejas. Sin embargo, lo que sí hace es liberar a los agentes de tareas peligrosas, permitiéndoles actuar con mayor estrategia y seguridad.

Es cierto que la robotización de la seguridad no es una novedad exclusiva de China. En Estados Unidos, por ejemplo, ya existen dispositivos como los Knightscope K5, robots diseñados para patrullar estaciones de metro y otras zonas públicas. A diferencia del RT-G, estos dispositivos son básicamente cámaras móviles con una apariencia más inofensiva. No llevan redes ni bombas de gas, y su función principal es vigilar y registrar.

Pero China, con RT-G, está llevando la apuesta más lejos. No se conforma con que los robots observen. Quiere que actúen. Que neutralicen. Que sean herramientas activas en un entorno cada vez más desafiante. Y esto plantea un dilema: ¿dónde está el límite?

La aceptación de robots patrullando las calles no es universal. En países donde la confianza en el gobierno y las fuerzas de seguridad es baja, la idea de máquinas autónomas identificando «objetivos» resulta preocupante. La posibilidad de errores, abusos o incluso hackeos añade un nivel de incertidumbre que no se puede ignorar.

Por otro lado, en contextos de alta criminalidad o situaciones de riesgo extremo, robots como el RT-G podrían ser la diferencia entre salvar vidas o perderlas. La tecnología tiene el potencial de ser una aliada, pero también un arma de doble filo si no se regula adecuadamente.

En el horizonte, lo que veo es un escenario donde las máquinas y los humanos trabajarán juntos, combinando lo mejor de ambos mundos: la precisión y resistencia de los robots con el juicio crítico y la empatía humana. No es cuestión de elegir entre uno u otro, sino de encontrar el equilibrio.

La llegada del RT-G a las calles de Wenzhou marca un punto de inflexión en la relación entre tecnología y seguridad pública. Es un recordatorio de que el futuro ya no está a la vuelta de la esquina: está aquí. Nos toca, como sociedad, decidir cómo lo usamos, qué libertades estamos dispuestos a sacrificar y hasta dónde dejamos que las máquinas patrullen nuestro mundo.

Fuente: eldiariodemadrid.es

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