El actual ritmo de producción y consumo se torna insostenible en un mundo súper poblado y, además, envejecido. A la escasez de recursos hay que sumar el impacto de la industria alimentaria sobre el planeta: es una de las contaminantes. Ante este escenario, la búsqueda de alternativas sostenibles y seguras se vuelve imprescindible. Y los insectos suenan para esta misión desde hace años.
El beneficio básico del consumo humano de insectos “reside en la posibilidad que ofrecen de ser una fuente nutricional en un planeta cada vez más poblado y cuyas fuentes alimentarias deben diversificarse y elegirse en función de sus propiedades, pero también del impacto sobre otros recursos y el medio ambiente”, confirma a Infosalus la jefa del Departamento de Endocrinología y Nutrición del Hospital Universitario Fundación Jiménez Díaz (Madrid), la doctora Clotilde Vázquez. De hecho, según la experta, “no hay un beneficio mayor directo sobre nuestra biología”.
“Yo creo que estamos asistiendo a una diversificación del consumo de proteínas y macronutrientes, buscando el máximo poder nutritivo y la mínima repercusión sobre el ecosistema, es decir, el menor coste global de producción”, agrega la doctora Vázquez.
En efecto, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés), especifica que los insectos proporcionan proteínas y nutrientes de alta calidad, incluso en comparación con carne y pescado. “Son ricos en fibra y micronutrientes como cobre, hierro, magnesio, fósforo, manganeso, selenio y cinc”, especifica la FAO.
Los datos que maneja la entidad indican que los insectos más consumidos son los escarabajos, con un porcentaje del 31 por ciento; las orugas, que se consumen en un 18 por ciento, y las abejas, avispas y hormigas, con un 14 por ciento. A estas les siguen saltamontes, langostas y grillos, con un 13 por ciento; las cigarras, los fulgoromorfos y saltahojas, las cochinillas y las chinches, con un 10 por ciento; las termitas y libélulas, con un 3; y, finalmente, las moscas, con un porcentaje del 2 por ciento.
Por otro lado, plantean un riesgo reducido de transmisión de enfermedades zoonóticas, como la gripe aviar o la enfermedad de las vacas locas, según el organismo. De hecho, según la FAO, no se conocen casos de transmisión de enfermedades o parasitoides a humanos derivados del consumo de insectos, pero “siempre que los insectos hayan sido manipulados en las mimas condiciones de higiene que cualquier otro alimento”, puntualiza el organismo.
Lo que sí pueden hacer los insectos es producir alergias comparables a las alergias a los crustáceos, puesto que también son invertebrados, agrega la entidad.
Granjas de insectos
En el caso de instaurarse el consumo de insectos sería “el control veterinario” el que evitaría la transmisión de enfermedades, según la doctora Vázquez. Sin embargo, según la experta, “todavía no está claro el impacto ambiental que una producción a gran escala de las ‘granjas de insectos’ producirían, ni de si acabaríamos produciendo demasiado desequilibrio en las poblaciones de insectos”.
No obstante, estas ‘granjas de insectos’ tienen otros beneficios. Por ejemplo, servir como modo de vida a miembros de la sociedad. Así lo cree la FAO. “La cría y recolección de insectos pueden ofrecer importantes estrategias de diversificación de los medios de vida. Pueden recogerse directamente del medio de manera sencilla. Apenas se necesitan medios técnicos o inversiones importantes para adquirir equipos básicos de recolección”, indica el organismo.
También son las personas “más pobres de la sociedad” las que podrían dedicarse a esta actividad. “Estas actividades pueden comportar una mejora directa de la dieta y aportar unos ingresos derivados de la venta del exceso de producción como alimentos de venta callejera”, defiende la FAO.
Fuente: infosalus.com