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Una batalla interminable: así viven los inmigrantes sin papeles mejor preparados del sector tecnológico

Hace unas semanas, un coro de voces en Silicon Valley empezó a salir en apoyo a los soñadores (Dreamers). “Son nuestros vecinos, nuestros compañeros, nuestros amigos” decían por un lado, “250 de mis compañeros son soñadores, y estoy con ellos,” expresaban por otro, “No merecen vivir con miedo”, afirmó uno más. Las voces surgían de algunas de las personas más poderosas de Estados Unidos, los miembros de la industria tecnológica, directivos ejecutivos de Facebook, Google, Apple, Microsoft y cientos de otras empresas.

Aunque la mayoría del tiempo andan compitiendo el uno contra el otro, esta vez estaban unidos con un objetivo en mente: pelear por los Dreamers, soñadores en español, jóvenes inmigrantes que fueron traídos a Estados Unidos cuando eran niños y que residen ilegalmente en el país.

Los Dreamers son personas como Elizabeth Vilchis, que entró al país cuando tenía siete años porque sus padres tenían miedo de no poder darle de comer. O Felipe Salazar, que llegó con 10 años porque sus padres empezaron a temer por sus vidas en una Colombia atormentada por la violencia. También incluyen a Justino Mora, que fue al país cuando tenía 11 años mientras su madre escapaba de la violencia doméstica.

En Estados Unidos, hay casi 800.000 jóvenes que se consideran Dreamers. Ninguno ha tenido una vida fácil, pero en los últimos años, gracias al programa de Acción Diferida para Llegadas Infantiles (o DACA por sus siglas en inglés), esta había mejorado. DACA les permitió trabajar, conducir, viajar y sobre todo vivir sin miedo a que pudieran ser deportados si les abordaba la policía.

Eso cambió a principios de este mes cuando el presidente Donald Trump decidió eliminar el DACA, un programa que su administración calificó de “inconstitucional”. Como consecuencia, sus casi 800.000 beneficiarios han sido inmediatamente arrojados a un desconcertante limbo legal. Después de cancelar el programa, Trump declaró que le daba al Congreso estadounidense seis meses para encontrar una solución para los jóvenes.

El anuncio de la cancelación desató una ola de incertidumbre, miedo y rabia dentro de la comunidad de Dreamers —que no podrán renovar su permiso de trabajo después de cierto tiempo y perderán su protección contra la deportación—, pero también reveló a un aliado importante en la batalla por venir: el sector de la tecnología.

Días antes del anuncio, directores ejecutivos de las empresas más importantes del sector tecnológica se encontraban entre las más de 400 empresas que firmaron una carta abierta al presidente en la que explicaban el valor que aportan estos jóvenes al país y pidiéndole que preservara el programa. El esfuerzo fue organizado por FWD.us, un grupo apoyado por el líder de Facebook, Mark Zuckerberg, que trabaja para reformar las políticas de inmigración estadounidenses.

No obstante, la firme protesta de estos líderes, aunque impresionen y consigan mucha cobertura de los medios, es solo una parte de la realidad.

Está es la otra, tres historias de tres de esos jóvenes inmigrantes que mencionan las empresas en sus cartas y redes sociales. Tres historias para contar cuál ha sido su experiencia en un país en el cual, hasta hace poco, tenían que estar escondidos.

Estas son las historias de Vilchis, Salazar y Mora, que además de ser Dreamers son ingenieros e informáticos y forman parte del sector que se ha unido en su defensa. Para ellos, la eliminación del programa ha llegado como un golpe. De repente, su futuro en un país en el cual han vivido casi todas sus vidas es dudoso, aunque afirman al mismo tiempo que la sensación no es nueva: ya han pasado la mayoría de sus vidas viviendo en la incertidumbre.

Elizabeth Vilchis: “El número de seguridad social era muy importante, y yo no tenía uno”

Al preguntarle si sabía que era indocumentada cuando llegó a Estados Unidos, Elizabeth Vilchis responde que es una pregunta complicada. Recuerda perfectamente cuando cruzó la frontera con sus padres de pequeña, y aunque no entendía todo, sabía lo que era normal y lo que no.

“Se sentía como si nos estuviéramos escondiendo”afirma a Gizmodo en Español Vilchis, una ingeniera que actualmente trabaja para una empresa de tecnología preeminente en Nueva York. “Sabía que algo no estaba bien. Además, mis padres siempre eran muy cautelosos con la policía. Teníamos que evitar hacer ruido y siempre hacer lo correcto”.

La joven nos ha pedido que no reveláramos su empresa actual ya que no ha recibido permiso para hablar con los medios.

Vilchis expresa que su infancia era normal y sin problemas. Decidió que quería trabajar en el área de Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas (conocido como STEM en inglés) viendo las noticias un día con sus padres. La historia del día se centraba en la escasez de trabajadores en STEM, y Vilchis pensó en contribuir y “ayudar al país”.

No se dio cuenta de que realmente era diferente hasta que llegó la hora de prepararse para ir a la universidad y solicitar admisión, que es cuando le pidieron documentos oficiales de identificación. Cuando era niña, nunca le habían pedido documentación en la escuela. Así que cuando llegó a la parte de la solicitud que requería un número de seguridad social, Vilchis lo dejó en blanco. Nunca había tenido uno.

Sus padres después le confirmaron lo que ya sospechaba: habían ido a Estados Unidos desde México ilegalmente. Al principio, le dijeron a Vilchis que tomaron la decisión porque querían que recibiera una mejor educación y tener más posibilidades laborales. No fue hasta años después que su madre le reveló la otra parte de la historia.

“Mi madre no quería que fuésemos [como] esos niños que iban a la cama con hambre ”afirma Vilchis, que se recuerda comiendo un “taquito de sal” cuando la comida era escasa, un “plato” mexicano consistente en una tortilla, sal y un jalapeño. “Mis padres no sabían si las cosas iban a mejorar. Era el temor a la hambruna”.

Vilchis entendió las razones por las que sus padres decidieron ir a Estados Unidos, pero eso no hizo más fácil su camino. No había tenido problemas asistiendo a la escuela pública, pero la universidad era diferente. Tenía que pagar para poder entregar sus solicitudes, lo que ya era un desafío en sí porque su familia no tenía mucho dinero. Además, necesitaba incluir un número de seguridad social (que no tenía) en las aplicaciones y averiguar cómo iba a pagar la matrícula si era aceptada.

Cuando empezaron a llegar las primeras cartas de rechazo, Vilchis no lo entendía. Tenía buenas notas y había trabajado muchísimo, pero ninguna universidad le decía que sí. Llamó a algunas y le dijeron que había sido rechazada porque su solicitud estaba incompleta. No había incluido un número de seguridad social.

En aquel momento, la joven se enfadó con sus padres. Les preguntó por qué le habían traído a Estados Unidos si ni siquiera iba a poder ir a la universidad. Aunque escuchaba sus explicaciones, sabía que en ellos no iba a escuchar ninguna pregunta que le satisfaciese, solamente querían hacer lo mejor para sus hijos.

Pasó el tiempo. Un día, en el instituto, Vilchis dijo que su antigua profesora de matemáticas vino a buscarla. Tenía su pequeño maletín y unos papeles en la mano. Cuando se dirigió a Vilchis y le entregó los documentos, lo hizo casi llorando. Era una solicitud a un programa de honores en la CUNY City College, una universidad pública en Nueva York en el cual se cubrían todos los gastos del estudiante.

“Creo que cumples los requisitos para esto”, dijo su profesora. La solicitud no pedía un número de seguridad social.

“Lloré porque no requerían un número de seguridad social. Me dije a mí misma, ‘Esto es lo único que te permitirá ir a la universidad’. Entregué la solicitud, y me aceptaron”, afirmó Vilchis. “Creía que estaba soñando. Era una oportunidad increíble”.

Se matriculó en CUNY City College en otoño de 2006.

Felipe Salazar: “Nunca me había dado cuenta de lo seria y horrible que era la situación”

Uno de los recuerdos más vívidos de Felipe Salazar es de cuando estaba en el colegio en su natal Colombia a principios de los años 90. Aunque sabía que eran tiempos inestables, Salazar no presenció mucha violencia más allá de lo que veía a diario en las noticias. Esto cambió un día cuando estaba en su escuela, situada en la falda de una montaña. De repente, vio un avión militar acercase y empezar a disparar hacia la maleza.

“Nunca me había dado cuenta de lo seria y horrible que era la situación” comenta Salazar, un ingeniero de software que vive actualmente en San Francisco y que hasta hace poco trabajaba en la startup Doppler Labs y, anteriormente, en Microsoft.

Salazar recuerda que la situación en Colombia era extremadamente violenta en 2001, el año que vino a Estados Unidos. Muchas regiones del país estaban bajo el control de grupos guerrilleros. Además, sus padres tenían afiliaciones políticas, lo que les hizo temer por su seguridad. Un día les llegó la noticia de que alguien a quien conocían había sido asesinado. Teniendo esto en cuenta, junto con la situación de Colombia, sus padres decidieron ir con sus hijos a Miami utilizando visados de turista. Cuando caducaron, la familia permaneció en el país.

Salazar nunca pensó mucho en que era un inmigrante indocumentado en Estados Unidos. Hasta cierto punto, lo sabía, y sus padres se lo habían mencionado, pero al igual que Vilchis, no entendió las consecuencias hasta que empezó a enviar solicitudes para ir a la universidad.

Desde que llegó al país, el joven se centró totalmente en sus estudios. Empezó a ayudar a su padre arreglando ordenadores, que era una de las principales formas con las cual ganaba dinero, y de ahí nació su pasión por la tecnología. Cuando llegó al instituto y se dio cuenta de que se podía matricular en clases avanzadas y recibir créditos universitarios a la vez, se apuntó inmediatamente. Sabía que eso le facilitaría el camino hacia la universidad y le ayudaría a conseguir un puesto de trabajo.

A pesar de que tenía claro que quería estudiar una carrera, Salazar no había pensado en si podía hacerlo o no, considerando su estatus como inmigrante sin documentos. Al preguntarle a sus orientadores y abogados si alguien como él podía estudiar un grado superior, algunos le decían que sí y otros que no. Tampoco tenía dinero para pagar los precios para extranjeros en las universidades americanas, que suelen ser mucho más altos que las tasas para residentes.

No obstante, lo intentó. Mandó sus solicitudes a varias universidades, siempre dejando en blanco la pregunta sobre su estatus de inmigración. Una de las escuelas a las que se postuló, la Georgia Tech en Atlanta, se puso en contacto con él. Le preguntaron, por supuesto, cuál era su estatus. Para su sorpresa, le dijeron que no era un problema.

“Tenían personas en situaciones similares. Fueron muy amables en ese aspecto”, afirmó el joven. “Justo antes de que empezara el semestre fui a hablar con ellos. Me dijeron que me permitirían estudiar allí pero que no podría pedir ningún tipo de ayuda financiera. Acordamos eso”.

Los padres de Salazar pusieron todo el dinero que tenían disponible para ayudarle a pagar la matrícula de la Georgia Tech. Sus abuelos, comprometidos y orgullosos de su nieto, no dudaron en darle los ahorros de toda la vida.

Los increíbles esfuerzos de Salazar en el instituto no fueron en vano. Llegó a Georgia Tech con 66 créditos universitarios, lo cual le calificó para ingresar como un estudiante de tercer año.

Justino Mora: “Cuando estaba en el instituto arreglaba los ordenadores de los demás para ganar dinero y ayudar a mi madre”

La madre de Justino Mora le dijo a sus hijos desde su primer día en Estados Unidos que eran inmigrantes sin documentos. Mora, que tenía 11 años en aquel entonces, y sus hermanos se habían ido de México para escapar de la pobreza y la violencia doméstica. Al llegar a California, su madre le explicó que la educación era algo muy importante. Su hijo le entendió perfectamente, y desde entonces actuó y trabajó siempre con eso en mente.

Era muy difícil al principio. Ninguno sabía el idioma y su madre batalló por encontrar un empleo estable. Trabajó como modista, cajera y personal de limpieza. Mientras su madre trabajaba, Mora hacía de todo. En el instituto, además de dedicarse seriamente a los estudios, reparaba ordenadores para ganar dinero y ayudarle su madre a pagar las facturas. Los fines de semana, trabajaba en un mercadillo donde le pagaban $80 por cada día. Los turnos duraban 12 horas.

“Estaba haciendo todo lo que podía. Era el capitán del equipo de atletismo. Tomé clases avanzadas, hacía voluntariados en mi iglesia y también trabajaba a media jornada”, afirmó Mora, un ingeniero de software y cofundador de Undocumedia, una organización sin fines de lucro que promueve los derechos de los inmigrantes.

Al igual que Vilchis y Salazar, uno de los objetivos de Mora era llegar a la universidad. Nos cuenta que fue aceptado en diferentes universidades para estudiar ingeniería aeroespacial, pero que no pudo ir porque era un inmigrante sin documentos. Al final, decidió ir a un colegio comunitario (luego se matricularía en la Universidad de California en Los Ángeles). Fue ahí cuando se involucró en organizaciones estudiantiles que abogaban por los derechos de los inmigrantes, entre ellos los inmigrantes jóvenes como él.

Mientras estaba en la universidad trabajó en campañas en beneficio de los Dreamers, tal como el California DREAM Act, que permite que estudiantes sin estatus legal soliciten ayuda financiera del Estado. En general, los inmigrantes indocumentados no pueden solicitar becas o ayudas del Estado o gobierno federal para cubrir los costes de la universidad. El Congreso de California aprobó la legislación en 2011.

Fue mientras estaba en el colegio comunitario cuando decidió revelar públicamente que era un inmigrante indocumentado. Aunque creía en la importancia de salir a la luz, la decisión le causó preocupación, ya que las autoridades de inmigración podrían usar esa información para ir tras él y su familia.

Con el tiempo, Mora ha sabido fusionar su pasión por la política y la tecnología. Él y unos compañeros, todos ellos Dreamers, participaron en un hackathon hace unos años y construyeron una aplicación para ayudar a las personas a contactar con su representante electoral y promover los derechos de los inmigrantes. Ganaron el premio de “Mejor Aplicación de Promoción/Incidencia Política”. Además, por petición de Zuckerberg, que era uno de los organizadores del evento, Mora y su equipo integraron la aplicación en FWD.us., en donde hoy en día permanece.

Uno de sus proyectos fue conseguir protección a nivel nacional para los Dreamers. Para conseguirlo, Mora, sus amigos y sus organizaciones presionaban constantemente a Obama y su administración. En 2012, estaba planeando una manifestación en Los Ángeles en uno de los centros de detención para inmigrantes más grandes del país cuando, de pronto, recibió un mensaje de un amigo suyo.

El mensaje decía “Mañana el presidente va a autorizar el DACA”, tras lo cual su amigo le explicaba que era el programa por el que habían peleado por tanto tiempo. “No me lo podía creer. Me quedé congelado en el sofá durante tres horas. Pensé, ‘Oh Dios mío, funcionó’. Luego dije, ‘Bueno, quizás es solo un rumor’”.

Al día siguiente, el 15 de junio de 2017, Obama anunció que había aprobado el DACA. El programa protegía de la deportación, por un período de dos años, a los jóvenes inmigrantes que habían llegado al país con menos de 16 años. Cumplido ese período, el permiso se podía renovar y les permitía solicitar una autorización de trabajo legal.

Para todos, un futuro incierto

El programa DACA cambió la vida de Vilchis, Salazar y Mora. En el caso de Vilchis, le permitió, por fin, trabajar sin miedo de que le dijeran que no podía estar ahí porque era indocumentada. Actualmente, está tomando clases de conducir. Salazar, que pasó por un proceso legal un poco diferente pero que al final se convirtió en un beneficiario del DACA, se mudó a San Francisco para trabajar con Microsoft. Y Mora, que ya era muy activo en el ámbito laboral desde antes del programa, pudo sacarse un carnet de conducir y viajar en avión con la tranquilidad de que no le iban a parar las autoridades de inmigración.

Aunque no todo era perfecto, el programa les permitió vivir más plenamente y usar los títulos universitarios por los que tanto habían peleado.

Estos rostros son solo algunas de las de historias de soñadores (no hay número exacto) en el sector que Silicon Valley defiende. No está claro si este apoyo hará una diferencia legalmente pero, aún así, es un respaldo importante.

Algunas empresas, como Airbnb, han declarado que continuarán dando trabajo a las soñadores aún después de que sus beneficiarios de DACA, y con ello su permiso de trabajo, se caduquen. Microsoft ha declarado que pagarán los costes legales de sus empleados que son Dreamers. En un correo electrónico a los empleados de Apple, el CEO Tim Cook afirmó que Apple trabajará con el Congreso para encontrar una solución y que la empresa está apoyando a los empleados afectados, poniendo a su disposición el consejo de expertos en inmigración.

Sin embargo, con la decisión del gobierno de Donald Trump, ahora el futuro para muchos de los 800.000 inmigrantes indocumentados en Estados Unidos es un gran interrogante. Algunos, como Vilchis y Mora, admiten que no saben qué les traerá el futuro. Salazar, por otro lado, está en una situación distinta, ya que tras tantos años en Estados Unidos sus padres por fin son residentes legales. El joven recientemente recibió una carta del gobierno que le dijo que calificaba para un visado, aunque posiblemente tendrá que regresar a Colombia para realizar los trámites. En ese caso, no hay garantías de que le dejen ingresar nuevamente al país.

“Siento que mi futuro es inseguro, pero es como me he sentido desde que llegué a Estados Unidos” declaró Mora. “Siempre he vivido con incertidumbre sobre lo que vendrá después, pero eso a la vez me da más fuerzas para pelear contra esto”.

Eso es lo que está haciendo cada uno de los Dreamers, cada cual siguiendo un camino distinto. Vilchis y Salazar se centran en contar sus historias, Mora comparte su relato personal pero también trabaja con la tecnología, creando aplicaciones y eventos para que los jóvenes soñadores pueden exhibir su talento. Todos admiten que la batalla no será fácil.

“Estoy lista para pelear para mi futuro, sea cual sea. Voy a luchar por lo que quiero, y es todo lo que sé de momento. No tengo miedo”, dice Vilchis. “Saldré de esto, de una forma u otra”.

Fuente: gizmodo.com