Ximena Aguilar, la mexicana que estudia el color de los glaciares en la Antártida
La glacióloga mexicana ha sido parte de diversas expediciones de investigación científica en uno de los lugares más inhóspitos para la vida humana: la Antártida. Ximena estudia el color del hielo y del océano para identificar materia orgánica en ellos
La primera vez que Ximena Aguilar Vega vio los glaciares de la Antártida se convirtió en agua. Por su rostro corrieron lágrimas y en ella hubo una profunda transformación, cuenta en entrevista para WIRED. El impacto la hizo tomar una decisión: dedicaría su vida al estudio de los glaciares y el océano. La glacióloga mexicana ha visitado la Antártida, también conocida como Antártica, en un par de ocasiones para hacer investigación científica. Sus trabajos se han centrado en develar la dinámica entre el océano y los glaciares a través de la observación de sus colores.
La científica mexicana estudió biología en la Universidad Autónoma Metropolitana, en Xochimilco, México, y luego hizo una maestría en ciencias antárticas y glaciología en la Universidad de Magallanes, en la ciudad más austral del mundo: Punta Arenas, Chile. Cuando se recuerda de niña, evoca una profunda inquietud por entender la comunicación de la naturaleza, esas interacciones que ocurren a nuestro alrededor, mucha veces sin que seamos conscientes. Esa curiosidad por la vida la hizo cultivar lo que siente como una conexión íntima con el mar y, más tarde, la llevó a uno de los lugares más inhóspitos e inaccesibles para la humanidad.
Se trata de la Antártida, uno de los espacios más importantes para el equilibro de la Tierra. El continente helado, casi redondo, de más de 14 millones de kilómetros cuadrados de hielo y roca, está flanqueado por océanos. Es un lugar consagrado a la ciencia y hogar de pingüinos, albatros, petreles, gaviotines y lobos marinos.
La Antártida: el corazón del planeta
Ximena comparte detalles sobre el Polo Sur. Cuenta que en esa región está la Corriente Circumpolar Antártica, corazón de las corrientes marinas. Cada invierno, explica, la Antártida crece el doble de área porque se forma mucho hielo marino a su alrededor, entre junio y agosto.
Al formarse el hielo, la sal del agua marina se deposita en las partes más bajas de este. “Cuando comienza a derretirse, toda esta agua súper salada, que es más densa, se hunde” y las partes densas y frías empujan las masas de agua que tienen por debajo. Tal situación aporta a la activación de la circulación marina, “como si fuera un corazón, por eso decimos que pulsa”.
La Corriente Circumpolar Antártica rodea al continente blanco y es la más grande del mundo. Además, influye en patrones climáticos y en otras corrientes oceánicas. Por si fuera poco, transporta gases y nutrientes esenciales para la vida en el océano.
De entre los diferentes tipos de glaciares que existen, Ximena trabaja con los que desembocan en el océano. “Me fascina esta comunicación bilateral entre los glaciares y el océano, todo el tiempo están interactuando”.
La dinámica no solo es de flujos por el derretimiento de glaciares de la Antártida al sistema marino, también hay intercambio de partículas y compuestos asociados a materia orgánica, “microorganismos, sus desechos, células muertas y todo eso que proviene de los glaciares [y que va] al sistema marino”.
Viajar a la Antártida
La primera vez que Ximena vio la Antártida fue en un sobrevuelo de la misión IceBridge de la NASA. En esta campaña de investigación aérea, se estudiaron los cambios en el espesor del hielo polar. Luego, en 2019, participó en una expedición científica con el Instituto Antártico Chileno y un año más tarde repitió la hazaña.
Cuenta que cada visita es diferente. En gran parte se debe a la complicada logística de la travesía. Se puede llegar en buque o en avión. Ximena hizo ambos recorridos. En una ocasión, a bordo del viejo y gigantesco buque Aquiles, en otra, en el ruidoso avión Hércules, de la armada.
El viaje inicia desde que te confirman que vas a Antártida, cuenta la investigadora, “hay que estar siempre lista, al menos tres días porque una nunca saben en qué momento va a salir el buque, te pueden avisar seis horas antes y tienes que presentarte en el puerto”. La parte más retadora del trayecto es navegar la corriente más potente del mundo, la misma de la que hablamos antes, la Circumpolar Antártica.
En su primera visita, la científica mexicana estuvo 15 días en la estación peruana Machu Picchu y luego acampó nueve días cerca del glaciar que estudió. En su Instagram, Ximena tiene una foto de dicho campamento, la escena se asemeja al remoto y helado Hoth, de Star Wars, ahí vemos un reguero de piedras que hace difícil imaginar una caminata en términos terrícolas.
En algunas fotos del Polo Sur, la inmensidad de la intemperie se impone a las emociones, así me lo parece: que ese vasto paisaje gesta soledades. Claro, es un hecho que el ambiente es físicamente retador, pero Ximena me cuenta que en la lejana Antártida sucede algo agradable: “la colaboración y el calor humano es muy particular. Una sabe, y todos saben, que estando allá todos dependemos de todos”.
Aunque el trabajo es emocionante, asegura, desde el primer paso en la Antártida se debe estar alerta y concentrada. Cada acción impacta en la seguridad propia y en la de las colegas. Además, para que cada expedición salga lo mejor posible, los miembros del equipo deben ser eficientes en cada oportunidad que tiene para tomar muestras. Por las condiciones del continente blanco, pueden llegar a ser pocas y sumamente complejas.
Las expediciones suelen durar entre uno y dos meses. En ocasiones, comparte la científica, el tiempo solo permite salir un par de veces. Incluso, algunos equipos de investigación han vuelto con las manos vacías porque no logran salir a muestrear. Cada equipo tiene su misión y demandas particulares. Cuando Ximena estuvo en el campamento, tuvo pocas salidas, aunque llegaban a durar ocho horas. La misión era dar mantenimiento a unas cámaras dispuestas para registrar el movimiento de un glaciar. En su última expedición en Yelcho, estuvo mes y medio y tenía salidas dos veces a la semana a una bahía cercana para hacer muestreos en el agua .
Le pregunto a Ximena por la cantidad de mujeres que se dedican a la glaciología, y me dice que cada vez son más, pero que hacen falta. “Necesitamos más mujeres en terreno haciendo el trabajo duro porque lo hacemos muy bien”.
Luz sobre hielo
Ximena dice que su interés particular para dedicarse al estudio del color del hielo y del océano es el de “identificar o localizar compuestos de materia orgánica en el sistema marino”.
Como los glaciares de la Antártida se están derritiendo y se están volviendo más cálidos por el calentamiento global, “hay más nichos disponibles para la proliferación de microorganismos, microalgas, virus y hongos”. Agrega que hasta hace 30 años esto no se sabía y que, para sorpresa de muchos, los glaciares son en realidad muy productivos, “se genera mucha materia orgánica en su superficie y su base”. Ante tal circunstancia, Ximena cree que nos debería preocupar la identificación de las repercusiones del ingreso de materia orgánica extra al océano.
En el terreno, cuenta la investigadora, usa instrumentos que miden cómo se absorbe la luz y cómo se refleja la luz en el hielo y en el sistema marino. Los instrumentos le ayudan a identificar algo que se conoce como firma espectral, que permite nombrar el color preciso de cada compuesto a partir de cómo se comporta cada longitud de onda cuando una luz incide en alguna superficie; con la firma espectral pueden saber de qué compuesto se trata y en qué cantidad está presente.
Con sus instrumentos, los investigadores saben qué tipo de partículas hay en el agua según se absorba o se refleje más o menos luz. Es una manera sistematizada de identificar colores. En realidad, los instrumentos arrojan números. Luego tendrán que procesarlos con programas que traducen la información en curvas o firmas espectrales. Estas abarcan de los 700 nanómetros, que son colores cálidos y ondas de menor frecuencia, hasta 400, que son colores fríos y más energéticos. Recordemos que la parte de la luz que no se absorbe después de interactuar con una superficie, es decir, la que es reflejada, es la que determina el color que percibimos.
El uso del color es común en el estudio del océano, pero en glaciología es algo novedoso que cobra relevancia a la luz de las imágenes satelitales. Las mediciones de bioóptica, el campo de estudio en el que se suscriben trabajos como los de Ximena, ayudan a validar y mejorar las imágenes de los satélites.
Ese aporte solo es posible mediante el trabajo en terreno. Por una parte, toman muestras de agua, sedimento y hielo para identificar las propiedades ópticas de las partículas, entender su absorción y dispersión, Las observaciones en tierra sirven para comparar y alimentar algoritmos que se usan en los sensores remotos. También calibran correlaciones atmosféricas para mejorar lo que interpreta el satélite; esto porque, en su camino a los sitios observados, la luz del Sol encuentra partículas que absorben o reflejan luz.
Una vez calibradas las imágenes satelitales, sirven para dar seguimiento a sistemas tan inaccesibles como la Antártida o el Ártico, “permite hacer una serie de tiempo de imágenes y ver cómo va evolucionando”. Sin embargo, Ximena explica que hay pocos estudios que han ido a terreno por mediciones de bióptica, por lo que hay muchos huecos de información en el campo.
Perder el color blanco
La Antártida es conocida como el continente blanco, una identidad que parece extinguirse. Para nuestra mala suerte (y la de la vida en la Tierra), se oscurece y lo hace cada vez con mayor velocidad. Se considera que las actividades antropogénicas que causan el calentamiento global tienen impacto en estas zonas.
En mayo de este año, como nunca —desde finales de los años setenta, que es cuando se iniciaron los registros de hielo marino— los niveles de hielo cayeron a mínimos históricos. La brecha entre los niveles esperados para esa época del año y los registrados fue de 1.8 millones de kilómetros cuadrados por debajo del promedio.
El blanco de la Antártida refleja buena parte de la radiación solar que ingresa a la Tierra, así que cuando se oscurece, su capacidad para reflejar radiación disminuye. Las tonalidades más obscuras absorben más calor.
Además, tras el derretimiento existen menos partes densas de hielo marino que impulsen las corrientes. Estas se irán debilitando. En particular, la Corriente Circumpolar Antártica no tendrá la misma fuerza para llevar nutrientes a diversos rincones del planeta.
Buscar nuevos lenguajes, la oportunidad del arte
En su niñez, la científica se sintió frustrada por cómo maltratamos la naturaleza. Con el tiempo llegó a la conclusión de que nos falta una vinculación desde el corazón con ella. “Es importante intentar nuevas formas de comunicarnos, no solamente en lenguaje humano, sino también entender los lenguajes y las conversaciones de la naturaleza, del hielo, del agua, de las rocas y los árboles”.
Antes de estudiar biología, Ximena estudió fotografía y es una práctica que aún la acompaña en sus expediciones científicas y en su acercamiento a la vida; para ella el arte es una vía poderosa y un lenguaje universal “no quiero decir que tenga el mismo significado para todas las personas, pero el arte no es inocente, nos transforma y nos hace reflexionar”.
Fuente: wired.com