Comprueban que el SARS-CoV-2 afecta al cerebro y detallan efectos en neuronas
Investigadores brasileros estudiaron los efectos del nuevo coronavirus en el sistema nervioso central
Un estudio brasileño dado a conocer el día 13 de octubre en la plataforma medRxiv comprueba que el virus SARS-CoV-2 posee la capacidad de infectar a las células del tejido cerebral, y que su principal blanco lo constituyen los astrocitos. Estos resultados revelan también que incluso las personas acometidas por la forma leve del COVID-19 pueden exhibir alteraciones significativas en la estructura de la corteza cerebral, la zona del cerebro más rica en neuronas y encargada de la realización de funciones complejas tales como la memoria, la atención, la conciencia y el lenguaje.
Esta investigación estuvo a cargo de diversos grupos de científicos de la Universidad de Campinas (Unicamp) y de la Universidad de São Paulo (USP), todos financiados por la FAPESP, que contaron también con la colaboraron de pares del Laboratorio Nacional de Biociencias (LNBio), del Instituto D’Or de Pesquisa e Ensino (IDOR) y de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ).
“En el marco de dos trabajos anteriores, se había detectado la presencia del nuevo coronavirus en el cerebro, pero no se sabía a ciencia cierta si estaba en la sangre, en las células endoteliales [que recubren los vasos sanguíneos] o dentro de las células nerviosas. Nosotros demostramos por primera vez que el virus efectivamente infecta a los astrocitos y se replica en ellos, y que esto puede hacer mermar la viabilidad de las neuronas”, le comenta a Agência FAPESP Daniel Martins-de-Souza, docente del Instituto de Biología (IB) de la Unicamp, investigador del IDOR y uno de los coordinadores de la investigación.
Los astrocitos son las células más abundantes del sistema nervioso central y cumplen diversas funciones: les suministran sostén y nutrientes a las neuronas, regulan la concentración de neurotransmisores y otras sustancias con potencial para interferir en el funcionamiento neuronal, como el potasio, integran la barrera hematoencefálica, que ayuda a proteger el cerebro contra patógenos y toxinas, y ayudan a mantener la homeostasis cerebral.
La infección de este tipo de células se confirmó mediante la realización de experimentos con tejidos cerebrales de 26 pacientes que murieron de COVID-19. Las muestras se extrajeron durante procedimientos de autopsias mínimamente invasivas a cargo del patólogo Alexandre Fabro, docente de la Facultad de Medicina de Ribeirão Preto (FMRP-USP). Los análisis estuvieron coordinados por Thiago Cunha, docente de la FMRP-USP e integrante del Centro de Investigaciones en Enfermedades Inflamatorias (CRID).
Los investigadores adoptaron una técnica conocida como inmunohistoquímica, que consiste en utilizar anticuerpos para marcar antígenos virales o componentes del tejido analizado, tal como lo explica Martins-de-Souza. “Podemos poner en la muestra anticuerpos que al unirse a los astrocitos hacen que las células adquieran una coloración roja, por ejemplo; y otros que al conectarse con la proteína de las espículas del SARS-CoV-2 marca a las moléculas en verde; y, por último, podemos poner anticuerpos para marcar en color púrpura al ARN viral de cadena doble, que solamente aparece durante el proceso de replicación del microorganismo. Cuando se superpusieron todas las imágenes tomadas durante el experimento, notamos que los tres colores aparecen simultáneamente tan solo dentro de los astrocitos.”
De acuerdo con Cunha, la presencia del virus se confirmó en las 26 muestras estudiadas. En cinco de ellas también se detectaron alteraciones que sugerían un posible perjuicio del sistema nervioso central.
“Observamos en esos cinco casos señales de necrosis y de inflamación, tales como edema [la hinchazón causada por acumulación de líquido], lesiones neuronales e infiltración de células inflamatorias. Pero solamente tuvimos acceso a una pequeña parte del cerebro de los pacientes, por eso es posible que también hubiera señales similares en los otros 21 casos estudiados, pero en áreas distintas del tejido”, dice Cunha.
Síntomas persistentes
En otro brazo de la investigación, en la Facultad de Ciencias Médicas (FCM) de la Unicamp, se les realizaron exámenes de resonancia magnética a 81 voluntarios que contrajeron la forma leve de COVID-19 y se recuperaron. Las evaluaciones presenciales se concretaron en promedio 60 días después de la fecha del test de diagnóstico y una tercera parte de los participantes aún exhibían síntomas neurológicos o neuropsiquiátricos. Las principales quejas fueron dolor de cabeza (40%), fatiga (40%), alteraciones de la memoria (30%), ansiedad (28%), pérdida del olfato (28%), depresión (20%), somnolencia diurna (25%), pérdida del gusto (16%) y disminución de la libido (14%).
“Dimos a conocer un enlace para que los interesados en participar en la investigación pudieran inscribirse y, para nuestro asombro, en pocos días ya contábamos más de 200 voluntarios, muchos de ellos polisintomáticos y con quejas variadas. Aparte de los exámenes de neuroimágenes, se los está evaluando mediante exámenes neurológicos y test estandarizados a los efectos de medir sus desempeños en funciones cognitivas tales como la memoria, la atención y la flexibilidad de razonamiento. En el artículo mostramos los primeros resultados”, comenta la profesora Clarissa Yasuda, del Instituto de Investigaciones sobre Neurociencias y Neurotecnología (BRAINN).
En la investigación se incluyó únicamente a personas con diagnóstico de COVID-19 confirmado mediante análisis de RT-PCR y que no tuvieron que hospitalizarse. Las evaluaciones se realizaron luego de la fase aguda y los resultados se compararon con datos de 145 individuos sanos y no infectados.
Mediante el análisis de los estudios de resonancia magnética fue posible detectar algunas áreas de la corteza cerebral de los voluntarios con un espesor menor que el promedio que se registró en los individuos de control, mientras que otras exhibían un aumento de tamaño, cosa que, según los autores, podría indicar algún grado de edema.
“Observamos atrofia en áreas relacionadas con la ansiedad, uno de los síntomas más frecuentes en el grupo estudiado. Considerando que la prevalencia promedio de trastornos de ansiedad en la población brasileña es del 9%, el 28% que registramos constituye un porcentaje elevado y alarmante. No esperábamos estos resultados en pacientes que tuvieron la enfermedad leve”, afirma Yasuda.
En los test neuropsicológicos –realizados con el objetivo de evaluar las funciones cognitivas– los voluntarios del estudio también obtuvieron resultados ubicados por debajo del promedio de los brasileños en algunas tareas. Los resultados se ajustaron de acuerdo con la edad, el sexo y la escolaridad de cada participante. También se tuvo en cuenta el grado de fatiga informado por cada participante a los investigadores.
“La pregunta que subsiste es: ¿estos síntomas son pasajeros o permanentes? Para descubrirlo, pretendemos extender el seguimiento de esos voluntarios durante algún tiempo”, comenta la investigadora.
El metabolismo energético queda afectado
En el Laboratorio de Neuroproteómica del IB-Unicamp, coordinado por Martins-de-Souza, se realizaron diversos experimentos con tejidos cerebrales de personas que murieron de COVID-19 y con cultivos de astrocitos in vitro para descubrir, desde el punto de vista bioquímico, de qué manera afecta a las células del sistema nervioso la infección provocada por el SARS-CoV-2.
Las muestras de necropsias se obtuvieron en el marco de una colaboración con el grupo del profesor de la Facultad de Medicina de la USP Paulo Saldiva. El conjunto de proteínas (el proteoma) presente en los tejidos se mapeó mediante espectrometría de masas, una técnica que permite discriminar sustancias en muestras biológicas de acuerdo con su masa molecular.
“Al comparar con los resultados de individuos no infectados, nos percatamos de que diversas proteínas cuya expresión aparecía alterada son abundantes en los astrocitos, lo cual valida los hallazgos obtenidos mediante inmunohistoquímica”, dice Martins-de-Souza. “En esas células, observamos alteraciones en diversas vías bioquímicas, fundamentalmente en aquellas relacionadas con el metabolismo energético”, comenta el investigador.
El paso siguiente consistió en repetir el análisis proteómico en un cultivo de astrocitos infectado en laboratorio. Las células se obtuvieron a partir de células madre pluripotentes inducidas (IPS, por sus siglas en inglés), un método que consiste en reprogramar células adultas (provenientes de la piel o de otro tejido de fácil acceso) para hacerlas asumir un estadio de pluripotencia similar al de las células madre embrionarias. Esta primera parte se realizó en el laboratorio del profesor de la UFRJ Stevens Rehen, en el IDOR. Posteriormente, el equipo de Martins-de-Souza indujo a las células IPS mediante estímulos químicos a diferenciarse en células madre neurales, y después en astrocitos.
“Los resultados fueron parecidos a los de los análisis realizados en los tejidos obtenidos mediante necropsia, es decir, indicaron una disfunción en el metabolismo energético. Efectuamos entonces un análisis metabolómico [del conjunto de los metabolitos que producen los astrocitos en cultivo], que indicó una alteración en el metabolismo de la glucosa. Por algún motivo, los astrocitos infectados pasan a consumir más glucosa que lo normal y, pese a ello, los niveles de piruvato y de lactato –los dos principales sustratos energéticos– aparecen bastante disminuidos en las células”, comenta.
Tal como lo explica el investigador, el lactato es uno de los subproductos del metabolismo de la glucosa y los astrocitos exportan ese metabolito a las neuronas, que lo utiliza como fuente de energía. Los análisis in vitro demostraron que la cantidad de lactato existente en el medio de cultivo de las células era normal, aunque aparecía reducida en su interior. “Aparentemente, los astrocitos se esfuerzan por mantener el suministro del sustrato energético hacia las neuronas en detrimento de su propio funcionamiento”, comenta Martins-de-Souza.
Como resultado de este proceso, las mitocondrias de los astrocitos –los orgánulos encargados de la producción de energía– pasaron a funcionar en forma alterada, lo cual puede influir en los niveles cerebrales de neurotransmisores tales como el glutamato (que excita a las neuronas y que está relacionado con la memoria y el aprendizaje) y el ácido gamma-aminobutírico (GABA, con capacidad para inhibir el disparo neuronal excesivo y promover una sensación de calma y relajación).
“En otro experimento, intentamos cultivar neuronas en ese medio donde antes estaban cultivándose los astrocitos infectados y observamos que las células mueren más que lo esperable. Es decir que ese medio de cultivo ‘condicionado por los astrocitos infectados’ disminuyó la viabilidad de las neuronas”, comentó Martins-de-Souza.
Según el investigador, los hallazgos descritos en el artículo –aún en proceso de revisión por pares– van al encuentro de diversos trabajos ya publicados, que apuntaron posibles manifestaciones neurológicas y neuropsiquiátricas del COVID-19, pero también dan un paso adelante.
“Perduraba todavía una gran duda: ¿la disfunción cerebral sería el resultado de la inflamación sistémica o el virus estaría perjudicando directamente el funcionamiento de las células nerviosas al infectarlas? Nuestros resultados indican que el SARS-CoV-2 puede ingresar efectivamente en las células cerebrales y afectar su funcionamiento”, dice.
A juicio de Cunha, la siguiente pregunta que habrá que contestar es cómo llega al sistema nervioso central el virus y cuál es el mecanismo que emplea para entrar en los astrocitos, lo que puede suministrar pistas para la concreción de posibles intervenciones tendientes a frenar la infección.
“También pretendemos realizar experimentos con ratones genéticamente modificados para expresar la ACE-2 humana [la principal proteína de la cual se vale el virus para infectar a las células]. La idea es confirmar en esos animales si existe una relación de causa y efecto, es decir, si la infección por sí sola es capaz de inducir las alteraciones que observamos en los cerebros de los pacientes”, adelanta Cunha.
Marcelo Mori, docente del IB-Unicamp e integrante del Centro de Investigaciones en Obesidad y Comorbilidades (OCRC), destaca que esta investigación solamente fue posible merced a la colaboración de investigadores con formaciones y capacidades variadas y complementarias. “Este es un ejemplo de que para hacer ciencia de calidad y competitiva es necesario aunar esfuerzos interdisciplinarios. Es difícil competir internacionalmente si nos quedamos dentro de nuestros laboratorios únicamente, ceñidos a las técnicas que conocemos y a los equipos y aparatos a los que tenemos acceso”, afirma.
Fuente: elespectador.com