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Un virus y una oruga pueden mejorar la salud del Tercer Mundo

Los humanos han encontrado soluciones ingeniosas para conseguir habilidades de otros animales por métodos completamente distintos. El vuelo de los aviones tiene poco que ver con el de las aves, la forma de producir y almacenar energía es bastante distinta de la de las plantas y la inteligencia artificial se parece poco a la nuestra. Sin embargo, hay procesos en los que millones de años de evolución han producido máquinas difíciles de superar. Es el caso de la capacidad de algunos insectos para producir proteínas y de los virus para secuestrar organismos y ponerlos a su servicio.

En Algenex, una empresa situada en Pozuelo de Alarcón, Madrid, han diseñado un sistema que aprovecha estas máquinas naturales para producir todo tipo de medicamentos, desde vacunas a terapias contra enfermedades. Por un lado, emplean crisálidas de mariposas de la col como fábricas de proteínas, los ladrillos biológicos básicos de los que están hechas las moléculas que nos sirven para tratar enfermedades o prevenirlas. Este sistema de biocápsulas, que han patentado como CrisBio, aprovecha la intensa capacidad de generar material biológico de los insectos en el periodo de transformación que les lleva de gusano a mariposa.

Para introducir la molécula que se quiere producir, el sistema de Algenex requiere la ayuda de otros seres, no exactamente vivos, especializados en hacer trabajar a otros para reproducir su material genético. Los baculovirus son un tipo de virus especializados en infectar a estas orugas que se alimentan de las coles. Según explica José Escribano, fundador junto a su mujer, Covadonga Alonso, de la empresa, en ocasiones se utilizan los baculovirus para acabar con estos insectos cuando se convierten en plagas. Se lanzan sobre los cultivos afectados y las infectan convirtiéndolas en una especie de pulpa en pocos días. El hecho de que estos virus estén especializados en la infección de esos insectos hace que no supongan un riesgo para los humanos.

Para producir las vacunas o los test diagnósticos, los virus se modifican genéticamente para que en lugar de poner el organismo de las crisálidas a replicar su propio ADN produzcan la molécula deseada. El tiempo de infección dura entre cuatro y seis días y en ese tiempo pueden producir hasta 5 miligramos del principio activo, suficiente para entre 20 y 160 dosis de una vacuna, por ejemplo. Para obtenerlo, con lo que queda de las crisálidas después del tiempo de infección se hace una papilla que después se purifica para obtener el principio activo con el grado de pureza deseado, mayor si se va a emplear en humanos o menor si va dedicado a uso veterinario.

Hasta ahora, el sistema habitual para crear estas moléculas son los biorreactores, unos aparatos de gran complejidad técnica y coste elevado. El sistema que propone Algenex lograría, según Escribano, abaratar los costes y simplificar el proceso. Ellos proporcionarían las crisálidas empaquetadas y listas para ser infectada a través del baculovirus con la proteína que el cliente quiera producir. Ese abaratamiento haría interesante la tecnología en dos ámbitos donde el coste es importante: el mercado veterinario y los países menos desarrollados.

En la salud animal, ya están trabajando en colaboración con la farmacéutica italiana FATRO en una primera vacuna contra la hemorragia vírica de los conejos, que estará lista en dos años. Para dar el salto a la salud humana, además de probar la validez de su tecnología en animales, están buscando colaboraciones con socios como la Fundación Bill y Melinda Gates, muy implicada en la salud de los países en desarrollo. Escribano calcula que con su tecnología sería posible llevar una vacuna contra la gripe, por ejemplo, en dos meses.

No obstante, para llegar a validar la tecnología de Algenex, será necesario que las farmacéuticas confíen en la tecnología y que se superen los largos procesos regulatorios necesarios para aprobar el uso en humanos de un fármaco. Escribano apunta que su vía de entrada serán los biosimilares, medicamentos biotecnológicos que demuestran ser comparables a medicamentos ya en el mercado.

Si lo lograsen, Escribano, Covadonga Alonso y los otros 12 trabajadores de la empresa habrían logrado algo infrecuente. Los fundadores de la empresa son ambos investigadores del Instituto Nacional de Investigación y Tecnología Agraria y Alimentaria (INIA) y de allí surgió el germen de Algenex en 2006. Escribano recuerda las dificultades para convencer a inversores o buscar el apoyo de farmacéuticas. “Creo que si hiciésemos lo mismo desde la Universidad de Oxford, por ejemplo, habríamos tenido las cosas más fáciles”, plantea. En España, fue Uninvest, una gestora de entidades de capital riesgo, la que apostó por Algenex. Ahora, más de diez años después de comenzar su travesía en el desierto, creen que pueden conseguir que su sistema deje de ser futuro y empiece a ser presente.

Fuente: elpais.com